—Como si fuera la última vez —susurró Gabriel mientras concentraba su energía ritual en sus manos para crear dos dagas—. Ustedes nos subestiman un poco.
—Arreglemos esto de la mejor forma —dijo el hombre que sostenía la carta de El Colgado—. Soy Laurence, un hechicero que viene del extranjero. Preferiría no tener que matar hechiceros tan jóvenes.
—Entonces no debiste elegir ese bando —dijo Gabriel, las dagas que se crearon en las palmas de sus manos eran de un color rojizo—. Pero ya es tarde, ¿no?
—¿Qué debemos hacer? —preguntó el hombre a su compañera—. No nos dijeron que era una pelea contra estudiantes.
—Técnicamente yo nunca estudie aquí —dijo Dai.
—No podemos dejar que lleguen a Olivia —dijo la mujer, con cabello negro, aretes llamativos y el uniforme de los de Alto Grado—. Ella nos pidió que la protegiéramos.
—¿De quién? —preguntó Gabriel—. ¿Acaso saben lo que hizo?
—De los invasores —dijo la mujer de nombre Miranda—. Ella nos dijo que eran hechiceros malvados, no los estudiantes. ¿Hay más?
—Sólo cuatro fuimos estudiantes —dijo Gabriel—. El resto no.
—Son más de cuatro —dijo Laurence—. Sólo hay cuatro protectores. ¿Qué le harán a los alumnos?
—Nada, buscamos a Olivia —dijo Gabriel—. Si nos dicen donde está…
—¡No! —gritó Miranda e interrumpió las palabras de Gabriel—. ¡No nos engañarán!
La mujer estiró el brazo con la carta entre sus dedos, misma que comenzó a brillar con fuerza.
—Seremos parte de la nueva historia que ella contará, seremos héroes —dijo Miranda—. ¡Técnica ritual! Verdad oculta.
Gabriel, Dai y Laurence sintieron que algo entró a sus cuerpos, cuando se reincorporaron el lugar era diferente, se asemejaba demasiado a aquella escuela donde estudiaba Dai anteriormente, donde habían conocido a Ino.
—No —dijo Dai—. No podemos estar aquí.
—Lo estamos —dijo Gabriel—. Su técnica debe manipular el entorno.
Por más que la buscaban no encontraban a Miranda, fuera de los tres que cayeron en la técnica ritual, no había nadie más alrededor.
—Esa loca —dijo Laurence—. Le dije que primero hablaríamos.
—Entonces le queda, ¿no? —dijo Dai—. La carta.
—Si me deshago de ustedes seguro podré zafarme de ella —dijo Laurence y levantó la carta del tarot—. ¡Técnica ritual!
Antes de que pudiera recitar su ritual, fijó su mirada en un punto detrás de Gabriel y Dai, no veía la profundidad del pasillo, en realidad veía una pequeña niña, cuatro o cinco años, parada y observando.
—¿Hija? —preguntó Laurence—. ¿Cómo estás aquí?
—Tú —dijo la niña en una voz más adulta de lo que su voz correspondía—. Tú me abandonaste.
—No, no. Yo te dejé con Luisa, ella te debía cuidar ese fin de semana —explicaba Laurence con prisa.
—Tú me abandonaste —repitió la niña en el mismo tono.
Gabriel y Dai veían confundidos la escena, la niña pasó entre ellos, los ignoró totalmente, entonces se acercó a Laurence. Tras arrodillarse, el hombre abrazó a la niña, comenzó un lagrimeo en sus ojos que lo hacía aferrarse con más fuerza a la que parecía ser su hija. Eso no era su hija, el hombre lo entendió cuando sintió la sangre escurrir por su espalda.
—¿Qué haces? —preguntó Laurence.
No recibió respuestas, sólo sentía como se formaban las aperturas en su espalda por un objeto que se enterraba con una fuerza constante, no sentía dolor, sólo podía sentir cómo su cuerpo se debilitaba.
—Estaremos juntos —dijo la niña.
La figura de la infante se volvió polvo y se desvaneció, Laurence cayó al suelo, respiraba con dificultad, pero no se resistía.
—Ya veo —dijo Laurence—. Dios no quiere que peleé con ustedes.
El hombre estiró su brazo, como último acto dejó la carta de El Colgado frente a los dos hechiceros que se supone debía enfrentar. Gabriel la recogió del suelo y la guardó en su bolsillo, después se agachó y cerró los ojos de Laurence.
