El cielo rugía como una herida abierta. París ardía en rojo..Las raíces del antiguo jardín atravesaban los edificios, buscando el aire, la luz, el amor que las había creado siglos atrás.
Lucien sostenía a Adriadna entre sus brazos mientras el viento los envolvía. El Rey descendía desde el cielo, su capa ondeando como una noche viva, su mirada fría como un dios cansado de la belleza humana.
—¿Otra vez? —su voz retumbó por toda la ciudad— ¿Otra vez desafían mi voluntad?
Lucien avanzó. Ya no era solo hombre ni bestia. Era ambas cosas, fusionadas en una perfección imposible. Su corazón dorado latía con fuerza bajo la marca que Ariadna le había dejado. El amor lo hacía temblar pero también lo hacía invencible.
—No —respondió, su voz firme como un juramento— No desafiamos tu voluntad.
Destruimos tu mentira.
El Rey sonrió con tristeza.
—¿Crees que el amor te salvará?
Lucien tomó la mano de Ariadna, entrelazando sus dedos con los de ella.
—No. El amor no salva. Pero nos hace libres.
El Rey levantó una mano. Del cielo descendió una lanza de luz, pura, incandescente. Lucien la detuvo con su brazo, el impacto arrancándole un grito que desgarró la noche. Ariadna corrió hacia él, tomándolo por la espalda, su pecho contra el suyo, su corazón latiendo al mismo compás.
—Lucien… —susurró— no luches solo. El jardín responde a nosotros. Juntos podemos romperlo.
Lucien la miró, temblando.
—Si lo haces… morirás conmigo.
Ella sonrió, con lágrimas en los ojos.
—Entonces moriremos siendo lo que siempre debimos ser.
Juntos alzaron las manos. La marca en el pecho de Lucien se encendió, y sobre el corazón de Ariadna floreció la misma luz.
Dos almas.nUn mismo fuego. El jardín rugió. Desde las entrañas de la tierra, una oleada dorada ascendió, cubriendo la ciudad con raíces y pétalos incandescentes. Las flores estallaron en fuego. Las espinas se convirtieron en alas. El Rey retrocedió, su rostro deformado por la furia.
—¡No pueden destruir lo eterno! —gritó.
Ariadna alzó la voz, su mirada fija en él.
—El amor también es eterno… pero tú lo olvidaste.
Su cuerpo comenzó a brillar. Cada recuerdo de su vida pasada, cada beso, cada lágrima, cada promesa, despertó dentro de ella.
Lucien la miró, y supo que la maldición estaba rompiéndose. El aire vibró. Los siglos se derrumbaron. El Rey intentó detenerlos, pero una raíz dorada lo envolvió, atrapándolo.. La tierra tembló bajo sus pies, el cielo se partió en dos, y el rugido final del jardín cubrió todo. La maldición se rompió con un estallido de luz.
Cuando el silencio volvió, el mundo era otro.
La nieve caía lentamente, ahora blanca. Las flores, cansadas de la guerra, se mecían suavemente bajo la brisa. Y en medio del jardín renacido, Lucien y Ariadna estaban de pie, rodeados por pétalos dorados. Él se acercó, su rostro cubierto de lágrimas.
Ariadna lo miró con ternura infinita.
—¿Terminó? —susurró ella.
Lucien asintió.
—Terminó. El Rey ya no puede tocarnos.
Ella lo abrazó, hundiendo el rostro en su pecho.
—Lo recordé todo —murmuró— Cada vida, cada muerte, cada beso. Y en todas te elegí.
Lucien cerró los ojos, apretándola con fuerza.
—Entonces no habrá más vidas, ni más muertes. Solo nosotros.
Ariadna levantó la cabeza, su frente contra la de él.
—Prométeme que si el mundo se rompe otra vez, me buscarás entre las ruinas.
Lucien sonrió, una sonrisa rota y feliz.
—No tendré que buscarte. Porque ya eres mi hogar.
Ella lo besó. Un beso suave al principio, y luego profundo, desesperado, eterno. El jardín respondió con un suspiro. Las flores se abrieron al unísono. La luna descendió un poco más sobre ellos. La voz del jardín los envolvió por última vez.
El pecado floreció y el cielo aprendió a amar.
Lucien se apartó apenas para mirarla. Sus ojos dorados ardían con una ternura que solo un dios enamorado podría sostener.
—Ni el Rey, ni los siglos, ni la muerte —susurró— Nada podrá separarme de ti. Juro ante el cielo que tanto nos temió que jamás volveré a dejarte.
Ariadna apoyó su cabeza en su pecho.
—Y yo juro que si alguna vez vuelves a caer,
seré la raíz que te sostenga.
Lucien sonrió, besando su frente.
—Entonces que el tiempo se detenga aquí,
en este jardín que solo existe por nosotros.
El viento sopló. Las flores danzaron..El Rey fue solo un recuerdo. Y el jardín del pecado se convirtió, por fin, en el jardín del amor eterno.
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Editado: 07.11.2025