El Jardín Del Pecado

Huimos Porque Amamos, No Porque Tememos

La nieve ardía.

No era posible, y aun así sucedía. Cada copo que caía sobre la tierra hervida por la magia oscura se convertía en vapor, como si el cielo llorara fuego. Ariadna sostenía a Lucien mientras él jadeaba, entre la vida y la muerte, entre el hombre y la bestia. Su sangre oscura manchaba la nieve como tinta derramada sobre un lienzo blanco y cruel.

El jardín rugía. Los árboles, protectores y fanáticos, cerraban filas, espinas y sombras formando un muro viviente a su alrededor. A lo lejos, las antorchas de los hombres brillaban. No corrían: avanzaban confiados, creyendo que la fe y la ley los legitimaban. Los verdaderos monstruos caminaban con rosarios y blasfemias.

—Lucien… —Ariadna acarició su rostro, temblando— abre los ojos.

Él los abrió. No dorados. No humanos. Sino oscuros como un eclipse devorando el sol.

—No… —gruñó él, como si cada palabra quemara su garganta— no sueltes mi mano. Si me pierdo búscame en tu oscuridad.

El viento helado se volvió cálido sobre su piel. La vieja magia del jardín los envolvía. Ariadna tomó aire y sus labios rozaron su frente. Un beso suave, desesperado, prometiendo eternidad y condena.

—Nunca te dejaré caer solo —susurró—.Si la bestia te reclama seré yo quien la gobierne.

Sus palabras lo estremecieron. El deseo de poseerla y protegerla se enfrentó al impulso de devorarla, tenerla entera, alma y huesos. Un hilo de fuego bajo la piel. Un gemido bajo su aliento. Un temblor inconfesable en ella. El amor y la oscuridad besándose dentro de ambos. La noche los observaba, celosa.

Ariadna lo arrastró hasta un invernadero olvidado detrás del jardín, un santuario de cristal cubierto de sombras vivas. Velas negras surgieron como flores al rozar su paso. La puerta se cerró sola detrás de ellos. Lucien cayó de rodillas, respirando como una fiera herida. Ella lo abrazó desde atrás, rodeándolo con sus brazos y su alma.

—Te salvaré. No importa lo que deba perder —prometió.

Él enterró el rostro en su cuello, sus labios temblando sobre su piel.

—Me perderás a mí… antes de perderte tú —murmuró con voz rota — Tu luz merece un cielo, no esta maldición.

Ariadna sonrió con dulzura cruel.

—Mi cielo murió contigo. Lo único que deseo es tu infierno.

Lucien gimió como si la confesión lo destruyera y lo reconstruyera al mismo tiempo.

Las sombras se enroscaron alrededor de sus manos entrelazadas. Sus respiraciones se volvieron un rezo compartido. Un juramento.

—Señora Ariadna… —la voz del jardín resonó— ¿Dejará entrar la muerte a su puerta o la dará muerte usted primero?

Ella cerró los ojos y apoyó la frente en la suya.

—No morirá nadie que yo ame —dijo.

Lucien alzó la mano, tocando su mejilla con una ternura que dolía.

—Prométeme algo.

—Lo que quieras.

—Si la bestia gana mátame tú. Que mis manos nunca te hieran. Que mi sombra nunca te robe la luz.

Ariadna sintió el alma desgarrársele.

—Lucien… No.

—Prométemelo.

Ella apoyó sus labios en su palma, dejando un suspiro que se volvió bruma helada.

—No puedo prometer matar lo que amo más que mi propia vida.

Él la miró. No como hombre. Ni como bestia. Sino como algo que trasciende ambos.

—Entonces prométeme esto —susurró— prométeme que si caigo me seguirás. Hasta donde sea. Hasta donde nadie regresa. Sin miedo. Sin temblor.

Ariadna respondió:

—No necesito prometerlo. Tú eres mi camino al abismo.

Afuera, los soldados ordenaban encender cañones. Alaric daba instrucciones con calma homicida.

—Clairmont caerá esta noche —murmuró— y su pecado será purificado.

En su mano brillaba una orden sellada con oro.

Decreto Real: Ariadna Villeneuve, acusada de brujería seductora y corrupción demoníaca, es propiedad de la Corona hasta su purificación.

Propiedad.nComo si pudiera pertenecer a otro. Lucien sintió el decreto romperse fuera y levantó la cabeza. Sus ojos ardieron. Las velas temblaron. Los cristales crujieron.

—Nadie la tendrá..Ni siquiera Dios —murmuró con voz doble, hombre y bestia entrelazados.

Ariadna tomó su rostro entre sus manos..Un beso lento, doloroso, lleno de hambre y fe y condena.

—Si el mundo quiere arrancarte de mí —dijo, con lágrimas ardientes — entonces el mundo debe morir.

Y el jardín respondió con un rugido de espinas..Una campana sonó en la distancia. No era iglesia..No era guerra. Era un anuncio real repitiéndose mágicamente en toda la región:

Lucien Clairmont y Ariadna Villeneuve serán capturados vivos..Quien los entregue será recompensado con tierras, títulos y fortuna.

Los aldeanos levantaron antorchas. Los nobles afilaron su ambición. Los templos abrieron sus puertas al odio. Y en el bosque cercano, encapuchado, un hombre observaba el invernadero.con una sonrisa venenosa.

—Que comiencen los tiempos de caza —susurró— El monstruo tiene corazón. Eso lo hace débil..Y a ella diez veces más peligrosa.

Las hojas temblaron. La noche contuvo el aliento. El amor, oscuro y brillante, estaba a punto de desatar el infierno.




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