El Jardín Del Pecado

Bajo la Luz del Nuevo Jardín

La nieve caía con suavidad sobre los jardines de la mansión Lesart, una construcción majestuosa de piedra blanca y ventanales góticos que se erguía en las afueras de París..Allí, donde antaño el fuego y las espinas habían cubierto la tierra, ahora crecían lirios, camelias y rosas que se mecían al compás del viento. Era un paraíso tallado en la memoria de quienes habían aprendido a amar entre ruinas. Dentro, el aire olía a vainilla, madera y calma.

Adriadna estaba sentada frente a la chimenea, con un libro abierto sobre las piernas. El fuego crepitaba, reflejando su brillo en sus ojos color miel. En su regazo dormía una niña, diminuta y perfecta, con mechones dorados que recordaban la luz del sol filtrándose entre las flores..Su respiración era un pequeño milagro; cada suspiro parecía decirle al mundo que la maldición había terminado.

A su lado, en una cuna tallada con motivos de hojas y estrellas, dormía el hermano gemelo: un niño de piel pálida y cabello oscuro, con las pestañas más largas que ella hubiera visto..Cuando los miraba, Adriadna sentía que el universo, por fin, había respirado en paz.

Lucien apareció en el umbral, con una bandeja de té y una sonrisa cansada. Su belleza seguía siendo la de siempre, pero ahora era más humana: sin el peso del dolor, sin el brillo maldito en sus ojos dorados. Solo quedaba el amor, y el orgullo silencioso de quien ha atravesado el infierno y ha vuelto para construir un hogar.

—Siguen durmiendo —susurró ella, alzando la mirada.

Lucien dejó la bandeja sobre la mesa y se inclinó para besarla en la frente.

—Quizás por primera vez el mundo nos da tregua —murmuró, su voz tan baja que parecía formar parte del fuego.

Ariadna sonrió, acariciando la manita de su hija.

—No puedo dejar de mirarlos. ¿Sabes? Cuando los sostengo siento el latido del jardín.

Lucien se sentó junto a ella y rodeó su cintura. Su mirada se perdió en las llamas.

—El jardín nunca murió, amor —dijo, con esa serenidad que solo él podía tener— Solo cambió de forma. Ahora crece en nosotros y en ellos.

Ella apoyó la cabeza en su hombro. Durante un largo rato no hablaron..El sonido del viento colándose entre las ramas era la única melodía en el aire.

Al caer la tarde, salieron al balcón. Desde allí se veía el inmenso jardín renacido: senderos de piedra blanca, fuentes antiguas restauradas, y un rosal dorado que brillaba bajo la luna. Era el mismo lugar donde, siglos atrás, la historia había comenzado. El mismo donde Lucien y Ariadna habían sellado su amor con fuego y sangre.

Lucien alzó a su hija en brazos; la niña abrió los ojos y rió, un sonido tan puro que hasta el viento pareció detenerse para escucharlo.
El niño, en los brazos de Adriadna, balbuceó algo ininteligible y estiró la mano hacia las estrellas. Lucien los miró, y por un momento, vio reflejado en ellos todo lo que había perdido y todo lo que había recuperado.

—¿Has pensado en los nombres? —preguntó ella, mientras una sonrisa suave curvaba sus labios.

Lucien asintió, mirando el cielo.

—Él será Elian, por la luz que nos guió de vuelta —susurró— Y ella Lyra, por la melodía que solo tú puedes escuchar.

Ariadna rió suavemente.

—Elian y Lyra nuestros pequeños milagros.

Lucien la observó en silencio.. Era tan hermosa que dolía. Sus ojos tenían la calma del amanecer, y su sonrisa, la fuerza de todas las promesas cumplidas..A veces, incluso ahora, no podía creer que fuera real. Que el infierno hubiera terminado.

Esa noche, cuando los niños dormían, Lucien la llevó al jardín..Las flores brillaban con luz propia, suaves, eternas. En el centro, justo donde antes había un altar de piedra, ahora crecía un rosal de oro y escarlata..Ariadna lo miró, con lágrimas contenidas.

—Aquí empezó todo —susurró.

Lucien tomó su mano.

—Y aquí terminará, si el destino vuelve a tentarnos. Pero hasta entonces solo existirá esto. Nosotros. Nuestro amor.

Ella se volvió hacia él..El viento jugaba con su cabello.

—No tengo miedo —dijo— Ya no hay maldición, ni Rey, ni oscuridad que pueda rompernos.

Lucien acarició su rostro..Sus dedos temblaban, pero su mirada era pura adoración.

—Júrame algo, Adriadna —pidió— Si alguna vez el mundo vuelve a girar contra nosotros, si el tiempo intenta separarnos, búscame entre las flores. Siempre estaré esperándote allí.

Ariadna lo abrazó, hundiendo el rostro en su pecho.

—Y tú prométeme que si vuelvo a olvidar,
si la vida me borra la memoria, me encontrarás y me harás recordar. Aunque el mundo te odie por hacerlo.

Lucien sonrió, con esa tristeza bella que nunca lo abandonaba.

—Te lo juro, amor mío..Una y mil veces. Hasta que el cielo aprenda que el amor no es pecado.

La besó. El rosal dorado floreció detrás de ellos. Una brisa cálida los envolvió. Y por un instante, el jardín entero volvió a cantar.

Al amanecer, Adriadna despertó junto a él.
El sol se filtraba por las cortinas, tiñendo el cuarto de un tono ámbar..Lucien dormía con el brazo sobre su cintura, los labios curvados en una sonrisa tranquila. Sus hijos dormían en la habitación contigua, soñando entre los latidos del hogar más antiguo del mundo: el amor.

Ariadna se quedó observándolo, en silencio.
Recordó cada vida, cada muerte, cada promesa. Y supo que, por fin, el ciclo había terminado. No había castigo..No había huida. Solo la paz de un amor que había sobrevivido a los dioses.

Al caer la noche, los cuatro estaban juntos en el jardín. Elian dormía sobre el pecho de su padre; Lyra jugaba con los pétalos de las flores. Ariadna apoyó la cabeza en el hombro de Lucien. Él besó su frente.

—El amor que creímos un pecado se convirtió en bendición —dijo él, mirando el cielo estrellado.

Ariadna sonrió, y en su voz había certeza.

—Porque aprendimos que el amor no se pide permiso… se conquista.

Lucien la abrazó más fuerte. Y el jardín, como si los escuchara, floreció de nuevo. Las rosas negras se tornaron blancas. Las raíces que antes eran cadenas, ahora eran raíces de vida. El viento llevó un susurro sobre ellos:




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