El Jardín Del Pecado

Mi Furia Lleva Tu Nombre

El cielo parecía sostener la respiración.
Nieve negra caía como ceniza caída del paraíso quemado. Ariadna sostenía aún el cuerpo tembloroso de Lucien cuando la voz del Rey atravesó el aire como un cuchillo de hielo:

—Dije, es hora de volver al palacio.

La tierra entera pareció inclinarse ante él.
Los árboles se doblaron como si un viento invisible los sometiera. El jardín murmuró, nervioso, sus flores cerrándose en señal de defensa.

Ariadna sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no retrocedió. No podía. No iba a hacerlo. Lucien, con cada músculo temblando y su respiración entrecortada, comenzó a levantarse de sus brazos. Fue lento. Doloroso. Como un hombre arrancándole el cuerpo a la muerte. Ella quiso detenerlo, pero él le tomó la mano. Sus dedos estaban fríos pero su mirada ardía.

—No… —susurró él, ronco— No te aproximes a él, amor.

Apenas podía sostenerse en pie y aun así se colocó frente a ella, como un muro herido, como una espada rota que aún cortaría el mundo si se lo pedía. El Rey observó esa escena con arrogante tranquilidad. Sus ojos, fríos y antiguos, recorrieron a Lucien con la misma indulgencia cruel con la que uno mira a un animal herido que insiste en morder.

—Lucien —dijo con tono ligero, casi burlón—
No seas ridículo. A duras penas puedes respirar sin ella. ¿Vas a defenderla…? ¿Así?

Lucien apretó la mandíbula. Nada más esa tensión liberó un gruñido bajo, animal, una amenaza que hacía vibrar el aire. Su voz, quebrada y ardiente, salió como un latigazo:

—Ella es mi vida. Y mataré a quien intente tocarla.

Ariadna sintió un nudo en la garganta, un dolor dulce y punzante clavándosele en el pecho. Él no parecía un hombre en ese momento. Ni una bestia completa..Era algo entre medio:.devoción sangrante atrapada en un cuerpo que se despedazaba por amor. El Rey sonrió. Ese tipo de sonrisa que anuncia tragedias y coronas hechas de hueso.

—Siempre fuiste melodramático, hijo. Te hablé con paciencia. Te di libertad. Te ofrecí poder. Y, aun así, eliges morir por una mortal.

Lucien titubeó, apoyando una mano en el tronco cercano para no caer. Ariadna dio un paso hacia él, pero Lucien extendió su brazo en un gesto que decía no te muevas. Que decía antes muero que permitir que él te toque.

El Rey chasqueó los dedos. Su capa se desplegó como alas de cuervo y la nieve a su alrededor se volvió cristal oscuro.

—Tu debilidad me ofende, Lucien.

Lucien alzó la cabeza. Su voz salió baja, rota, pero inquebrantable:

—Mi amor es mi fuerza.

El Rey arqueó una ceja.

—Tu destrucción, querrás decir.

Un trueno invisible retumbó bajo los pies de Ariadna. Lucien se tambaleó. Ella extendió la mano, pero él negó levemente con la cabeza.

—No —murmuró sin volverse a verla— No me mires sufriendo. Mírame resistiendo por ti.

Él estaba ardiendo desde dentro..Se notaba. La piel brillaba con líneas negras y doradas; la marca que ella le había hecho latía como un corazón intentando imponerse sobre otro. Ariadna dio un paso y quedó a su lado.

—Lucien —susurró ella, firme, como quien recita un juramento sagrado— contigo en la luz o en el infierno, no me apartaré.

El Rey observó eso en silencio..Algo se rompió en su mirada. Algo antiguo. Algo peligroso.

—Interesante —murmuró..—Crees que el amor te salvará.

Lucien entrecerró los ojos.

—No creo… lo sé.

El Rey estiró la mano hacia Ariadna. Lucien rugió..Fue un sonido gutural, rasgando su garganta, arrancando lágrimas a la tierra misma. En un movimiento desesperado, Lucien tomó la mano de Ariadna y la apoyó sobre su pecho, justo donde estaba su marca.

—Si él intenta separarnos —susurró, apenas audible — desata la bestia. Pero mírame a los ojos para que recuerde que te pertenece.

Ariadna sintió la sangre helarse y arder al mismo tiempo. El Rey avanzó un paso. La tierra tembló. El aire se volvió púrpura y negro. El corazón de Lucien bajo su mano latía como un tambor de guerra. Y entonces el Rey habló, su voz cayendo como sentencia divina:

—Entonces preparen sus almas…

Sus ojos brillaron como estrellas muertas.

—Porque los destruiré juntos.

La nieve se detuvo. El mundo contuvo el aliento..Y algo oscuro se abrió en el suelo bajo sus pies..Una voz resonó en la mente de Ariadna, brutal y áspera, como fuego sobre metal:

Suéltalo ahora o me llevaré su alma conmigo.
—El Rey.

Y otra rugió, desesperada, feroz, rota:

No lo sueltes recuerda a quién pertenece mi corazón.
—Lucien.

Ariadna quedó suspendida en un instante imposible:

  • Si lo soltaba, perdía a Lucien para siempre.
  • Si no lo soltaba, ambos serían arrastrados al abismo.

Su mano tembló contra el pecho marcado. Su voz salió apenas, trémula, pero llena de fuego:

—Mi amor… ¿Qué hago?

Lucien la miró, ardiendo en dolor y devoción. Y dijo:

—Elige pero elige conmigo.

La tierra se abrió. La oscuridad rugió.




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