—¿Cuánta gente que no sabe por lo que pelea crees que debe morir? —preguntó Dai.
—Más de la que quisieran.
La voz a sus espaldas los alteró, cuando vieron a la niña y escucharon aquella plática tuvieron la sensación de que eso ocurriría, de que la persona que ahora les hablaba aparecería.+—Hola, amigos —dijo aquella figura de cabello blanco que tanta gente confundía con una mujer, con aquellos ojos que podían ver el futuro—. Me alegro de verlos de nuevo.
Ino estaba frente a ellos, uno de los detonantes del camino de venganza de Gabriel. Pero no podía tratarse de él.
—Supongo que nos culpará —dijo Dai—. Pero tiene razones, ¿no?
—Muchas —dijo Gabriel—. Si hubiéramos sido fuertes en su momento.
—Si lo hubiera frenado —dijo Dai.
El ritual se encargaba de encarnar la naturaleza de la persona, los recuerdos y los sentimientos. Por esa razón, Ino jamás culparía a los que llamó amigos por primera vez. El chico de cabello blanco se acercó a Gabriel y Dai, ninguno se movió, se trataba del único castigo que ambos aceptarían, el impuesto por la persona que no pudieron salvar. Ino los abrazó, esperaban el mismo resultado que con Laurence, pero ningún daño surgió.
—¿Por qué no pasa nada? —preguntó Dai.
—¿De qué hablan? —dijo Ino—. ¿Debía pasar algo diferente?
—No —dijo Gabriel y sonrió—. Me temo que no.
—Qué estupidez.
Aquella voz que interrumpió el momento era de Miranda, resonaba como un eco en el pasillo, sin un origen claro. Los tres presentes se colocaron con las espaldas juntas, Ino cerró los ojos para usar su ritual.
—Pensé que no podrías —dijo Gabriel—. Me entregaste tu ritual.
—Esta cosa debió crear la imagen de mí antes de hacerlo, incluso antes de perder mi ojo —dijo Ino—. Pero recuerdo todo, incluso lo del metro.
—Espera —interrumpió Dai—. ¿Sabes que eres producto del ritual? ¿Cómo?
—Sólo lo sé —dijo Ino—. Como las cosas que sabes sólo porque son así.
Se encontraban cubriendo todos los lados, sin embargo, Miranda se dejó caer tras atravesar el techo y romper su formación. Los tres hechiceros cayeron al suelo.
—Pensé que sería más fácil —dijo Miranda mientras rascaba con fuerza su cabello—. Me emocioné y todo cuando se abrazaron, pero este inútil conservó su naturaleza.
—Deberías estudiar los rituales antes de usarlos —dijo Dai—. ¿Qué hay de tu compañero?
—¿Él qué? Por mí mejor, diré que después de mi trágica pérdida tuve que derrotarlos en su honor.
—Pensé que eras más creativa —dijo Ino—. Y pensar que soy el más inexperto aquí.
Gabriel recogió sus dagas, habían caído por el ataque de Miranda.
—Hay que apurarnos —dijo Gabriel—. No quiero dejar sin apoyo al resto.
Gabriel lanzó una de sus dagas a Ino, mismo que la atrapó y la sostuvo con dificultad. Ambos se lanzaron hacia Miranda, misma que esquivaba los cortes. Un ataque de aire fue el primero que dañó a la hechicera y la empujó contra la pared.
—¿No pueden pelear solos? —dijo Miranda con enojo—. ¡Parece que son débiles! ¡Soy mejor!
—Me desespera —dijo Ino—. Me recuerda a esa chica de primaria que siempre quería tener diez.
—¿Diana? —preguntó Dai—. La recuerdo.
—Es que somos eficientes —dijo Gabriel y se acercó para dar un corte a Miranda.
—¡Esperen! —gritó—. Si me matan también desaparecerá su amigo, nunca más podrán verlo.
Gabriel se detuvo, en ese momento Miranda atravesó la pared y escapó de la vista de todos. Su siguiente aparición fue para sostener a Dai por la espalda y estamparla contra la pared, su nariz sangraba, para soltarse del agarra lanzó un ataque de aire a sus pies que levantó a ambas y provocó que se golpearan en la cabeza.
—Niña malcriada —dijo Miranda—. Por tu culpa tu amigo tendrá que ver a otra amiga morir.
Ino lanzó la daga hacia Miranda, misma que desapareció cuando Gabriel notó que usaba a Dai como escudo. Ino cerró los ojos.
—¡Deja tus trucos! —gritó Miranda—. Yo soy tu creadora, respétame.
