El jardín libro Ii: Sobre la sinfonía.

Capítulo 12: Identidad.

—¿Lo hacemos por las buenas? —preguntó Roman, empuñaba su espada con ambas manos—. No estoy seguro de poder ganarte, incluso si soy un Arcángel tengo poca experiencia.
Mía se mantuvo en silencio, dejó caer los orbes al césped que estaba a sus pies.
—Veo que será por las buenas —dijo Roman y enterró la espada en el suelo—. Me alegro de que tomaras esa decisión, nos ahorraremos mucho.
Roman intentó caminar, pero ni siquiera fue capaz de levantar su pie. Vio el rostro de Mía, era serio y algunas partes se cubrían con su cabello que era movido por el viento. Mía no había aceptado las condiciones del hombre frente a ella, en realidad se dispuso a llevar al combate hasta sus últimas consecuencias. Roman empezó a forcejear, cuando se dio cuenta estaba siento envuelto por las plantas que crecían a sus pies.
—No. No dejaré que la uses —dijo Mía mientras lo miraba a los ojos, en ese momento sus ojos verdes brillaban en medio de la noche—. Las personas no son meras herramientas de los Arcángeles. 
—¡Tú eres un Arcángel! —gritó Roman, empezaba a entrar en una desesperación profunda por no poder moverse y sentir que su cuerpo era enredado—. Deberíamos estar del mismo lado, somos Arcángeles.
—Te equivocas, Roman.
Las plantas llegaron al cuello de Roman, fue cuestión de segundos para que estuviera envuelto por completo y quedara asfixiado. Una flor nació cuando estuvo cubierto totalmente, cayó al suelo. Mía se giró para retomar el camino principal y salir del cementerio, planeaba huir de ahí junto a Jenna. Un crujido que pronto se convirtió en el sonido de sus plantas rompiéndose la hizo ver a Roman de nuevo. Las plantas que envolvían a Roman se despedazaban mientras un brusco movimiento surgía del interior del capullo. 
Lo primero en verse fue un brazo con una cubierta metálica salir, empezó a acelerar la ruptura de las plantas. Después se reveló el rostro, siguió con el torso y bastó con la fuerza del cuerpo para romper el resto de la envoltura. Roman no tenía la misma ropa que hace unos segundos, ahora tenía una armadura de metal que estaba cubierta por una túnica roja. Tomó la carta del Tarot de su bolsillo y la unió a su espada que había permanecido enterrada en el suelo y estaba enredada por plantas.
—Llevas esto demasiado lejos, Roman —dijo Mía, quien estiró su brazo derecho hacia el suelo con la palma hacia abajo.
—Gracias, Sacerdotisa —dijo una voz más grave que la de Roman.
Mía lo notó al instante, la intención de la figura que tenía frente a ella no era la misma que hace un momento, se apresuró a levantar su brazo sin dejar de apuntar su mano al suelo, un pilar negro de dos metros surgió a lado de ella. Con la misma prisa levantó un pilar a su izquierda.
—Veo que también negociaste con la chica, pero no te preocupes, ya puedes tomar su cuerpo.
Mía estaba confundida con las palabras del hombre en la armadura. 
—¿De qué hablas? Parece que tanto poder te volvió loco, Roman.
—¿Roman? —preguntó la figura con un rostro confundido—. Ah, entiendo. Perdón por no presentarme adecuadamente. Soy El Emperador.
Mía volteó a ver la mano donde previamente estaba la carta del Tarot, ya no estaba. Mía empezaba a comprender la situación.
—Nunca acordé con el muchacho qué pasaría con su cuerpo cuando muriera, así que decidí dejarlo morir a tus manos y usar su cuerpo. Te agradezco de antemano, para mostrarte mi gratitud, te diré mi verdadero propósito.
—Qué conveniente —dijo Mía, los pilares se elevaron unos centímetros del suelo.
—Bueno, como sea vas a morir después. Al menos quiero que tengas una muerte donde sepas la motivación que te asesinó.
—Entonces habla rápido, no tengo intenciones de dejarte matarme y ya.
—Sería molesto que sí. Bueno, pienso liberar a Niko con el poder de la niña que todo el mundo protege. 
—¿Por qué lo harás? No creo que le agrade ver a un Arcángel después de lo que pasó.
