El Jardín Del Pecado

El Jardín del Reflejo

El amanecer llegó sin luz. Las sombras parecían haberse tragado el sol, y Clairmont Manor se convirtió en un lugar donde los relojes se negaban a avanzar. Lucien despertó sobresaltado. El frío en su pecho era insoportable. Buscó a Ariadna entre las sábanas, pero solo encontró la nota y el pétalo negro.

Fui a buscarme al otro lado del espejo.

El mundo pareció colapsar en silencio. Lucien se llevó la nota al corazón. Sus dedos temblaban, su respiración era fuego.

—No otra vez —susurró— No te perderé otra vez.

Se levantó, caminó hacia el espejo destruido.
Los fragmentos brillaban sobre el suelo como pequeños cristales de luna. Y entre ellos, un trozo aún intacto reflejaba algo que no debía estar allí: su propio rostro pero sonriendo con crueldad.

Lucien se inclinó. El reflejo habló antes de que él pudiera reaccionar.

—¿A dónde vas, Lucien?.¿A salvarla… o a poseerla otra vez?

El corazón del conde se contrajo.

—No eres real.

—Soy más real que tú —respondió la imagen, con voz idéntica, pero más profunda— Soy el hombre que la desea sin redención. Soy la bestia que tú sigues negando.

Lucien apretó los puños.

—No pienso discutir con una sombra.

—Entonces ven. —El reflejo extendió la mano desde el cristal roto— Ven a buscarla… y descubre si tu amor aún es luz… o ya es oscuridad.

Lucien la tomó. El mundo se quebró. Y el silencio lo devoró todo.

Cuando abrió los ojos, el aire olía a ceniza y rosas muertas. El cielo era negro, el suelo reflejaba su propia silueta. Estaba dentro del espejo. Frente a él, el Jardín del Reflejo se extendía infinito: un laberinto de espinas, fuentes sin agua, y árboles cubiertos de pétalos grises. En el centro, una torre de cristal se elevaba como una lanza clavada en el corazón de la tierra.

Lucien empezó a caminar. Cada paso resonaba como si el suelo recordara su culpa.
Y entre los arbustos, voces susurraban su nombre.

Lucien… ¿por qué la trajiste de vuelta? Ella debía dormir… y tú la arrancaste del sueño. El amor que niega la muerte se convierte en pecado.

Lucien se llevó las manos a los oídos, pero las voces eran internas. Eran su propia mente. Sus propios remordimientos. Caminó durante horas, o quizá días. El tiempo no existía allí. Hasta que vio algo en la distancia: un cuerpo de pie frente a un estanque de agua negra. Era Ariadna. Lucien corrió, con el alma encendida.

—¡Ariadna! —gritó.

Ella giró lentamente. Su rostro estaba pálido, pero perfecto. Su mirada, serena y distante. Y detrás de ella, reflejada en el agua, se movía otra Ariadna, idéntica, pero de ojos completamente negros.

—No debiste venir —dijo la verdadera, su voz temblando.

—No podía quedarme allí. No sin ti.

Ella bajó la mirada.

—Aquí no soy tuya, Lucien. Aquí soy de ambas.
Y no sé cuál de las dos quiere amarte ni cuál quiere destruirte.

El reflejo oscuro se rió dentro del estanque. Su voz era melódica, cruel, y extrañamente triste.

—¿No lo ves, Lucien? Ella te ama tanto… que está dispuesta a compartirte conmigo.

Lucien dio un paso hacia el agua, el corazón latiendo como si quisiera romperle el pecho.

—¡Déjala libre!

El reflejo alzó la mano. Las sombras del jardín se levantaron como serpientes.

—Solo hay una manera — susurró — ámame también.

Lucien sintió el aire comprimirse. El reflejo salió del agua, tomando forma humana, idéntica a Ariadna, pero envuelta en un vestido de humo. Se acercó a él lentamente, acariciándole el rostro.

—¿Acaso no sientes que somos una sola? —preguntó con un tono seductor, mientras los pétalos negros caían a su alrededor— ¿No te atrae la parte de ella que nunca se atreve a tocarte así?

Lucien cerró los ojos, resistiendo el temblor que lo atravesaba. El deseo y el miedo eran uno solo.

—No puedo amar lo que la hiere.

El reflejo sonrió.

—Entonces no puedes amarla a ella. Porque yo soy parte de ella.

De pronto, la verdadera Ariadna gritó, cayendo de rodillas. Una marca oscura se extendía por su pecho, justo donde latía su corazón. Lucien corrió hacia ella, sosteniéndola.

—¡Resiste, mi amor!

—No puedo… —jadeó ella— Cada vez que te resistes a ella, ella me devora más.

Lucien la abrazó con fuerza, desesperado.
El reflejo se inclinó sobre ambos, mirándolos con una mezcla de ternura y maldad.

—Entonces decide, Lucien —susurró—
Si la amas por completo deberás amarme también. De lo contrario, una de nosotras morirá.

El cielo comenzó a temblar. El jardín entero se iluminó con un resplandor plateado. Las sombras se doblaron, los espejos del suelo se agrietaron. Lucien se puso de pie, sosteniendo a Ariadna, su voz llena de furia y amor.

—Si tengo que amar a la oscuridad para salvarla entonces lo haré.

El reflejo lo miró sorprendida. Por un instante, sus ojos, negros como la noche, se llenaron de lágrimas.

—Entonces eres peor que yo —dijo con una sonrisa triste— Porque tú no luchas contra la oscuridad, Lucien tú la eliges.

El suelo se partió bajo ellos. Lucien abrazó a Ariadna mientras todo se desmoronaba. La torre de cristal se hizo polvo. El reflejo se desvaneció en un grito ahogado. Y el mundo del espejo se derrumbó. Lucien despertó jadeando en el jardín real, bajo la luna. Ariadna yacía en sus brazos, viva, respirando con dificultad. Pero cuando abrió los ojos… ambos tenían el mismo reflejo gris metálico. Y una voz, que ya no provenía del espejo sino de dentro de ellos, susurró en sus mentes:

El amor los unió. La oscuridad los completó.




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