—Dios, sí que está loca —dijo Gabriel.
Gabriel se lanzó a atacar a Miranda, misma que desaparecía entre las paredes y volvía a aparecer para dar golpes que el hechicero bloqueaba. Ino abrió los ojos, en una aparición que hizo Miranda se atravesó para golpearla en el estómago. No fue un golpe de gran potencia, pero tuvo la suficiente para frenarla, tomó la daga que sostenía Gabriel y la levantó.
—¡Espera! —gritó Dai—. No quiero que te vayas.
—Yo ya morí —dijo Ino—. Los esperaré del otro lado, pero no se apuren en venir.
El territorio empezó a romperse, Ino vio a Miranda, había sido atravesada por una daga en la garganta.
—Tú no manches tu sangre —dijo Gabriel—. Esa es la parte que me toca a mí.
Los tres se acercaron y se abrazaron mientras Ino se volvía polvo. Cuando desapareció, Gabriel sonrió ligeramente, volteó a ver a Dai, quien derramaba algunas lágrimas.
—Vamos por Olivia —dijo Gabriel—. Tengo el presentimiento de que lo volveremos a ver.
Dai asintió, ambos salieron de la oficina y empezaron a revisar con prisa cada puerta que se les atravesaba.
En el centro de la escuela se llevó a cabo otra pelea, por la naturaleza de los participantes parecía más una batalla para mostrar quién tenía mayor pasión por pelear.
—¡Vamos! —gritó Mikashi, su entusiasmo se debía a que finalmente podría pelear de nuevo con Louis—. ¡Mundo y Sacerdote! Muestren lo que pueden hacer.
Todos los participantes coincidían en algo, incluso Mikashi a pesar de sus palabras, todos querían activar sus técnicas rituales y no tenían necesidad de esperar por que alguien más lo hiciera. Así fue como cuatro voces resonaron con la misma frase.
—¡Apertura de territorio!
Cada uno tenía diferentes técnicas, incluso los hechiceros darían un resultado aburrido.
—¡El mundo en mis manos!
—¡Tierra santa!
—¡Quinto círculo, ludópata!
—¡Territorio del baile de muerte!
Cualquiera que viera la pelea desde fuera, como los estudiantes que se mantenían viendo desde las ventanas de sus dormitorios, lograba ver cuatro esferas que aumentaban de tamaño hasta contactar una con la otra. Para los poseedores de las cartas del Tarot no se trataba de más que su trabajo, pero para Mikashi, se trataba de probar el poder de su territorio.
El contacto de los territorios dio un resultado claro, el creado por Mikashi sobrescribió los otros tres. Destruyó el de los poseedores de las cartas y consumió el de Louis. Cuando se formó por completo el ambiente era diferente a lo que los rivales de Mikashi y Louis imaginaban. Se encontraban en un casino, en la zona central que parecía ser una pista de baile, a su alrededor había cuatro máquinas tragaperras, cada una con el nombre de los presentes, Mikashi, Louis, Edgar y Ulises.
—¡Oh sí! —gritó Mikashi—. ¡Bienvenidos al baile del ludópata!
Los alrededores empezaron a cubrirse de una canción activa, una letra en japonés y que provocaba que Mikashi y Louis quisieran bailar.
—¿Cómo nos ganaron? —preguntó el que poseía la carta del Mundo, Edgar—. Son cartas del Tarot. ¡Olivia dijo que eran lo más poderoso que ha habido!
—Claro que no —dijo Louis y se quitó la camisa—. Los que vinimos a atacar su preciada escuela somos los más fuertes.
Un sonido metálico llamó la atención de los hechiceros, al ver a sus pies estaba la misma ruleta que Mikashi usaba frecuentemente de territorio, estaba esperando para girar.
—El territorio es sencillo —dijo Mikashi—. Bailamos rondas, nos dan nuestros bonus después de apostar y peleamos. Así hasta que ustedes mueran o se rindan.
—¿Qué hay del escenario donde mueren? —preguntó Ulises mientras mostraba la carta de El Sacerdote.
—No existe —dijo Mikashi.
—¡Qué empiece la fiesta! —gritó Louis.
La música se intensificó, las luces se apagaron y en su lugar la sala era iluminada por unos focos en el techo que constantemente cambiaban de dirección y de color. Mikashi y Louis empezaron sus bailes, ambos eran independientes.
—¡No bailaremos ni apostaremos! —gritó Edgar—. ¡Técnica ritual, el mundo!