—Soy su admirador —dijo El Emperador para la sorpresa de Mía—. Además, si el sello que lo mantiene se rompe, los Arcángeles podrán tomar los cuerpos en los que habitan, de hecho, ni siquiera tendrán esa estúpida restricción impuesta. ¿Esperar a que muera? Casi acaba con mi paciencia.
—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
—Bueno, tengo la teoría de que tiene que ver con ser sellado junto a La Muerte, pero no puedo asegurar nada. 
—Tengo suficiente —dijo Mía y levantó ambos brazos con los puños cerrados—. No tengo ganas de que haya más idiotas como tú sueltos por ahí.
—Si qué quieres ser la única salvadora de Niko.
El Arcángel de El Emperador había residido en Roman desde el incidente donde sellaron a Niko, había aceptado prestarle su poder mientras ayudara a liberar al mencionado, a cambio su hermana sería revivida. Sin embargo, cuando Mía asesinó a Roman, el Arcángel pudo tomar control total del cuerpo. El rival de la mujer creía que ella estaba en las mismas condiciones, pero no era así. 
—No eres una reencarnada. —Es el nombre provisional que Roman decidió usar para aquellos hechiceros que fueron poseídos por un Arcángel—. ¿Por qué eres diferente?
—Yo que sé.
Mía estaba cansada del tono soberbio de su rival, cuando él lo notó también tomó una postura ofensiva donde tomaba como prioridad su espada. El Emperador lanzó un corte con su espada, el pilar negro de Mía se transformó en una espada de dos hojas que permanecían unidas por un único mango, tenían un tono plateado y cada sable tenía una pequeña curvatura que cerraba en una afilada punta. El ataque fue bloqueado, ninguno de los dos titubeó durante el choque de armas. 
El Emperador dividió su espada en dos. Una de ellas la mantuvo en el choque y la otra la usó para cargar un ataque al abdomen de su rival. Mía sostenía la espada doble con ambas manos, cuando se percató de la maniobra del oponente empeñó su fuerza en desviar el choque para evadir el otro ataque. Si bien pudo desviar el choque y separar ambas armas, el ataque seguía en marcha, incluso con mayor fuerza que antes. El Emperador se sorprendió cuando vio que su espada golpeó a la nada, bastó levantar la mirada para entender el por qué. El segundo pilar de Mía, el pilar blanco, había formado unas alas en su espalda, mismas que la impulsaron dos metros sobre el suelo.  Con la ventaja de movimiento, Mía emprendió vuelo hacia la salida del cementerio.
—¡Quieta!
La voz del Emperador fue directo a la mujer, quien cayó al suelo. Así como La Sacerdotisa podía usar sus pilares como un hechicero usa su técnica innata, El Emperador podía dar órdenes para controlar a otros.
Mía notó que sus alas dejaron de moverse, El Emperador se acercó con prisa a ella, vio que la mujer aún tenía movimiento, en ese momento se dio cuenta del límite que poseía, no podía ordenar a aquellos con un poder equiparable al suyo. Mía se giró rápidamente y se puso de pie, El Emperador volvió a unir su espada y cargaba contra la mujer, misma que cambió la forma de su espada de doble filo a una katana. La mujer exhaló, sin soltar la espada empezó a recitar su técnica.
—Técnica de manifestación del espíritu, “Templo de la expiación”.
Una técnica con precedente durante la primera y segunda generación de hechiceros, considerada la técnica máxima a la que se podía aspirar como manifestación de la energía espiritual. La técnica de manifestación del espíritu es similar a la creación del territorio, sin embargo, no muestra un domo limitado por barreras, parece tener una extensión tan grande como el usuario deseé. Ambos se encontraban en el interior de un templo con forma piramidal hecho de piedra, la decoración era de tallados de símbolos con gemas incrustadas, en el centro había una plataforma circular de piedra que era iluminada y por todos lados había pilares que intercalaban su color de negro a blanco. El Emperador frenó al instante su ataque.
—Lo sabes, la pelea concluye aquí —dijo Mía con un tono firme, sus ojos reflejaban la convicción de ganar para proteger a Jenna—. Le mentí, a todos, dije que no conocía la naturaleza de estar atrapada en una carta, sin embargo, con tanto tiempo libre ahí dentro pronto lo entendí.  Estoy fusionada con la que llamas “Sacerdotisa”, Niko se encargó de que mi consciencia predominara sobre la de ella, por eso no surgió un problema como el tuyo.
