El Jardín Del Pecado

La Novia de los Dos Rostros

El amanecer trajo un silencio que dolía. En Clairmont Manor, el jardín estaba cubierto por una niebla espesa y blanca, como si el cielo hubiera decidido esconder la verdad bajo su propio velo. Desde la ventana del dormitorio, Lucien observaba las flores muertas. Su mente ardía. Cada sombra del espejo roto en el suelo parecía un fragmento de lo que alguna vez fue la luz de su vida. Detrás de él, en la cama, Ariadna despertó. O algo que se le parecía.

—Buenos días, mi amor —dijo con una voz tan dulce que el alma de Lucien se estremeció.
Pero cuando ella giró el rostro, el brillo en sus ojos cambió: uno azul, otro gris metálico, y en ambos una calma demasiado perfecta.

Lucien se acercó lentamente.

—¿Te sientes bien?

—Mejor que nunca —respondió ella, sonriendo con una serenidad perturbadora— Siento que puedo respirar otra vez.

La observó con cautela. Su forma de hablar, de moverse, incluso de sonreír era distinta. Había dulzura, sí, pero también una quietud peligrosa. Una quietud que solo la oscuridad podía otorgar.

Esa tarde, Lucien bajó al despacho para leer las cartas que seguían llegando desde París.
Los nobles exigían explicaciones por el incendio en el palacio, las autoridades lo creían muerto y los enemigos lo buscaban.

Pero nada de eso lo preocupaba tanto como ella. Cuando subió nuevamente, encontró la habitación envuelta en pétalos. Las paredes cubiertas de flores rojas que no habían estado allí al amanecer. Y en el centro, Ariadna, vestida con un delicado camisón blanco, descalza, girando lentamente, como si danzara con la propia niebla.

—Lucien… —susurró al verlo— ¿Sabes lo que he comprendido? El amor no muere. Solo cambia de forma.

Él se acercó con precaución.

—¿Qué estás diciendo?

Ella sonrió, y su voz se volvió grave, demasiado grave.

—No tengas miedo. Ya no soy solo Ariadna.
Tampoco soy la sombra. Soy ambas. La que te ama y la que te desea.

Lucien la tomó de los hombros, con el corazón acelerado.

—¿Qué has hecho?

—Nada —respondió ella, apoyando la frente contra la suya— Solo dejé de luchar contra lo que soy.

Él la miró con horror y fascinación. Había algo nuevo en ella, algo poderoso. Su piel parecía brillar bajo la tenue luz del ocaso. Su respiración se acompasaba con el latido del jardín. Entonces, ella lo besó.

No fue un beso de ternura. Fue hambre. Pasión desbordada, desesperada, peligrosa. Lucien sintió el calor de su cuerpo mezclarse con una energía que no comprendía. El aire se volvió pesado, las velas se apagaron solas.

—Te amo —susurró ella entre jadeos— Pero no sé cuál de mis partes lo hace. ¿La que quiere salvarte… o la que quiere poseerte para siempre?

Lucien la sostuvo contra su pecho..

—No importa —respondió, con voz quebrada—
Porque yo las amo a las dos.

Ella lo miró, sorprendida. Una lágrima cayó, y donde tocó el suelo, floreció un pequeño rosal.

Pero antes de que el silencio los envolviera, un trueno retumbó sobre la mansión..Las ventanas vibraron. El espejo del tocador aquel que creían destruido comenzó a recomponerse solo, pieza por pieza. Lucien la apartó con fuerza, cubriéndola con su cuerpo.

—¡Atrás!

El cristal tembló, y una voz emergió del fondo:
la del hombre que había aparecido aquella noche, el dueño de la oscuridad.

—Así que elegiste amar a ambas. Qué curioso, Lucien. ¿De verdad crees que el amor puede existir sin destrucción?

El espejo se encendió con una luz negra. El reflejo de Ariadna , la versión más oscura de ella, apareció en su interior, atrapada, gritando sin voz. Pero ahora no parecía enemiga
sino prisionera. Ariadna, horrorizada, cayó de rodillas.

—No… no puede ser. Lucien, yo la encerré. Yo la encerré en el espejo.

Lucien la miró, incrédulo.

—¿Cómo…?

Ella alzó la mirada, lágrimas de sangre cayendo por sus mejillas.

—Para quedarme contigo, Lucien la traicioné.
Y ahora ella me odia. Ella vendrá por mí.

Esa noche, el aire cambió. El jardín se marchitó de nuevo. El fuego de las chimeneas se apagó.
Y el reflejo del espejo comenzó a moverse solo.

Lucien dormía, pero Ariadna no podía cerrar los ojos. Sentía la mirada desde el cristal. Cada respiración, cada latido del corazón, era una cuenta regresiva hacia algo que sabía inevitable. Se levantó lentamente, caminó hasta el espejo y lo tocó con la punta de los dedos. El cristal estaba helado. Pero bajo esa superficie una mano idéntica a la suya la esperaba. Y la voz de su reflejo, ronca, llena de furia y deseo, susurró:

—Creíste que podías tenerlo todo. Pero nadie puede amar a un monstruo sin convertirse en uno.

Ariadna retrocedió, temblando. El cristal se agrietó. El reflejo sonrió.

—Nos vemos pronto, hermana.

El espejo explotó, lanzando miles de fragmentos al aire. Y entre ellos, como un eco que se niega a morir, resonó una sola frase:

El amor ha dejado de ser tu salvación… ahora será tu castigo.

Al amanecer, Lucien despertó solo. El lugar junto a él estaba vacío. Sobre la almohada, un pétalo negro descansaba junto a una nota escrita con la letra de Ariadna:

Fui a buscarme al otro lado del espejo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.