El jardín espinado

Décimo segundo Relato: Fidelidad

—Entonces… ¿Lo hicieron? —preguntó Nathan, lo que decepcionó al mayor.

—No, sólo se abrazaron desnudos. ¡Por supuesto que lo hicieron! ¿Qué clase de pregunta es esa?

—Bueno, es que lo describes con palabras tan románticas que no me queda al cien por ciento claro.

—¡Perdona! A la próxima diré: «Y cogieron. Hubo sexo anal y oral repetidas veces y en variopintas posiciones» —exclamó sarcástico, escuchados aplausos de Nathan por ello.

—¡Perfecto! Así está mucho mejor.

—Debes estar bromeando.

—No, no lo hago. Y ya me tengo que retirar. Es casi media noche. ¿Puedes pedirme un auto para ir a casa? Te lo pago la semana que viene.

—Yo invito. No te preocupes por eso —mencionó el viejo al momento de pedir un taxi desde una aplicación en su teléfono móvil, cosa que no tardó en responder para llevarse al chico—. Gracias por quedarte hasta tarde. Sé que mañana no tienes clases, pero aprecio el gesto como quiera. En inicio de semana continuamos.

—¿Qué? ¿No puede ser mañana temprano?

—Lo siento, tengo una firma en la tarde y sabes que necesito prepararme desde mucho antes. No nos dará tiempo. Sé paciente, la próxima vez que hablemos, será el final del relato. Podrás darme una mano con todo esto.

—¿Han pasado días y sigue el problema persistente?

—Es más de lo que imaginas y no lo vas a creer cuando te lo diga —explicó Nate, arribado el vehículo que se llevaría a Nathan, despedidos ambos y prometido verse en un par de días a la hora de siempre.

Durante el primer día del fin de semana el estudiante se la pasó en la mañana tranquilo, sin hacer nada, pensativo en lo que pudiera pasar en el relato de Nolan y Mat, curioso por saber qué tanto le intriga a Nate sobre esos dos y quién es el que le comenta sobre su historia al mayor.

Ya en la tarde, le llegó un mensaje de Gabriel. En este venían varias fotos de él frente al espejo con diferentes atuendos y una leyenda al final: «¿Cuál se me ve mejor para la fiesta a la cual, te recuerdo, estás invitado?».

«Demonios, casi lo olvido», pensó Nathan, respondido al momento.

Nathan: ¡No lo olvidé, tarado! Sí voy a ir.
Gabriel: Más te vale, culero. ¿Qué te vas a poner para ir par?
Nathan: Tal vez negro.
Gabriel: ¡Qué original!
Nathan: Ve de rosa y yo de negro. Negro-rosa es una buena combinación.
Gabriel: ¿Todo de rosa?
Nathan: No, baboso. Con accesorios negros. Yo haré lo mismo, pero a la inversa.
Gabriel: ¡Perfecto! Te veo en unas horas. ¡No faltas, pendejete!
Nathan: No. Relájate, imbécil.

El muchacho leyó una última vez esa tira de mensajes, tirado en su cama y observando el techo de su habitación, preocupado, hasta que decidió levantarse para enlistarse de una vez e ir a la reunión de su mejor amigo de la preparatoria.

Con una facilidad increíble, Nathan consiguió armar un conjunto de prendas rosas y negras a la perfección, maquillado un poco y peinado con cuidado para la ocasión especial, observado a sí mismo en el espejo un buen rato, contemplado su gran trabajo y lo bien que se veía.

—¿Ya te vas a ir? —preguntó la madre del chico, a la cual él no volteó a ver.

—Sí, regreso en la noche. No muy tarde —respondió Nathan, todavía mirando su reflejo.

—¿Para qué te ves tanto? ¿Vas a buscar algo más en esa reunión? —insinuó la mujer, molesto Nathan, mas controlado en su respuesta.

—No, madre. Nos vemos. Te aviso cuando llegue —emitió el joven y salió sin ver a su progenitora una sola vez, escuchado por ella el suspiro profundo que dio su hijo antes de irse, molesta por ello, mas preferido dejarlo marchar en lugar de pelear con él.

En el camino, Nathan se tomó un par de fotografías, sonriente y con muecas lindas, subidas todas a su photoment, descrito en ellas que iba en camino a casa de Gabriel, notado que su amigo también compartió imágenes de su conjunto, a lo que le dio «me gusta» y comentó con corazones negros y rosas.

La gente de inmediato los empezó a alabar. Esto distrajo al joven hasta que llegó a su destino, recibido por su amigo con un abrazo y besos en ambas mejillas, felices de poder hablar y actualizarse sobre lo que habían hecho entre semana fuera de clases.

Había pocas personas apenas, y conforme pasaron las horas, más gente se iba sumando a la reunión, lo que puso muy contento al anfitrión, cuidados los muchachos por los padres de éste, aunque se encerraron en su habitación para darles espacio a los jóvenes.

La noche llegó, por lo que no se hizo esperar apagar las luces del hogar y poner ambientación con LED que reaccionaba a la música reproducida en las grandes bocinas, repleto de adolescentes que bailaban en la oscuridad, emocionados y llenos de energía. Entre ellos estaba Gabriel y Nathan, los cuales se la pasaron danzando en pareja, así como con otras amigas y amigos, deshechos ambos por tanto brinco, apartados el uno del otro unos momentos para descansar.

Nathan se hallaba sentado en un sofá, tranquilo. Revisaba la cantidad de reacciones a sus fotos como cualquier muchacho normal, hasta que, de repente, alguien tocó su hombro para llamar su atención.

El chico levantó la mirada y se percató que se trataba de Robb, lo que se le hizo raro, mostrado en una mueca de confusión y un poco de desagrado.

—¡Ey! ¿Qué pedo? —emitió Robb, un tanto nervioso.

—¡Hola! ¿Qué haces aquí?

—Me invitaron. ¿Por qué? ¿Te molesta? —dijo muy serio, acción que molestó a Nathan.

—No, ¿de qué hablas? Sólo me extraña que Gabriel te haya invitado. Como casi no hablan.

—Me invitó una amiga de mi novia. A ambos. —La respuesta provocó que Nathan sonriera y bajara la mirada, regresada pronto a los ojos de Robb.

—¡Está bien! Pásatela cool.

—¿Podemos hablar? —La pregunta provocó que Nathan mostrara un rostro de fastidio al instante, respondido sin ver a Robb.




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