—¿Problema?
—Así es. Me temo que en las condiciones físicas que te encuentras ahora no podrás derrotarme.
—Tienes razón, no puedo usar mi técnica máxima como acabas de hacer. No pensé que estuvieras tan avanzada. Sin embargo, no veo intenciones de matarme en tus ojos.
Mía mordió su labio inferior, sabía que no podía matar a alguien, carecía de la voluntad para hacerlo.
—Te queda muy bien el papel —dijo el Emperador—. Sólo cuidas la sala de sacrificios, sólo apoyas que maten a otros y crees que porque no son tus manos las que terminan con sus vidas eres inocente. Déjame decirte algo, tus manos están tan manchadas de sangre como las de Niko.
Mía no se inmutó por el comentario, sabía que el Emperador pretendía debilitarla psicológicamente para romper su técnica con facilidad y tener una oportunidad de ganar.
—No busco inocencia, no soy tan estúpida. Ni siquiera yo distingo el color de mis propias manos entre el rojo que las cubre, ¿qué te hizo creer que quiero ser inocente?
Los pilares empezaron a cambiar de forma, se convertían en lanzas con dos picos que apuntaban al Emperador. En el rostro de Mía se empezaba a formar una sonrisa. El territorio desapareció de un instante a otro. Mía cayó arrodillada, su nariz sangraba y sus ojos estaban irritados. Antes de escapar, el Emperador le dirigió unas palabras a Mía.
—Volvamos a enfrentarnos cuando ambos tengamos todo nuestro potencial —dijo y lanzó las llaves del vehículo en el que Roman había venido con Jenna—. No quiero desaprovechar la oportunidad de pelear con una igual.
Mía no vio la dirección en la que el Emperador escapó, sólo tomó las llaves y salió del cementerio hasta llegar a la camioneta donde Jenna dormía. Se alegró de verla, en el fondo no sabía si saldría viva de aquella pelea. La mañana llegó, Jenna despertó y vio a Mía acostada en el asiento delantero, su cabello pelirrojo brillaba con la luz del Sol. Cuando despertó Jenna vio su rostro, sus ojos estaban algo irritados, pero menos que en la noche y tenía sangre seca en el rostro. Jenna no dijo nada, tomó papel de la guantera y una botella de agua que había por ahí, empezó a limpiar el rostro de Mía.
—Me alegro de que ganaras —dijo Jenna y le sonrió.
—No llamaría a eso victoria —dijo Mía y soltó una risa ligera.
—Como sea, gracias por venir. ¿Cómo te devuelvo el favor?
—Jenna, no necesito nada. Pero si puedes hacer algo por mí, quiero que me digas, ¿qué es lo que tú quieres?
La adolescente se quedó en silencio, no despegó la mirada del rostro de Mía.
—Yo… Quiero… No lo sé. Digo, cuando me apunté para ser hechicera quería ayudar a la gente y verme genial como Gabriel, pero no soy como él, no tengo su seguridad ni maestría para la energía ritual. Tampoco me veo bien como Vanesa, no tengo una técnica excepcional o una historia trágica, no quiero ser la más fuerte, solamente quiero hacer un mundo más lindo para quienes amo.
—Entonces defiende ese ideal hasta que mueras, no importa si nuestros sueños son simples o tontos, mientras los defendamos con el corazón, todo estará bien. Es nuestro sueño después de todo.
—¿Quién te enseñó a ser tan sabia?
—Niko. Te burlarás de mí cuando te enteres que el sueño que seguía en ese tiempo era casarme con Niko.
—¿Cuál es tu sueño ahora?
—Defender lo que él consideraría correcto, es una buena motivación.
—Una boda también, te verías linda en un vestido.
Jenna arrancó el vehículo, manejaba por la autopista principal cuando se dio cuenta que no sabía a dónde iría.
—No a la escuela —dijo Mía—. Cuando dejé ese lugar para salvarte estaba por comenzar un desastre, ahora que han pasado tres días no me quiero imaginar. 
—¿Entonces a dónde?
—Toma la segunda intersección.
