El jardín espinado

Primer Relato: Decepción

Todo comienza hace ya ocho años atrás. Mattias es el nombre de nuestro pequeño protagonista. Era un muchacho callado, tímido y bueno. Tenía calificaciones promedio, pocos amigos y una apariencia ordinaria, con algo de sobrepeso.

Mat, como sus cercanos lo llamaban, pasaba las horas del receso en la escuela leyendo comics o jugando con su teléfono móvil, siempre distraído de los alrededores y los demás. Quienes se reunían con él hacían lo mismo, o lo conocían porque eran vecinos.

Para ser honestos, sí era un muchacho bastante raro e incomodo de tener cerca. Torpe, sin contacto visual y con una expresión de temor cada vez que alguien le dirigía siquiera la palabra. Todo un caso.

Las cosas para él iban normales, hasta que llegó a la escuela secundaria. Ahí, la mayoría de sus amistades se fueron a otros colegios, por lo que se quedó solo, a la par que un evento le cambiaría por completo sus intereses y forma de ver la vida.

En el grupo que fue asignado en primer año, conoció a Madison, la joven más bella que haya visto jamás. Era alta, de piel resplandeciente, cabello sedoso y aroma cautivante. Parecía una princesa, una doncella, una modelo a los ojos del chiquillo moreno que la vio entrar al lugar junto sus amigas el primer día de clases. El problema, como es normal, es que no fue el único en darse cuenta de su presencia.

Al parecer, Madison no siempre fue una chica con una belleza así de espectacular. La pubertad y las vacaciones le hicieron un favor y quienes ya la conocían habían quedado más impresionados todavía, pero nadie tanto como Mat, que moría por siquiera poder hablarle. Pero, ¿cómo?

El adolescente tenía todas las cualidades para alejar a las chicas de él. No había forma alguna en la cual la casi modelo, a su parecer, pudiera voltearlo a ver sin hacer un gesto parecido al de estar oliendo el drenaje. A percepción de jóvenes adolescentes, era imposible que Madison se fijara en él. Cosa que no lo hizo rendirse del todo.

Sí, Mat veía desde lejos a Madison, enamorado. Su corazón se aceleraba al verla sonreír, al escucharla hablar y se emocionaba cuando pasaba cerca de su asiento, impregnado de su perfume de cereza que tanto lo volvía loco. Por consecuente, el chico se dio cuenta de un par de cosas. Entre ellas, que la chica era pésima en matemáticas.

Razón por la cual se empeñó en aprender tanto de la materia hasta volverse diestro y ofrecerse a todos enseñarles lo que no entendieran. Algo que un día dijo al aula entera al pasar al frente, en voz alta, llamada la atención de los presentes, quienes se burlaron de él de inmediato. No obstante, una chica y dos muchachos se acercaron a él a pedir ayuda.

En un inicio el joven no quiso proseguir, se sentía humillado y lo había hecho para que Madison se acercara, pero no fue así. «¡Qué estúpido! Seguramente ella iba a querer una asesoría de un tonto cómo yo», pensó al momento.

Al final del día, accedió a enseñarles a los chicos que le pidieron ayuda, como dijo, cosa que los acercó bastante. Se había hecho de un grupo de amigos sin darse cuenta.

El final del año llegó sin más eventos interesantes. Madison pasó raspando sus materias. No sólo era mala en matemáticas, sino en todas las clases. No era porque fuera tonta, sino que ya no le interesaba estudiar en lo más mínimo. Pasó de ser una chica aplicada a una floja.

Por su parte, sin darse cuenta, Mat terminó como el segundo lugar de la clase. Algo que sus padres semi celebraron y lo que le enseñó que podía llegar alto si se esforzaba. Eso le dijo, de alguna manera, que podría alcanzar a Madison si no se rendía.

Por desgracia, en segundo año no tocaron en el mismo salón, así que verla fue mucho más complicado. Eso le dio pauta a poner más atención en clase y a sus tres amigos que sí pudieron seguirlo en el mismo grupo. Fue así cómo Mat terminó cómo primer lugar de clase, con su corazón tatuado de la chica que, con el tiempo, se volvía más atractiva para él.

Tercer año fue una prueba de fuego. Una vez más, ambos chicos estaban en el mismo salón. No obstante, ahora Mat era el representante de grupo, por lo que era más fácil acercarse a la chica. Para desgracia del joven, la adolescencia también le había hecho cambios a él. Tenía frenillos, espinillas y engordó un poco más. Por lo menos había crecido, algo que consideraba bastante bueno.

Un día, cuando la profesora en turno le encargó a Mat darles copias a sus compañeros, el chico se armó de valor y, cuando le dio las suyas a Madison en un momento que ella estaba sola, le propuso algo.

 —H-hola, Madison —dijo apenado y tembloroso.

—Hola, Mattias. ¿Qué pasó? —preguntó la chica, cortante y con un rostro de molestia, cosa que Mat sólo veía cuando hombres cómo él y los profesores le hablaban a la chica.

—Te tra-traje tus copias de la clase de historia. —A pesar de ver lo nervioso que estaba, la joven sólo se cruzó de brazos, torció la boca y estiró su mano en señal a que le diera las hojas, molesta. Mat, apresurado, le entregó los papeles y le sonrió, arrebatados estos por la chica.

—¿Son todas?

—Sí, bueno… —En este momento, Mat se armó de mucho valor, respiró profundo e hizo algo que nunca pensó que se atrevería a hacer. —Si tienes dificultades con alguna materia, puedo darte asesoría gratis. Cuando quieras —soltó el joven, con su corazón a nada de salírsele del pecho y con una respiración bastante agitada.

Madison se quedó estupefacta, con un rostro que denotaba un asco profundo y respondió ante la oferta de su compañero.

—Estás loco si crees que aceptaría la ayuda de un tonto cara de sapo cómo tú. —Dicho eso, la joven se dio la vuelta y se fue.

El corazón de Mat estaba roto. Por primera vez, se sintió destrozado, mas no porque le hayan insultado, sino porque sentía que la joven tenía razón.

El chico se vio al espejo y pensó mil veces: «¿Quién sería capaz de salir con este sapo asqueroso?». Las lágrimas caían de su rostro y toda esa noche la pasó en vela buscando en internet como deshacerse de su acné, hasta hallar que la clave no milagrosa era comer un poco más sano. Por ello, el chico decidió hacer dieta sana.




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