Todo el escenario empezó a girar, el territorio no desapareció, pero la gravedad se mantenía igual, entonces empezaron a caer hacia las ventanas.
—¡Mitad de mi energía ritual al negro! —gritó Mikashi emocionado.
—¡Di un número, sino es trampa! —dijo Louis.
—Dame el diecisiete.
—Elijo el siete rojo, dale mi mitad —dijo Mikashi y volteó a ver a sus rivales—. ¿Y ustedes?
Al ver que el territorio no desaparecía, se dispusieron a apostar.
— Diez por ciento al uno rojo —dijo Ulises—. Cómo sea nadie ganará.
—Veintitrés rojo —dijo Edgar—. Dale la maldita mitad.
Una bola metálica apareció y empezó a girar la ruleta. A su vez, Mikashi y Louis se adaptaban al giro del territorio para conservar su baile. Entonces llegó el primer coro en inglés.
—My only one lover —cantó Mikashi—. I´m just in love and it´s not a mistake.
—Let me be the same for you —cantó ahora Louis—. ¡Let me be your only lover!
La música sin letra comenzó, eso significaba que la ronda de pelea acababa de comenzar.
—¡Un tiro del tuti fruti! —gritó Mikashi, era el modo en que se refería a la máquina tragaperras.
Nadie más habló, por lo que el territorio tiró de la palanca asociada a la máquina de Mikashi. Los hechiceros se acercaron para el primer intercambio de golpes.
—¡Purificación! —gritó Ulises.
Sus puños se envolvieron en una energía amarilla, soltó el primero golpe a Louis. Tras ser esquivado, el golpe llegó a una máquina cercana que desapareció al instante.
—Mis golpes desaparecerán todo lo que toquen —dijo Ulises lleno de orgullo.
—Pues los míos duelen —dijo Louis y le dio un golpe en el rostro a su rival.
Mikashi se encontraba esquivando golpes mientras daba vueltas alrededor de Edgar, quien no podía asestar ninguno. El sonido de la máquina tragaperras llegó, Mikashi no había reunido tres figuras iguales, al verlo se detuvo.
—Mi suerte aún no debe llegar —dijo.
Edgar no desaprovecharía el momento para golpearlo, tras hacerlo sin éxito, Mikashi tomó su brazo y lo arrojó contra la pared frente a él.
—No seas maleducado —dijo Mikashi—. ¿No ves que estoy dramatizando?
La letra de la canción volvió a sonar, los hechiceros ya no podían atacarse. Al ver que no se trataba de un mero capricho, Edgar y Ulises empezaron a bailar desganados.
—Muy mal —dijo Louis—. Se me quitan las ganas de pelear con ustedes. El territorio se trata de pasión, no se trata de qué tan bien bailes, sino de que lo hagas con amor.
Mikashi apuntaba al público que se encontraba sobre ellos, al estar la habitación invertida, la planta baja se encontraba arriba y estaba en sus alrededores llena de siluetas negras. Ninguno frenó de bailar, los que habían creado el territorio no cantaron el coro esta vez, sentían que sería una pista muy obvia. Sus rivales sólo se preguntaban cuándo habría resultados de la ruleta, que no se veía afectada por nada de lo que pasaba y seguía girando.
La letra se detuvo, sin darles tiempo a reaccionar Mikashi golpeó en la cara a Ulises, a ese punto no dejaba de bailar.
—¡Otro tiro! —gritó Mikashi.
Ninguno se atrevía a usar las máquinas tragaperras, en la ruleta fueron obligados, pero esta vez al ver que el único que lo hacía era Mikashi, decidieron pasar.
Louis tenía cuidado con no recibir un golpe, le fue más sencillo gracias a la bonificación en sus atributos físicos al igual que Mikashi.
—¡Gracias tontos! —gritó Mikashi—. ¡Ahora sabemos que las cartas no son nada si no las saben usar!
La ronda no pasó de golpes fallidos y los dueños del territorio con burlas. Empezó la última parte con letra de la canción, a pesar de bailar, Ulises y Edgar carecían de pasión, por lo que no podrían recibir ninguna bonificación. El último fragmento llegó. Después de él empezaría otra vez la fase de pelea, Edgar y Ulises ahora lo sabían, así que empezaron a preparar sus técnicas para cuando llegara el momento. La letra terminó.
—¡Purificación!
—¡Super gravedad!
La habitación volvió a su orientación normal, pero a todos les costaba moverse excepto a los propietarios de las cartas, Ulises se acercó a Mikashi.
