El Jardín Del Pecado

Que Arda el Mundo, Pero No Tú

El mármol del vestíbulo tembló cuando las botas atravesaron las puertas derribadas. Hombres gritaron órdenes, el eco de sus voces mezclándose con el chasquido de antorchas y el repique de espadas desenvainadas. La aristocracia había venido a juzgar a su monstruo..A su propio rey caído. Y a la mujer que él había elegido. Ariadna dio un paso atrás, su espalda chocando con el pecho de Lucien. Él la envolvió con su brazo, sus ojos ardiendo como un eclipse atrapado en un cuerpo mortal.

—Lo sabían —susurró ella, su voz quebrada pero firme—.
Sabían que yo te había devuelto. Que te había elegido. Y por eso vienen.

Lucien no apartó la mirada de los intrusos..Su voz, sin embargo, fue un susurro solo para ella:

—Que vengan a buscarme. Que intenten llevarte.
Que provoquen al demonio que juré dormir por ti y verán cuánto tarda en arrancarles el alma.

Ariadna tragó, sintiendo el roce helado de su lado oscuro intentando dominarla..Lucien la notó, y en un acto casi desesperado, tomó su rostro con ambas manos y la miró fijamente.

—No les entregues tu miedo —dijo, su voz temblando de furia y amor— Ellos ya vinieron a morir. No dejaremos que se lleven nada más.

Su frente tocó la de ella..Un instante. Un mundo. Y entonces Alaric Verenne avanzó..Elegante, como si no estuviera al mando de una ejecución sino de un baile.

—Tu amor desafió a Dios, Lucien —dijo con calma glacial— Y ahora pagarás por ello.

Ariadna no pudo evitar la risa amarga que se escapó de su garganta.

—¿Dios? ¿O tu ambición?

Alaric ladeó la cabeza, divertido.

—La diferencia es irrelevante cuando el poder lo dicta todo.

Lucien avanzó un paso, colocándose levemente frente a ella, como si su cuerpo fuese la muralla final entre Ariadna y el mundo.

—Quien toque a mi esposa —gruñó— tocará primero mi cadáver. Y luego verá regresar mi alma para destrozarlo.

El sacerdote detrás de Alaric se persignó.

—Dios nos proteja

Ariadna sonrió con dulzura casi cruel.

—Hoy Dios no entra aquí. Este es el reino que yo elegí.

Fue entonces cuando las flores del jardín estallaron como si ardieran. Desde las ventanas, raíces negras treparon como serpientes furiosas. Los soldados retrocedieron instintivamente. Lucien sintió cómo la bestia dentro de él despertaba: no por ira sino por devoción..Por amor..Por deseo de proteger lo único que reclamaba como suyo. Ariadna sintió lo mismo: un pulso oscuro, hermoso, invencible. Por primera vez, no lo temió. Lucien le tomó la mano. Sus dedos entrelazados como un voto sagrado.

—Si quieres que el mundo sangre, amor… —murmuró él, su voz ronca por la transformación— solo dame la orden.

Ariadna lo miró con un brillo tormentoso en los ojos.

—No quiero sangre. Quiero libertad. Quiero paz contigo.
Pero si ellos nos niegan eso.

Ella respiró profundo y su sonrisa se volvió peligrosa, temblorosa, casi frágil de tanta intensidad.

—Entonces sí. Que el mundo arda. Pero jamás tú.

Lucien tembló al escucharla. La bestia ronroneó dentro de su pecho como un monstruo enamorado. Los soldados alzaron sus armas. Un cañón pequeño fue empujado al frente. Lucien sintió el tirón interno. La voz de Azazel ya no estaba, pero la de la bestia sí: insistente, dulce, reclamando violencia.

Déjame. Devóralos. Ella lo desea. Yo puedo hacerlo por ambos.

Un segundo de lucha. Un temblor en su mandíbula.
Ariadna lo tomó del rostro, obligándolo a verla.

—Lucien —susurró ella, voz rota de miedo y amor—
Escúchame. No eres él. No eres eso. Tú eliges. Yo elijo contigo.

El monstruo dentro de él gruñó. Un rugido interno, doloroso, casi suplicante. Lucien cerró los ojos, su respiración temblando. Y cuando los abrió el dorado volvió, aunque herido, aunque fugaz.

—Por ti —musitó— todo es por ti.

La bestia cedió, no vencida… sino domada por amor.
Por un instante. El cielo rugió. La mansión vibró. Los soldados se prepararon..Y Alaric pronunció la sentencia:

—¡Atrévanse a resistir, y sus almas serán destruidas por la corona y por Dios!

Ariadna avanzó medio paso, su voz resonando con la firmeza de una reina caída y resurgida:

—Nosotros no tememos ni a reyes ni a dioses. Solo tememos perder al otro..Y ya enfrentamos esa muerte una vez.

Lucien entrelazó sus dedos con los de ella. Beso lento, profundo, oscuro. Un juramento.

—Contigo —dijo— soy capaz de destruirlo todo. Y aún así querer más.

Ella sonrió. Él sonrió también, como un cazador a punto de arrasar todo lo que le niega el derecho a respirar. La tensión en el aire rompió la noche como un cristal. Y luego un disparo. Una bala silbó. Impacto. Lucien se arqueó hacia atrás, sosteniendo el abdomen. La sangre oscura , demasiado oscura para ser humana manó entre sus dedos.

—¡No! —gritó Ariadna, atrapándolo mientras se doblaba.

El jardín rugió como una bestia furiosa. Las raíces y flores negras temblaron. El fuego azul se elevó. Y Alaric bajó su pistola, dejando que el humo se disipara suavemente en el aire.

—Que empiece el sacrificio —declaró con calma diabólica.

Lucien trató de hablar, sus ojos suplicando, luchando contra la oscuridad que intentaba tomar ventaja del dolor. Ariadna lo abrazó, lágrimas ardientes cayendo mientras una furia incontenible nacía dentro de su pecho.

—Lucien mírame. No te vayas. No me dejes otra vez.

Lucien acarició su rostro, respirando con dificultad.

—No pienso dejarte, aunque el infierno me reclame.

Su mirada se volvió más oscura, más detenida, más bestial. No por decisión. Por debilidad. Su humanidad sangraba por la herida. La bestia veía la oportunidad de tomar el control. Y Ariadna, con un terror sublime, entendió: Si él cae ahora él no regresa. No su Lucien. Solo la criatura. El fuego azul explotó. Los soldados retrocedieron. La tierra tembló. Y Ariadna gritó:




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