El aire estaba hecho de fuego y de miedo.
El Guardián del Juicio, idéntico a Lucien, avanzaba entre los restos del jardín..Cada paso que daba marchitaba una flor..El perfume del amor se convertía en ceniza.
Lucien miró aquella figura su doble, su reflejo corrompido con el corazón apretado por una furia que no era solo suya. Ariadna lo tomó del brazo; sintió que la piel de él ardía, que su pulso temblaba entre la humanidad y la bestia.
—No eres él —susurró ella mirando al Guardián— Tú no sabes amar.
La criatura sonrió. Su sonrisa era la de Lucien pero sin alma.
—No necesito amar —dijo con una voz que era todas las voces— Fui creado para corregir el error que ustedes representan.
Lucien se adelantó, su cuerpo aún débil, pero su mirada ardiendo.
—¿Error? ¿Llamas error a lo único puro que este mundo conserva?
El Guardián ladeó la cabeza.
—El amor destruye el equilibrio. El amor desafía al orden. Por eso el Rey me despertó..Para borrar la semilla de la desobediencia.
Ariadna apretó el puño. Las raíces del jardín se movieron bajo sus pies, respondiendo a su rabia.
—Entonces también tendrás que borrar al jardín, porque él también nos eligió.
Las hojas se alzaron como lanzas doradas.
El Guardián giró su rostro hacia ellas, impasible.
—Ya está muriendo..Cada beso que compartieron fue un veneno..Cada promesa, una herida. Y tú dijo mirando a Lucien eres la daga final que lo matará todo.
Lucien apretó los dientes. Dio un paso hacia adelante.
—No…
—Lucien, no —intentó detenerlo Ariadna— Él quiere provocarte.
Lucien la miró, y en esa mirada estaba todo: amor, miedo, deseo, furia, adoración.
—No puedo dejar que hable de ti así —dijo—
No puedo dejar que te llame pecado cuando eres lo único santo que tengo.
Ariadna le tocó el rostro..Sus dedos temblaban, pero su voz era firme.
—Entonces no luches con él desde la rabia.
Hazlo desde el amor. Que tu corazón sea tu espada.
El Guardián rió.
—Qué patético. El amor no corta.
Lucien cerró los ojos. El aire se volvió pesado. Cuando los abrió, la bestia brillaba detrás de su mirada. Pero su voz era la del hombre.
—No corta, es verdad. El amor quema.
Y avanzó. El impacto fue brutal. Dos fuerzas iguales, dos almas idénticas, chocando entre fuego y raíces vivas. El suelo se partió, el cielo rugió, la luna sangró sobre ellos.
Ariadna gritó su nombre, pero su voz se perdió entre los truenos. Solo podía ver destellos dorados y negros, las dos versiones de Lucien fundiéndose en una danza de furia y deseo. El Guardián lo derribó. Lucien cayó de rodillas, jadeando. El reflejo se inclinó sobre él, su mano convertida en garra.
—No eres digno de tener su amor.
Lucien escupió sangre y sonrió.
—Por eso lo valoro.
El Guardián lo tomó por el cuello. Ariadna corrió hacia ellos. Una raíz surgió bajo sus pies, impulsándola hacia el aire..Saltó, sus manos extendidas, y cayó entre ambos, empujando al Guardián con una ráfaga de luz. El impacto la lanzó contra el suelo. Lucien se arrastró hacia ella, desesperado.
—Ariadna, no —su voz era un gemido, un rezo— No te atrevas a morir por mí otra vez.
Ella sonrió débilmente.
—No te estoy salvando, Lucien. Solo te estoy recordando por qué vale la pena vivir.
El Guardián rugió, levantándose. El jardín entero se iluminó. Raíces, pétalos y fuego formaron un muro entre ellos y la criatura.
Ama. Hasta el final. La voz del jardín resonó.
Lucien se arrodilló junto a Ariadna. Sus manos temblaban cuando la alzó. Ella le tocó la mejilla, dejando una mancha de sangre en su piel.
—Si mueres… —susurró él— yo destruiré el cielo.
Ariadna acarició sus labios con los dedos.
—Entonces hazlo conmigo viva. Hazlo amándome.
Lucien la besó.
Fue un beso desesperado, dulce, violento. La unión de dos corazones condenados que preferían incendiar el mundo antes que separarse. Alrededor de ellos, el fuego del jardín se volvió dorado. La tierra tembló. El Guardián gritó de rabia cuando las raíces se enredaron en sus piernas, inmovilizándolo. Lucien se separó de ella, su frente contra la suya.
—Dime que me recuerdas.
—Siempre. Y si olvidas quién eres te lo recordaré con mis besos.
Lucien sonrió apenas. Su cuerpo comenzó a brillar. La luz dorada se expandió desde su pecho, como si su alma se abriera paso por primera vez. El Guardián rugió, intentando liberarse..Pero las raíces lo arrastraban hacia la tierra. Lucien se puso de pie. Su voz resonó entre el fuego y la noche:
—No soy tu reflejo. Ni tu sombra. Soy lo que elegí ser.
Y con las manos desnudas, atravesó al Guardián con un haz de luz que emanó directamente de su corazón. El grito de la criatura se convirtió en un suspiro, en un gemido y luego en silencio. El fuego se apagó. Lucien cayó de rodillas. Ariadna corrió hacia él. Lo sostuvo entre sus brazos.
—Lucien…
Él la miró, con los ojos aún brillando, pero tranquilos.
—Ya terminó.
Ella negó con la cabeza, lágrimas resbalando por sus mejillas.
—No, amor. Apenas empieza.
Lucien sonrió débilmente. Su mirada subió hacia el cielo. La luna había vuelto a ser blanca. El Rey apareció entre la neblina, caminando sobre el jardín destruido. Su capa arrastraba las flores muertas.
—Hermosa tragedia —dijo— Pero la historia aún no termina.
Lucien intentó incorporarse. Ariadna lo abrazó con fuerza. El Rey levantó un pergamino. El sello del cielo brilló.
—Por decreto divino… —anunció con voz solemne— la mujer que despertó el amor prohibido deberá pagar su precio.
Ariadna sintió el aire helarse. Lucien gritó, pero la luz cayó sobre ella antes de que pudiera tocarla. El cuerpo de Ariadna se desvaneció en sus brazos.
—¡NOOO! —rugió Lucien, cayendo al suelo, con la marca brillando furiosa en su pecho.
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Editado: 07.11.2025