Jenna le hizo caso. Al cabo de una hora se lograba ver la civilización a lo lejos. Llegaron a la ciudad, estacionaron en un hotel y se dispusieron a ir a una habitación.
—¿Cama individual? —preguntó la recepcionista.
—Separadas.
Entraron a la habitación y dejaron algunas de sus cosas. Antes de descansar pasearon por los alrededores, visitaron algunas tiendas y compraron un poco de ropa para que Jenna no trajera la ropa sucia y manchada y Mía no se viera tan sospechosa con su ropa de sacerdotisa. Llevaron la comida a la habitación.
—¿Crees que la falda le quede bien? —preguntó Jenna mientras comía sushi.
—Seguro que sí, se veía bien en el mostrador.
—Si Mirko estuviera aquí me podría aconsejar bien.
Ambas rieron un poco, Jenna se mostró ligeramente desanimada.
—Mía, ¿crees que los volveré a ver?
—Es obvio que sí. Aún falta mucho por delante.
Ambas durmieron con tranquilidad ese día. Mía había llevado a la ciudad a Jenna no para esconderse, sino para mostrarle más del mundo de la hechicería. Hasta ahora había estado limitado por la escuela, sin embargo, Mía mejor que nadie sabía que gran parte de los hechiceros fuertes no pertenecían a la escuela. Durmieron hasta la noche de aquel día, la primera en despertar fue Mía, quien tomó una ducha. Cuando salió Jenna esperaba para entrar.
—Toda tuya.
A la luz de la Luna, además de las luces artificiales que inundaban las calles, el dúo paseaba con Mía como jefa de la excursión. Por la cantidad de gente en las calles a esa hora no parecía que los negocios fueran a cerrar pronto, alguna vez Jenna había visitado esa ciudad con sus padres, sin embargo, había sido de día. Verla de noche convirtió la ciudad en un lugar totalmente diferente.
—Jenna —dijo Mía sin dejar de caminar—. ¿Qué sabes realmente de hechicería?
La chica puso una cara de sorpresa, no por la pregunta, sino por la naturalidad con la que la hizo frente a tanta gente.
—¿Es apropiado hablar de eso aquí? 
—La gente está muy metida en sus asuntos como para preocuparse de lo que nosotras hablamos.
Jenna lo corroboró, las personas que caminaban a su alrededor usaban audífonos o estaban absortas en llegar a su destino. Tras un suspiro respondió.
—Bueno, no me enseñaron más que cosas sobre las generaciones. La primera marcada por Niko, la segunda por Olivia, la tercera son los estudiantes que ahora pasan a grado puro y la cuarta que es en la que estoy.
—Ya había escuchado eso, pero me malentiendes, déjame hacerte una pregunta diferente. ¿Qué es la hechicería para ti? Ayer dijiste que querías un mundo mejor, o algo así.
—Creo que es una herramienta, si pudiera mejorar mis técnicas, seguro podría proteger más fácil a mi mamá, a mi papá, a mis amigos.
Conforme hablaba, el tono de Jenna iba desapareciendo en su melancolía. Mía frenó al mismo tiempo que las palabras de Jenna, entró a un bar y la chica no tuvo más remedio que seguirla.
—Deme una margarita, ¿tú quieres algo, Jenna?
—Una limonada está bien.
El hombre que las atendió asintió y se retiró a preparar las bebidas. 
—No suenas tan distante a Niko cuando inició en la hechicería, también decía que las técnicas rituales eran herramientas que nos dieron para hacernos más fácil todo.
—¿Lo conociste en ese tiempo?
Mía asintió con una sonrisa en su rostro, misma que se marcó por el recuerdo del pasado.
—Lo conocí desde antes que se hiciera hechicero, éramos compañeros de escuela. En la universidad empezó con sus contiendas de hechicería.
Mía rio un poco y continuó.
—Decía que le faltaba identidad, pensó que la encontraría en la hechicería, pero se equivocó.
—¿Dices que sigo ese mismo camino?
—Depende de ti. Él creyó que podría ser alguien si complacía lo que los demás le pedían, pero pronto se dio cuenta que eso no lo complacía a él. Se sentía sin identidad.
—Vaya, en la escuela dicen que había sido malo de toda la vida.
