El jardín espinado

Décimo Relato: Adelante

La tarde llegó tan pronto que al mismísimo Nate le pareció un parpadeo. Sentía que, al igual que su joven amigo, él también estaba ansioso por continuar con la historia, mas que nada porque deseaba saber qué era lo que opinaba Nathan sobre el desenlace de todo y cómo es que lo manejó para quien le contó la anécdota.

El adolescente, por su lado, llegó como siempre al lugar, saludó y se acomodó en el sillón, visto el rostro serio de su amigo y la tensión que lo rodeaba.

—¿Todo bien?

—Sí, es sólo que estamos a punto de llegar al final. ¿Estás listo?

—¿Hoy llegaremos?

—No.

—¡Ay! ¡Qué fastidio! Pues está bien —declaró el joven, recargado en el mueble donde estaba—. Estoy disfrutando mucho de este chisme. Me pondré algo triste cuando se acabe. —Nate sonrió al oír eso, respondido de inmediato.

—Yo también. —Luego de eso, la historia continuó.

Toda la noche los chicos se la pasaron acurrucados, sujetos el uno al otro sin interrupción alguna. No obstante, Nolan es una persona que se mueve durante la noche, por lo que se acomodó múltiples veces en los brazos de Mat, mismo que despertó en dos ocasiones para empatar y abrazar bien a su amigo, cosa que le traía mucha paz, además de calidez.

Amaneció, y cuando la alarma del móvil de Nolan sonó, ambos hombres se despertaron, posicionados en forma de «cucharita» como dicen, quedado atrás Mat.

Al principio no hubo ningún inconveniente, hasta que, al moverse un poco, el anfitrión tanto como el menor se dieron cuenta de un pequeño detalle que le sucede a los hombres en la mañana, cosa que estaba pegado al cuerpo de Nolan desde un inicio y que, de manera despistada, Mat quitó la instante al voltearse boca arriba, estirarse y bajar una de sus manos para acomodar dicho «detalle» en favor a que no se notara a simple vista, igual levantada una de sus piernas.

—¡Buenos días, Nolan!

—Buenas, Mat —mencionaron ambos un tanto incomodos, sentado el mayor ahí en la cama, sentido el frío que rodeaba la habitación—. ¡A la madre! Hace un chingo de frío. ¿A cuántos grados estamos?

—Estamos bajo cero y sigue la lluvia algo fuerte —destacó el menor, señalada la ventana, por donde ambos vieron que estaba el clima más calmado, más había una ligera capa de hielo en el cristal que los separaba del exterior.

—¡No te pases! ¡Mira! Se han suspendido actividades por el clima extremo. No hay transporte todavía, pero al menos ya hay internet.

—Voy a mandar mensaje a mi familia. Me han estado marcando desde hace rato, pero había apagado el cel.

—Anda, yo iré a hacernos de desayunar. Será mejor que te quedes en la cama. No tengo ropa de invierno o algo que te quede bien, que te cubra. Está muy feo el frío como para que andes así en la casa.

—Sí resisto. Estos me defienden. —Al decir eso, Mat flexionó su brazo y mostró su gran bíceps, lo que le hizo girar los ojos a Nolan, decepcionado.

—¡No seas ridículo y quédate ahí! —pidió el hombre al colocarse más ropa encima, acción que le hizo tener un pequeño escalofrió.

—¿Acaso no sentiste el calor que dan anoche? —Ese comentario sonrojó a Nolan y arrojó una prenda que tenía en mano al chico en la cama, provocado que aquel riera por ello, juguetón.

—Tonto, quédate ahí. Vuelvo en un rato —mencionó el mayor y caminó fuera de la habitación, escuchado por Mat cómo se quejó del frío que hacía en el exterior del cuarto. Eso le provocó al menor denegar con la cabeza, sonriendo.

—¿Bueno? —dijo Mat al oír como contestaban el teléfono del otro lado—. Hola, estoy en casa de un amigo que vive cerca de la farmacia. ¿En serio? ¿Hubo heridos? ¡No mames! No, no estoy ahí. Estoy cerca, pero me fui antes que cayera, cuando se fue la luz. Sí, apenas vamos a desayunar, no te preocupes, mi amigo tiene comida y todo. Me prestó ropa y ando bien. Si hay transporte, me regreso a la casa, sino hasta mañana. No, no creo que le incomode. Igual, cualquier cosa te aviso. Anda, mamá. ¡Adiós! —Mat colgó más tranquilo, puesto de pie, descalzo, por lo que fue hasta el cajón de donde Nolan sacó los calcetines, notado que eran algo pequeños, más sí le cubrían los pies, así que se colocó un par y bajó.

En la cocina, el anfitrión preparaba el desayuno, dicho empezaba a oler muy bien, a la par que calentaba un poco el área. Al poco tiempo, Nolan escuchó cómo bajaba el menor, lo que le hizo enojar.

—¡Qué terco eres, niño!

—Perdona, quería hacerte compañía. Además, la estufa calienta aquí cerca. Estaré bien —alegó el estudiante, nacida una risa tierna en el rostro del mayor.

—¡Esta bien! No te alejes, por favor —pidió Nolan, puesta su mirada en lo que hacía para no causar un accidente.

—Oye, ¿en qué trabajas?

—Soy arquitecto, pero laboro en casa. Entrego diseños y planos por encargo a la empresa donde trabajo. Es del extranjero, por eso no salgo —explicó el joven, asombrado Mat por ello.

—¡Qué chingón! ¡Ojalá tenga un trabajo así cuando me gradúe!

—¿Qué estudias?

—Leyes. —La respuesta hizo reír mucho a Nolan y molestó a Mat. —¿Qué traes, chisqueado?

—¿Cómo piensas defender a tu cliente desde casa? ¿O piensas ser otro tipo de abogado?

—Tienes razón, quisiera ser abogado defensor. Es lo que siempre he querido —explicó el joven luego de un suspiro, cruzado de brazos y retirada su vista hacia el patio, donde notó algo extraño.

—¿Por qué tan callado?

—¿Qué hay allá? —preguntó Mat, a lo que Nolan dirigió la mirada, lograda una pequeña sonrisa al instante.

—Es mi invernadero. Además de mi jardín normal, podría decirse que tengo otro ahí dentro para otro tipo de plantas.

—¿Qué tipo?

—¿Quieres verlas? —La oferta alegró al curioso, respondida la pregunta con una afirmación.

Una vez que ambos hombres terminaron de desayunar, Nolan le prestó unas sandalias a Mat para que pudieran salir, cubiertos por un paraguas ambos, introducidos dentro del invernadero tan pronto pudieron.




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