El Jardín Del Pecado

A donde huyamos nos seguirá el destino

La noche cayó rápido, como si el cielo hubiera decidido cerrar los ojos para no presenciar lo que venía.

Ariadna sostenía a Lucien, arrastrándolo por entre los árboles antiguos y los pétalos negros que el jardín arrojaba como escudos vivientes..Sus pasos eran torpes pero decididos; lucía como una reina llevando a su rey herido a través de un reino de sombras que les pertenecía por derecho y condena. Lucien respiraba encontrando dolor y deseo en cada latido..Su cuerpo ardía, su piel pulsaba con venas oscuras..Entre gemidos rotos, su voz salió baja, ronca, temblorosa:

—Ariadna… no puedo… seguir así…

Ella lo apretó más fuerte, su mejilla contra la de él.

—Puedes —susurró con fiereza dulce— porque yo te sostengo. Porque no existe camino sin ti.

Los sonidos de cascos, cadenas y armaduras resonaban a lo lejos. La Orden Negra los perseguía a través del bosque, su luz fría manchando la noche como heridas blancas.

Ariadna apresuró el paso. La tierra se abría a su voluntad; raíces brotaban para bloquear el camino detrás de ellos.

—Solo unos pasos más —murmuró—, solo un poco más…

Lucien, jadeando, apenas pudo sostener su rostro contra su cuello. Su voz vibró en la piel de ella, mezcla de súplica, devoción y miedo desnudo:

—No quiero perderte dentro de mí, ni perderme dentro de la bestia. Ariadna si te lastimo…

Ella se detuvo..Él casi cayó, pero ella lo sostuvo. Se miraron a la luz tenue de la luna filtrándose entre las ramas. Sus respiraciones chocaron, calientes y rotas. Ariadna tomó su rostro con ambas manos.

—Si me lastimas —susurró con una ternura tan feroz que dolía— me curaré contigo. Si caes, caeré a tu lado. No estoy contigo por miedo. Estoy contigo porque sin ti, yo no existo.

Lucien cerró los ojos, temblando—no por la bestia, sino por la humanidad que se negaba a abandonar.

—Te amo tanto —dijo como si la frase fuera un pecado mortal—.que temo destruirte.

Ariadna sonrió con lágrimas brillando negras bajo la luz.

—Y yo te amo tanto que me dejaría destruir si eso significara no perderte jamás.

Lucien dejó escapar un suspiro quebrado, casi un sollozo..Apoyó su frente contra la de ella..Sus labios rozaron los de Ariadna, sin fuerza, sin dominio, solo necesidad y reverencia.

—No merezco esa luz —murmuró.

Ella lo besó..Lento..Suave..Profundo..Un beso que prometía devoción antes que sangre. Un beso que ataba almas, no cuerpos.

—No soy luz —respondió ella cuando se separaron—.Soy la oscuridad que elegiste amar.

Él la miró entonces como si fuera su único milagro y su última condena.

—Sí —susurró— Eres mi oscuridad perfecta.

Llegaron a un antiguo pabellón oculto entre raíces y flores nocturnas: una estructura de piedra cubierta de hiedra negra y musgo plateado, como una ermita olvidada por dioses antiguos.

Ariadna acomodó a Lucien sobre una cama de pétalos oscuros que el jardín ofreció, suaves como piel y cálidos como un corazón. Él tembló..La fiebre le quemaba la piel..Su respiración era irregular, su corazón golpeaba como una bestia enjaulada.

Ariadna deslizó sus dedos por su pecho desnudo, sintiendo los latidos salvajes y dolorosos bajo su piel..Lucien tomó su muñeca, con debilidad pero con deseo ardiente..Sus dedos temblaron sobre ella.

—No me dejes dormir, si duermo temo no despertar como yo.

Ariadna acercó su cuerpo, acurrucándose contra él, sosteniéndolo como si fuera lo más frágil y lo más peligroso del mundo.

—No dormirás solo..Si caes caeré contigo.

Lucien aspiró su aroma, esa mezcla de inocencia perdida y poder recién nacido.

—Ariadna —susurró contra sus labios—
si la bestia toma mi cuerpo bésame hasta que vuelva a mí. Hazme tuyo antes que suyo.

Ella sonrió con dulzura mortal.

—Siempre serás mío.

Su mano rozó la mejilla de Lucien, quien cerró los ojos y giró levemente la cabeza para besar su palma como si adorara cada respiro que ella tomaba.

—Nunca he temido tanto amar —murmuró él, voz rota de devoción— Nunca he amado así.

Ella bajó la cabeza, su cabello cayendo como un velo oscuro. Besó su clavícula..Su pecho. Lo abrazó como si quisiera fundirse con él.

—Entonces llévame contigo —susurró— a donde vayas, aunque sea al infierno.

Él rió bajo, débil, pero enamorado hasta los huesos.

—El infierno ya está aquí —susurró él, acariciando su mejilla—.y es hermoso porque estás conmigo.

Ella lo abrazó, apretándolo contra su cuerpo, respirando su dolor, su desesperación, su amor..Afuera, los pasos se acercaban..Voces. Órdenes..Acero..La cacería no cesaba. El mundo quería separarlos. Ariadna besó la frente húmeda de Lucien y susurró:

—Que vengan. Que intenten desgarrarnos.
Antes de que nos arranquen uno del otro,
yo arrancaré el mundo entero de raíz.

El suelo respondió. Las flores se abrieron..La noche contuvo el aliento. Un juramento sellado por amor y rabia. Un amor que no pedía permiso a Dios ni a la muerte..Lucien abrió los ojos súbitamente..Sus pupilas dilatadas..Brillando como dos lunas negras.

—Ariadna —susurró con voz doble, humana y monstruosa—.no estamos solos.

Ella se giró justo cuando una figura emergía del bosque:

No armadura.
No Cruz Negra.
No soldado real.

Un joven aristócrata, elegante como veneno servido en copa de cristal..Sonrió despacio.

—Perdón, es que cuando alguien tan poderoso se enamora la Corona se inquieta. Y yo también.

Sus ojos no miraban a Lucien..Solo a Ariadna. Como si ella fuera un trono que deseaba.

Buenas noches, mi futura reina.

Ariadna sintió la sangre hervir. Lucien gruñó. La guerra por el amor más oscuro había comenzado. Y nadie saldría santo de ella.




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