El jardín espinado

Epílogo

Durante sus últimos momentos, Nathan sostenía la mano de su amigo al tratar de darle paz en la cama del hospital donde se hallaba.

Nate, enfermo y débil, veía los ojos tristes del adolescente, quien trataba de ser lo más fuerte posible ante el inminente deceso de su viejo amigo.

—No te pongas triste, Nathan —dijo el viejo con una voz apagada y débil.

—No, no hables. Descansa. Cuando te recuperes, platicamos —sugirió el chico, cosa que provocó una sonrisa del mayor.

—Nunca me voy a ir, Nathan. Siempre estaré contigo en lo que te enseñado, en todos nuestros recuerdos. No olvides eso. —Lo dicho hizo llorar al estudiante, limpiadas esas lágrimas con la temblorosa mano de Nate, abrazado por Nathan luego de eso.

—Te voy a extrañar muchísimo. Te prometo que nunca te voy a olvidar. Voy a hacer lo mejor de mí para alcanzar todos mis propósitos y sueños.

—Sé que lo harás —afirmó el mayor y pidió al chico que le hablará a Gin, su mejor amigo, pues quería decirle unas cosas. Nathan salió de la habitación y le dijo al hijo de a quien requería llamar a su padre, cosa que el hombre hizo de inmediato.

Nathan, a pesar de todo, jamás olvidaría esas palabras. Su vida apenas iniciaba, y por ello, todo lo que vivió con Nate se volvió una guía para alcanzar lo que ambos soñaban para él.

 




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