—¿Enserio? Recuérdame reprocharle a Olivia todo lo que hace mal, no servirá de nada, pero me haría sentir mejor. Niko quería ayudar, pero pasaron algunas cosas que no lo favorecieron.
—Y su identidad se convirtió en la de un asesino.
Mía sintió con la cabeza. Ambas bebidas llegaron, la mujer le dio un pequeño trago.
—¿Cuál es mi identidad ahora? —preguntó Jenna, el rostro de Mía era serio y no la volteó a ver.
—Una herramienta, así te ven. Roman… No, el Emperador te veía como un medio para revivir a Niko, probablemente los altos mandos igual, los profesores tal vez piensen del mismo modo. No te conocen como persona, no se han dado el tiempo de salir a tomar algo contigo o de pasear contigo como tus amigos. ¿Cómo se llama la chica de tu ciudad?
—Sabina, la conozco de hace años.
—Y ella a ti. También me arriesgaría a decir eso de Gabriel y Vanesa, tal vez de Adrián, aunque ese chico es difícil de leer.
—¿Por qué dices que te arriesgas?
—Porque algo en mí dice que si tú les expresas tus deseos ellos te apoyarán, Gabriel ya lo hizo una vez, cuando te llevó a la escuela de hechicería. Si vas a confiar en alguien, no salgas de ese círculo.
 Jenna bebió de su limonada, veía el vaso de cristal mientras lo movía para revolver la bebida.
—Una herramienta… ¿Para ti qué utilidad tengo?
—Cumplir mi deseo de proteger los intereses de Niko.
—¿Incluso si eso implica no volverlo a ver?
Mía asintió, volvió a dar un trago a su bebida y la terminó, dejó la copa en la barra y el dinero para pagar ambas bebidas. Cuando se levantó para salir del bar Jenna se apresuró a terminar su bebida y seguirla.
—Tienes que buscar tu identidad, no esperar a que alguien te la dé. Si haces eso, terminarás igual o peor que Niko.
—No entiendo. 
Mía frenó en medio de la calle, seguía sin dirigirle la mirada a Jenna. 
—La hechicería no es solamente esa estúpida escuela. —Para sorpresa de la joven, ahora la mujer se mostraba con un tono molesto—. En todo el mundo hay hechiceros, son mil veces más fuertes que cualquiera de ustedes. Su escuela esa sólo los limita.
—¿Nos limita?
—Sí. ¿Por qué la maldita que se cree el centro del mundo querría dejar el control en manos de la naturaleza?
Jenna se quedó en silencio, en su mente no sabía lo que creer sobre Niko. Si era verdad la historia que había sobre él, no hallaba razones para que Mía defendiera sus intereses.
—Mía.
La mujer volteó, mientras lágrimas brotaban vio a los ojos de Jenna, la joven tuvo una punzada en su pecho.
—Quiero saber cuáles son los intereses que defiendes. Hablas de la identidad propia, pero la tuya está basada totalmente en Niko, todo lo que dices se relaciona con él.
—Me salvó la vida, no hablo de cuando me selló. La última vez que lo vi, antes de quedar sellada, me lo dijo. Dijo que quería un mundo donde la gente pudiera vivir con normalidad, donde ser hechicero no te volviera mejor o peor a los demás. Ser una herramienta no es normal, ¡qué seas una hechicera no te degrada a ser un mero objeto!
Jenna quedó pasmada con las palabras de Mía, quien despegó su mirada de ella y tomó dirección al hotel donde venía.
—¿Por qué salimos? —preguntó Jenna sin moverse de su lugar.
—Quería caminar —dijo Jenna y frenó su paso—. También quería pasar un momento contigo, quiero saber al menos a quien protejo.
—Vamos a divertirnos un rato entonces, ¡la noche es joven aún!
Las palabras llenas de energía de Jenna llenaron a Mía de energía, se quedó quieta por unos minutos y se giró para sonreírle a la chica.
—Tienes razón.
Caminaron en dirección contraria al hotel, visitaron algunas plazas comerciales en las que se probaron ropa y no compraron nada, llegaron a una zona recreativa donde empezaron a usar los juegos. Por un momento ambas olvidaron la diferencia de edad, olvidaron que el día pasado casi mueren, en ese momento recordaron que antes que hechiceras, eran personas.
