El invierno no se había marchado; simplemente había cambiado de forma. La nieve dejó de caer como plumas y comenzó a descender como ceniza silenciosa, cubriendo Clairmont Manor en un velo fúnebre. Ariadna estaba sentada frente al espejo roto, observando la danza caprichosa de las sombras sobre el cristal.
—Puedo sentirla —susurró, apenas un hilo de voz—
Ella me observa desde dentro. Me espera.
Lucien, detrás de ella, colocó las manos sobre sus hombros. Sus ojos dorados brillaron un instante, pero luego se apagaron, como si temiera su propio reflejo.
—No estás sola —murmuró él— Nunca lo estarás.
Ariadna sonrió, pero su expresión se quebró..Sus manos temblaban.
—No sabes lo que se siente, Lucien. Sentir cómo mi alma deja de ser un solo canto y se vuelve un coro que no puedo dirigir.
Lucien la giró hacia él, tomando su rostro con delicadeza pero con la urgencia de un hombre que teme perderlo todo otra vez.
—Te traje de vuelta y lo haría mil veces más. Incluso si la luz se apaga. Incluso si el cielo nos abandona.
Ella lo abrazó, enterrándose en él como si él fuera su única certeza. Tal vez lo era. Pero un crujido resonó en la ventana. Una grieta surgió, lenta, serpenteante, sin que nadie la tocara. El vidrio se fracturó formando un susurro:
…no puedes salvar la luz… si la oscuridad ya la ha elegido.
Ariadna se apartó bruscamente, llevándose las manos al pecho. Un latido ajeno la atravesó frío, furioso, reclamándola. Lucien la sostuvo antes de que cayera.
—¡Ariadna!
Ella jadeaba como si el aire la rechazara. Un aura oscura brotó de su piel, envolviendo sus brazos como humo líquido.
—Lucien… —susurró entre lágrimas— Tengo miedo de convertirme en algo que ni siquiera tú puedas amar.
Lucien sonrió con dolor, acariciando su mejilla.
—Si caes, yo caeré contigo. No existe mundo sin ti.
Pero el jardín, siempre vigilante, se agitó como un animal herido. Las rosas negras se abrieron de golpe. La tierra vibró. Y una voz, dulce como miel envenenada, resonó desde todas partes:
Entonces caerán juntos.
Las velas se apagaron.nLa casa entera respiró. A la mañana siguiente, el cielo estaba más oscuro. Los campesinos y sirvientes que vivían cerca del bosque comenzaron a alejarse sin mirar atrás. Rumores corrían entre las sombras:
Los Clairmont no murieron. Han hecho un pacto. El miedo los sigue.
En el pueblo, se levantaron plegarias y cruces. El apellido Clairmont ya no era nobleza: era maldición. Y en la capital, el doctor Alaric Verenne observaba desde su estudio una carta enviada y sellada a fuego.
He sembrado la semilla del terror. El pueblo teme. El clero murmura. La nobleza exige sangre. La cacería comienza.
Su sonrisa era tan suave como mortal. En Clairmont, Ariadna caminó hasta el gran salón. Los espejos estaban cubiertos por telas negras. El fuego ardía azul. Lucien estaba esperando. Su postura era rígida, su mirada tensa. En su mano sostenía una pequeña caja antigua.
—Lucien… ¿qué es eso?
Él abrió la caja. En su interior, yacía una flor de cristal mitad blanca, mitad obsidiana. Un pétalo cayó al abrirla, volviéndose polvo al tocar el suelo.
—Es la reliquia del pacto original —dijo Lucien sin apartar los ojos de ella— El jardín me la entregó anoche. Dice que solo hay dos caminos ahora.
—¿Cuáles? —preguntó Ariadna con un hilo de voz.
Lucien sostuvo su mirada… y el silencio dolió más que cualquier palabra.
—Perdernos para salvarnos. O entregarnos por completo y nunca volver atrás.
Ariadna sintió su alma desdoblarse dentro del pecho.
Un viento helado cruzó el salón. Las lámparas chispearon. Y la otra voz en su cabeza su reflejo oscuro rió con dulzura venenosa.
El amor verdadero nunca salva. Siempre reclama.
Ariadna dio un paso hacia la flor. Pero Lucien tomó su muñeca, deteniéndola.
—No lo hagas aún. No sin saber qué serás después.
—¿Y si ya lo sé? — susurró ella con los ojos brillantes — ¿Y si ya lo siento dentro?
Lucien apretó su mano, desesperado.
—Ariadna, si cruzamos esta línea no habrá regreso.
Ella levantó el rostro, tocando su corazón con su mano libre.
—Nuestro amor ya cruzó la muerte. ¿De verdad crees que teme al infierno?
Lucien cerró los ojos… un segundo, un suspiro..Un juicio. Luego los abrió, y su mirada ya no era del hombre, ni de la bestia sino de ambos.
—Entonces elijamos juntos.
Ariadna extendió la mano hacia la flor. Pero antes de tocarla la puerta principal de Clairmont explotó. Voces humanas gritaron. Antorchas iluminaron el hall. Y en el umbral, rodeado por soldados y clérigos, estaba Alaric Verenne.
—En nombre de la Corona y de la Iglesia —declaró con voz helada— los condeno por profanar la vida y desafiar la muerte.
Lucien rugió. Ariadna levantó la vista, la oscuridad brotando de su piel como llamas. Y Alaric sonrió , no con odio, sino con triunfo.
—Vengan, amantes oscuros..El mundo exige su sacrificio.
La flor de cristal cayó al suelo y se partió en dos..Y mientras los soldados avanzaban, cada mitad de la flor se convirtió en un corazón negro y blanco latiendo. El jardín gritó. Ariadna gritó. Lucien gritó.
Y el mundo entendió que algo antiguo había despertado. La guerra entre la luz y la bestia había comenzado.
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Editado: 07.11.2025