La bala nunca llegó a tocarla.
En el instante en que atravesó el aire, un torbellino de pétalos negros la interceptó. Y cuando el metal ardiente tocó su piel, la carne no se rompió la bala se derritió. Ariadna la sostuvo en su mano desnuda, la sangre evaporándose en un resplandor oscuro, dorado y rojizo a la vez..No era humana esa sangre. Era un pacto, un renacimiento, un destino reclamado. El cazador palideció.
—Eso no es natural —murmuró, retrocediendo con el pulso acelerado.
Ariadna alzó la mirada lentamente, la sombra de su amor, su dolor y su furia ardiendo detrás de las pestañas húmedas.
—Qué irónico —susurró con suavidad venenosa— escuchar eso de alguien que vino a cazar lo que no comprende.
Lucien, aún de rodillas, se aferró al suelo con fuerza sobrehumana. Su respiración era un temblor, un rugido contenido, una súplica silenciosa. No de poder. No de rabia. De amor.
No la pierdas. No se la lleves. No la toques.
Sus dedos se clavaron en la tierra y raíces oscuras brotaron alrededor de él, como si el jardín respondiera al pulso de su corazón. El cazador apuntó de nuevo, pero su mano tembló.
—No daremos un segundo aviso —dijo Ariadna, su voz firme, suave, definitiva.
Ella no gritaba.. Ella no amenazaba..Ella decretaba. El jardín rugió como un ejército vivo. Las rosas se abrieron como bocas, dientes de espina brillando. La tierra se onduló. Lucien alzó la cabeza y, entre jadeos, sus ojos se encontraron con los de ella..No pedía sangre. No pedía destrucción.
Pedía no perderla.
Ariadna entendió. Y por él, contuvo la tempestad. El cazador retrocedió hacia la sombra del bosque. No por valentía. Por terror.
—Esto aún no termina —escupió— Volveremos y arrastrarán sus almas al infierno.
Ariadna sonrió con tristeza y crueldad suave.
—Entonces recen… porque nosotros ya vivimos allí.
Y el hombre huyó, su capa desgarrándose en las ramas, la dignidad abandonada junto al miedo. En cuanto se perdió entre los árboles, el jardín guardó silencio. El aire, tenso hasta quebrar, cedió. Ariadna cayó de rodillas junto a Lucien. Sus dedos rozaron su rostro, caliente como un carbón vivo.
—Lucien, mírame. Estoy aquí.
Él abrió los ojos lentamente, como un lobo cansado. Pero en aquella mirada ardía algo más terrible y más hermoso que la furia: amor que dolía más que cualquier herida.
—No me dejes… —murmuró él— aunque me rompa. Aunque me pierda.
Ella lo abrazó, apretándolo contra su pecho.
—Si te pierdes, te seguiré. No existe puerta en el infierno que pueda cerrarse si yo quiero entrar.
Lucien tembló. Hubo un gemido bajo, herido, vulnerable. No era la bestia. Era el hombre tratando de sostenerse. Ella acarició su cabello, sus dedos temblando.
—Mi amor —susurró contra su sien—, te juro por todo lo que fui y por todo lo que soy ahora nadie te arrebatará de mí. Ni los hombres. Ni los dioses. Ni tú mismo.
Lucien la miró, con lágrimas oscuras amenazando caer.
—Tengo miedo —susurró— no por mí sino por ti. Temo que mi oscuridad sea la que te destruya.
Ella sonrió suavemente y se inclinó, apoyando su frente contra la suya.
—Entonces moriremos juntos. O viviremos juntos..Pero jamás separados.
Lucien cerró los ojos y suspiró contra sus labios.
Un suspiro que era un rezo, un lamento, un deseo prohibido. Ella lo besó. Despacio al principio, después con la intensidad de dos almas que ya no temen al infierno porque lo crearon juntas. El beso era fuego. Era dolor dulce. Era miedo y necesidad. Era el mundo derrumbándose fuera y ellos eligiéndose dentro.
Sus manos en su rostro. Sus dedos hundidos en su cabello..Sus cuerpos temblando. Sus respiraciones perdiéndose una en la otra. No era sexo. Era supervivencia. Era amor como condena y salvación. Y él respondió como un hombre que teme desaparecer. Apretándola contra él. Buscándola. Asegurándose de que era real. Ariadna sintió su corazón desbordarse.
—Soy tuya —susurró entre besos— incluso si el mundo nos llama monstruos.
Lucien tembló, sosteniéndola contra su pecho enfermo, febril, amado.
—Mi luz… mi perdición… mi Reina.
Las velas negras se avivaron en llamas blancas. Las flores se abrieron. La tierra latió. El jardín los bendecía. O los condenaba. Y para ellos no había diferencia. Pero lejos, en la línea del bosque. El cazador no huyó para siempre. Montó su caballo. Sacó un cuerno de plata. Y lo hizo sonar hacia el cielo. Un sonido grave, antiguo. Una llamada de caza real. Torres lejanas encendieron señales. Campanas sonaron en los pueblos cercanos. Fuegos se encendieron. Y en la ciudad, en un salón dorado y frío, un hombre con corona dejó caer su copa de vino y sonrió, de forma cruel y curiosa.
—Así que la Bestia vive y la muchacha eligió morir por amor..Interesante.
Sus dedos tamborilearon.
—Envíen a la Orden Negra. Quiero a la pareja viva..Y a ella intacta.
La sala quedó en silencio. El destino acababa de sellarse en tinta negra. En el invernadero, abrazándolo aún, Ariadna sintió un escalofrío recorrerle la espalda.. Lucien, todavía con los ojos cerrados, susurró:
—Se acercan. Puedo oírlos. Puedo oler su ambición.
Ariadna lo abrazó más fuerte.
—Entonces que vengan.
Y desde el suelo, una flor blanca y una negra crecieron entre sus manos entrelazadas. Un símbolo. Una advertencia.
El amor los había elegido. El mundo tendría que arder por ello.
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Editado: 07.11.2025