—Bien, tengo algo donde por fin debemos estar de acuerdo —dijo Jenna mientras reía—. ¿Vainilla o chocolate?
—Chocolate definitivamente.
—¡No! —La expresión de Jenna era la de una queja exagerada de forma intencional—. La vainilla es mil veces mejor. ¿En qué cabeza cabe elegir chocolate?
—Muchas personas lo preferirían antes que la vainilla —respondió Mía con un tono desafiante.
—Bueno, una última.
Mía esperaba la pregunta con una sonrisa en la cara, se veía relajada y alegre.
—¿Libros o películas?
—¿Qué esperas que responda? ¿Libros? Sé que parece que durante la escuela era una matadita, pero prefiero las películas.
Jenna se lanzó a abrazar a Mía.
—Por fin algo en lo que estamos de acuerdo.
Siguieron su caminata hasta llegar a una máquina donde introducías dinero y movías un gancho para sacar un peluche. Hicieron cinco intentos hasta que estuvieron estresadas.
—Sólo tengo una moneda más —dijo Jenna—. ¿Y tú?
—Se acabaron, no debía pagar con monedas esos panes.
—Tengo una idea.
Jenna introdujo la moneda, cuando sostuvo la palanca la llenó de energía ritual que le permitió maniobrar con mayor facilidad el gancho. Mía se quedó observando. Cuando el gancho bajó, Jenna usó su técnica ritual para atraer un peluche, de ese modo lograron ganar.
—Me sorprende a dónde tuvimos que llegar para ganarle a la máquina —dijo Mía mientras veía a Jenna ver el peluche con detenimiento.
—Usé todo a mi disposición, no quería irme con una derrota —dijo Jenna y sonrió.
Ambas volvieron a la habitación del hotel, después de tomar un baño se sentaron en sus respectivas camas para platicar otro rato.
—¿Qué ibas a estudiar si no eras hechicera?
—Quería estudiar química. Hasta fui a ver la universidad, la de la capital.
—Yo estudiaba en esa, bueno, antes de las contiendas y eso, pero me alegra que siga en pie.
—¿Qué estudiabas? 
—Biología, por eso mi técnica se basó en magia verde.
—Hablando de magia, ¿es cierto que antes todos usaban herramientas sacras?
—Así es, aunque pronto se volvieron poco más que potenciadores. Supongo que los hechiceros se adaptaron a las técnicas y empezaron a heredarlas sin necesitar un medio para canalizar la energía.
—Tiene sentido, aunque todavía hay algunos que las usan, tenía una amiga llamada Zoe. Creo que no la ascendieron, por eso ya no la he visto.
—Al final los hechiceros eran un tipo de especialidad, sólo los que tenían el conocimiento y el don natural podían usar las herramientas sacras.
—No muy diferente de los hechiceros modernos. —Jenna hizo una ligera pausa antes de preguntar—. ¿Qué hacía a Niko tan especial? No como hechicero, como persona.
—Tenía convicción, incluso si sabía que perdería, él seguía luchando. Eso no se lo dio la hechicería, desde que lo conozco era así.
—¿Realmente fue tan malo como lo tacharon?
—Tal vez. No supe lo que pasó al final, después de que me selló no me imagino el modo de que él haya sido derrotado.
—¿Así de fuerte era?
—Sí, sólo veo a un arcángel derrotándolo.
Mía se recostó en su cama y se quedó mirando el techo.
—Aun así —prosiguió Mía—, quisiera haber tenido una vida normal con él.
Jenna también se recostó en su cama, apagó la lámpara del buró y miró al techo al igual que Mía.
—Mañana, ¿qué haremos? —preguntó Jenna—. Me gustaría ver a mis papás.
—Quiero que busquemos a alguien en esta ciudad antes, después iremos con tus padres. 
—¿A quién buscaremos?
—Al único hechicero que puede ayudarnos, creo que te gustará expandir tu mundo.
La plática terminó ahí, pasaron algunos minutos hasta que Jenna quedó dormida y después Mía. A la mañana siguiente tomaron toda su ropa para dejar la habitación, la pusieron en el vehículo que tenían y emprendieron el viaje para encontrar al hechicero que Mía mencionó. Al mismo tiempo, los hechiceros de Grado Puro descubrían la verdad tras la misión de eliminar una supuesta secta.




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