El Jardín Del Pecado

La Memoria de las Almas

La nieve seguía cayendo sobre París. Lucien no apartaba la mirada de Adriana..Sus ojos dorados reflejaban la luna como si guardaran siglos de tormenta. Ella respiraba agitada, una mano sobre el pecho, donde el ardor invisible de la marca florecía de nuevo.

—¿Qué me hiciste? —susurró ella, retrocediendo un paso.

Lucien la siguió, con la calma de quien teme asustar a una criatura sagrada.

—Nada que no hubieras pedido antes —respondió con voz baja— Solo te amé.

Adriana negó con la cabeza.

—No te conozco.

—Pero tu alma sí. Y eso es todo lo que importa.

Ella lo miró, confundida..Había algo en su mirada que la aterraba tanto como la atraía: devoción y peligro en partes iguales. El amor de un hombre y la promesa de un dios. Esa noche, los sueños regresaron. Adriana despertó gritando, con lágrimas recorriéndole el rostro. Había visto un castillo cubierto de espinas, un beso bajo la nieve, un hombre muriendo en sus brazos. Y su voz. Esa voz que ahora conocía.

Aunque el mundo se repita mil veces en cada una te amaré.

Al amanecer, fue a buscarlo..Sabía dónde encontrarlo. Siempre lo supo. Lucien estaba en el mismo lugar donde la vio por primera vez:.la librería, cerrada, la nieve acumulada sobre los escalones. Él no parecía sorprendido de verla. Como si supiera que, tarde o temprano, su alma lo recordaría.

—Soñé contigo —dijo ella, sin rodeos.
Lucien sonrió, triste.

—Yo nunca dejé de hacerlo.

Ella respiró hondo.

—Éramos otros. Vivíamos en otra época. Y había un jardín.

Lucien asintió, sin apartar la mirada de sus ojos.

—El Jardín del Pecado. Nuestro hogar y nuestra condena.

Adriana se estremeció.

—¿Por qué siento que te amo y te odio al mismo tiempo?

Él dio un paso hacia ella.

—Porque el amor real siempre destruye algo.
Y el nuestro… destruyó al cielo.

Sus palabras la dejaron sin aire. Una lágrima cayó sobre la nieve. Lucien extendió la mano y la limpió con la yema de los dedos. El contacto fue suficiente. Un estallido de recuerdos inundó su mente: la marca, el beso, el Rey, la guerra, el fuego del jardín.

Cayó de rodillas, jadeando. Lucien se arrodilló frente a ella, tomándola por los hombros.

—No luches contra ello —susurró— Déjalo regresar. El alma siempre recuerda el camino al amor.

Horas después, estaban juntos en su apartamento. La ciudad dormía. Lucien observaba la ventana, la nieve cayendo, el resplandor de los autos abajo. A su lado, Adriana dormía profundamente, exhausta por los recuerdos que despertaban.

Lucien acarició su rostro con reverencia.
Ella era la misma y, al mismo tiempo, una nueva flor. Más humana, más pura más suya. Pero el miedo lo corroía..Sabía que si el amor despertaba completamente, el Rey lo sentiría..Y vendría. El sonido de su respiración lo calmaba. Durante siglos, había soñado con ese silencio. Sin embargo, el amor era su maldición, y la ternura su castigo.

—Ariadna… —susurró, apenas tocando su cabello— ¿Hasta cuándo nos dejarán amar?

Una lágrima cayó de sus ojos dorados.
Era de fuego. Adriana despertó sobresaltada..Lucien estaba de pie junto a la ventana, con el torso desnudo, la luz de la luna dibujando las marcas que recorrían su piel..Se veía tan hermoso que dolía.

—¿Por qué no duermes? —preguntó ella, cubriéndose con la sábana.

Él sonrió con tristeza.

—Los inmortales no soñamos, amor. Solo recordamos.

Ella se acercó.

—¿Qué recuerdas?

Lucien bajó la mirada.

—El día en que prometí que no volvería a perderte. Y la noche en que volví a hacerlo.

Adriana se quedó en silencio. Él extendió una mano. Ella la tomó. Lucien la acercó despacio, hasta que sus cuerpos se rozaron.

—Si el destino nos separa otra vez —susurró él, rozando sus labios con los de ella— prométeme que seguirás buscándome.

Ella sonrió débilmente.

—No sé cómo.

—Tu alma sí sabe —dijo él, y la besó.

Fue un beso profundo, lleno de siglos de dolor y ternura. El aire alrededor cambió..La marca en el pecho de Lucien brilló. Y sobre el pecho de Adriana, la flor invisible volvió a florecer. Ambos lo sintieron: el jardín estaba despertando. El suelo tembló. Las luces de la ciudad parpadearon. Y una voz resonó, antigua, furiosa.

Desobedecen otra vez…

Lucien se separó bruscamente del beso, mirando por la ventana. Una sombra gigantesca cubría la luna. Una figura con capa, cruzando el cielo. El Rey. Lucien apretó los dientes.

—Nos encontró.

Adriana lo miró, temblando.

—¿Qué va a pasar ahora?

Él la tomó del rostro. Su voz fue fuego contenido.

—Ahora, amor mío, el infierno va a aprender lo que es perder una vez más.

La ciudad entera se apagó. Desde el suelo, raíces negras emergieron, rompiendo el asfalto. Las flores del viejo jardín brotaron entre los edificios. El cielo se volvió rojo. Y en medio del caos, una risa retumbó por toda París.

Entonces que florezca el pecado una última vez.

Lucien tomó la mano de Adriana. Ambos se miraron con amor y miedo. Él susurró, apenas audible:

—Esta vez, no será el cielo quien decida.
Será el amor.

Y juntos, bajo la luna roja, dieron el primer paso hacia la guerra que pondría fin a todas las maldiciones.




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