El jardín espinado

Sexto Relato: Ayuda

—¿Qué hay hoy? —preguntó Nathan ya en casa de Nate, mismo que parecía serio otra vez. Aunque al escuchar al joven, sonrió.

—Hoy vamos a entrar en territorio peligroso. Nos dimos cuenta que ya empiezan a saber más el uno del otro, pero sin secretos revelados. Sin esto, uno no puede sentirse en realidad cerca del otro. Eso está por verse —comentó el viejo, iniciada de inmediato con la historia.

La vida trabaja de maneras extrañas. Es algo que he tratado de no creer durante mi estancia en lo que llamamos «realidad», pero luego escucho estas anécdotas y me pregunto: ¿cómo es posible que esto pueda suceder nada más así? La realidad supera por creces las expectativas.

Habían pasado días del podcast donde Nolan había hablado de sus sentimientos sobre el amor, lo cual tenía un tanto extrañado a Mat, curioso por entender qué le había pasado a su nuevo amigo, mas él no era una persona en especial chismosa o muy interesada en esos asuntos como para ir preguntando o investigar a fondo como tal para descubrirlo. Si se daba la oportunidad, hablaba de eso con la persona y ya, y era lo que esperaba.

Lo gracioso es que no sabía que la oportunidad de hacerlo estaba muy próxima, servida en bandeja de plata para él.

Mat tuvo que quedarse en la tienda en el turno nocturno para cubrir parte del inventario. En teoría podría irse cuando terminaran, pero eso sería a altas horas de la madrugada, por lo que el transporte público estaría deshabilitado y no habría forma de que regresara a casa, sólo por aplicación de taxi, algo costoso por la zona peligrosa en la que vivía. Así que era mejor quedarse en la farmacia doblando turno hasta que amaneciera, cosa que no le pagaban, por lo que no hacia otra cosa más que estar en su celular perdiendo tiempo.

Por obvias razones, atendían por ventanilla. Ya no se permitía a los clientes entrar. Estos debían tocar la puerta y esperar a ser vistos, algo que era costumbre por las personas de la noche ignorar, ya sea por miedo a ser asaltados o por mera flojera de tener que lidiar con personas raras o ebrias.

Tal fue el caso de la noche, en donde un par de veces tocaron a la puerta y las personas en turno, en sus lugares, sin hacer nada o sacando otro tipo de trabajo, decidían ignorar a los clientes. Aquello en un inicio Mat lo ignoró, sólo girando los ojos y moviendo su cabeza de manera ligera de izquierda a derecha en desaprobación. No obstante, llegó un punto en donde tocaron tanto que lo desesperó, porque tampoco era tan tarde como para que ni siquiera revisaran de quién se trataba y no tenían la mínima intención de atender a uno sólo. Parecía que nunca lo iban a hacer sin importar qué.

—¿No van a checar quién es?

—¿Para qué? —preguntó uno de los cajeros, el cual estaba revisando su celular de manera descarada.

—Somos una farmacia que atiende todo el día. Para eso.

—No, yo no voy a abrir. ¡Qué flojera! Pinche gente, ¿por qué vienen a esta hora? —Se quejó el hombre sin siquiera hacer contacto visual con Mat.

—No mames. ¿Qué tal si necesitan algo con urgencia? ¿Una medicina o algo así?

—¡Que se esperen a la mañana! ¡Eso les pasa por no venir temprano!

—¡Wey, literalmente estás haciéndote pendejo desde hace una hora! ¡No mames!

—¡Si tanto te importa, atiéndelo tú, puta madre! ¿Quién chingados te crees? Pinche mocoso. —Mat, molesto, pensó en darle un golpe al sujeto, puesto de pie y dirigido hacia él, pero escuchaba el toque insistente de la puerta y prefirió tomar las llaves e ir a ver quién era para acabar con su aburrimiento, descubierto algo que no esperaba.

—¿Nolan? ¿Qué pedo? ¿Qué haces aquí a esta hora?

—¡Ey! ¡Mat! ¿Tienes galletas «Emperatriz» de nuez? —preguntó el hombre casi cayendo, se notaba que estaba alcoholizado, o al menos eso parecía.

—¡Te pasas! ¿De dónde vienes o qué? ¿Tienes peda en tu casa?

—¡No, no! —respondía con una voz graciosa y lenta, sostenido de la puerta—. Fui a ver a una amiga, cumplió años. Pude salir, pero ando así. ¡Je, je, je! —expresó el hombre, cosa que, a pesar de su mal estado, se veía bastante lindo.

—No manches, deja traerte las galletas. —De inmediato, Mat tomó dicho producto y se lo entregó a su amigo, al cual se le cayó de las manos al estar en dicho estado, preocupado el joven por eso.

—Gracias, Matty. Deja te pago…

—Mañana me las pagas. Regresa a casa y descansa. Hace frío, no es bueno que andes en la calle tan tarde.

Chi, gracias, pequeño grandote. —Luego de eso, Nolan dio tres pasos y casi se cae al suelo, lo que alarmó a Mat, abierta la puerta del establecimiento para ir a sujetar al adulto, mismo que sólo rio ante la escena vergonzosa. —¡Fuuuu! Me caigo, aiudaaaa —emitió sonriente el ebrio.

—¡Con un…! No puedo dejarte irte así. No te muevas, bobo —ordenó el joven para regresar la tienda, cerrar desde afuera y arrojar dentro las llaves, lejos del alcance de cualquier intruso.

—¿Qué haces? ¿Cómo entrarás ahora?

—No lo haré. Te llevaré a casa —explicó el muchacho, negado el borracho ante eso.

—No, te van a «reñagar» por eso. —Mat rio al escuchar eso, sostenido su amigo al momento.

—¡Ni siquiera puedes hablar bien! No importa que me digan, no voy a dejarte aquí en este estado. ¡Vámonos! —Esa declaración le creó una grata sonrisa en el rostro a Nolan, quien se sostuvo del chico alto para ir dando pasos dispares hasta que se encaminaron a su casa, entre risas y zangoloteos hechos adrede gracias a su estado.

Al arribar a la casa del mayor, Mat se dio cuenta que la puerta estaba abierta, sin llave ni nada, cosa que lo mortificó de inmediato, temeroso a haber sido invadida por algún ladrón o malhechor.

—¿Dejaste la puerta abierta? —preguntó impresionado y algo molesto, pensativo el ebrio a ello.

—¡Mmm! No me acuerdo. No che —expresó el hombre, sentado en la mecedora que estaba en la entrada con cuidado por el joven.




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