El jardín espinado

Prólogo

Nathan, cansado de su largo día de clases en el bachillerato, llegó como era costumbre a la casa de su viejo amigo Nate, mismo que parecía estar muy pensativo a cómo era costumbre, postrado en uno de los sillones de su sala, en soledad.

El adolescente, intrigado por lo que estuviera pensando el anciano, decidió no interrumpirlo y acudió a sentarse frente a él con una bebida fría en mano, sorbida aquella desde un popote plástico.

Nate, sumergido en sus pensamientos, tenía la mirada perdida y el semblante apretado. Se notaba que lo que le mortificaba no le permitía entrar en contacto con su alrededor, al menos no de manera tan fácil. Se notaba preocupado y hasta arrepentido, y hubiera seguido así de no ser porque se escuchó un ruido que provino del envase vació de la bebida de Nathan, acción que el joven hizo a propósito para llamar la atención del mayor.

Al ver a su invitado, Nate vio que aquel tenía las mejillas sumidas, su boca hecha «o» con la pajilla dentro y los ojos clavados en él, curioso.

—¿Ya? —preguntó Nathan, desvergonzado.

—¿Ya qué, grosero?

—Que sí ya saliste de tu limbo mental. Estabas bien clavado, anciano —expresó el joven al dejar el recipiente vacío sobre la mesa de centro, lugar en donde descansaba la copa y botella de vino de Nate.

—Perdona, es que hay un asunto que me ha dejado pensando demasiado. —La expresión del anfitrión volvió a ser pensativa, cubierta su boca por su mano.

—¡Ey! No vuelvas allá. Quédate conmigo, hombre.

—¿Te molesta? Trato de ayudar a alguien, ¿sabes? No soy cómo tú que no tiene nada qué hacer en todo el día.

—¡Yo tengo cos…! Espera, ¿pasó algo nuevo e interesante recientemente? —La expresión alegre del estudiante provocó que el viejo girara los ojos, fastidiado.

—No puede ser.

—¡Cuéntame, desgraciado! Hace mucho que no hablamos de chismes.

—¿Por qué te interesan tanto lo que le pasa a los demás? ¿No tienes vida propia o qué?

—Pues a mi me encanta el chisme, me dicen «la metiche». ¿Quién mejor para saberlo todo y lo mejor del mundo que Nate Raysky?

—¡Ja! ¡Tonterías! —expresó el anciano al tomar su copa y verterle vino, girada la copa con el licor, impregnado el hombre de la fragancia y sorbido un trago del líquido—. Te he de advertir que esta historia es más larga y compleja de lo que te he contado de otras. Si de verdad quieres escucharla, debes prometer quedarte callado hasta que termine de hablar. Puedes perderte detalles si me interrumpes como siempre. —Dicho eso, Nathan hizo un guiño con su mano en su boca que indicaba como si la hubiera cerrado con una bragueta. —¡Bien! Primero, un poco de contexto. Vamos a remontarnos un poco al pasado de una de las partes. Ahí es donde todo empezó en realidad —dictó el viejo, cuyas palabras pronto se volvieron imágenes para el alegre Nathan.




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