—¡Último tiro! —gritó Mikashi—. Toda mi energía.
—¿Qué ganas con eso? —preguntó Ulises—. No siempre tendrás suerte.
Ulises golpeó a Mikashi, quien poco a poco se desintegraba.
—Soy inmortal, amigo —dijo Mikashi mientras miraba al suelo—. Siempre que deba, tendré suerte, no como tú.
La ruleta había parado, diecisiete negro. El aumento de energía ritual de Mikashi, sumado al resto de bonos por victoria empezaron a regenerarlo desde donde se había empezado a desintegrar. Cuando Ulises intentó golpearlo de nuevo, un sonido de monedas cayendo recorrió la habitación. Mikashi había obtenido tres frutas iguales.
El territorio se rompió, probablemente decisión de Mikashi. Con la cantidad de energía ritual y capacidades físicas con las que contaba en ese momento se había vuelto inmortal por un periodo de tiempo.
—¿Quién lo diría? —dijo Louis, quien se dejó caer en el suelo—. ¡El maldito ludópata volvió!
Antes de poder reaccionar, Ulises se encontraba enterrado en el suelo mientras Mikashi sujetaba su cara, por su parte, Edgar intentaba huir.
—No, hermanos —dijo Mikashi.
Le hechicero, en su frenesí, levantó a Ulises y lo lanzó hacia su compañero, en un segundo o dos los alcanzó y dio una ráfaga de golpes que no permitía ni respirar a ninguno de los dos. Pronto ambos cayeron inconscientes.
—Siempre tengo suerte —dijo Mikashi.
Las cartas, tiradas en el lugar donde se encontraban antes de ser lanzados, comenzaron a brillar y absorbieron los cuerpos de los hechiceros que previamente las poseían, no hicieron nada más. Mikashi se acercó a Louis, a lo lejos vio a Gabriel y Dai revisando cada zona de la escuela, supusieron que buscaban a Olivia, se dispusieron a ayudar con prisa.
En las profundidades de aquellas instalaciones, Jenna usaba su técnica ritual para iluminar con una lámpara como herramienta, misma que intensificaba con facilidad. Caminaba con prisa, era un largo pasillo de ladrillos de piedra, así que sólo podía ir al frente. Fue tras varios metros que sintió un temblor, pero se encontraba frente a una antigua puerta de madera.
—Pensé que estaría lleno de cosas —dijo Jenna tras entrar.
La puerta conducía a un cuarto, estaba vacío en esencia, sólo contaba con un pilar en el centro y un pequeño cubo de un material que desconocía o, al menos, no podía reconocer a simple vista. Jenna se acercó, el cubo era lo suficientemente pequeño para meterlo en su bolsillo.
—Vamos, libéralo —dijo Olivia a espaldas de Jenna—. Hazlo y los arcángeles matarán a todos tus amigos, si es que él no lo hace primero. No entiendo cómo te crees la heroína después de matar inocentes.
—¿Inocentes? ¿Cómo Ino? ¿Cómo el hermano de Alexandra? Sé lo que has hecho.
—Yo no maté a nadie —dijo Olivia—. Bueno, no a alguien que conocieras.
—Pero estaban bajo tu orden, eso no te hace tener las manos limpias.
—¿Qué hay de Roman? Su muerte fue culpa tuya.
—Nah, murió por sus propios actos. Fue muy tonto para no distinguir un engaño, como yo. Entiendo lo que haces, me pones a prueba.
—¿De qué hablas?
—No quieres que lo libere, especialmente tú le temes, por eso quisiste que todos le temiéramos. Tiene sentido.
—Libéralo, pero no te ayudaré a sellarlo, soy la única que puede.
—Sabes que es mentira —dijo Jenna—. Una vil mentira. Ahora saldré, vendrás detrás de mí, te entregaré a Gabriel y que él decida tu suerte.
Olivia apuntó sus manos con prisa a la joven, misma que empezó a caer en el suelo.
—¿Qué haces? —preguntó Jenna.
—Detenerte de hacer algo tonto —dijo Olivia—. No entiendes, él mató mucha gente, si lo liberas sin más, volverá a hacer lo mismo.
—¿Cómo sé que dices la verdad?
Jenna tenía su mano dentro de su bolsillo, se encontraba lista para liberar a Niko con el pequeño cubo que sentía en sus dedos, incluso empezaba a imbuirle energía ritual.
—Confía —dijo Olivia—. Tu difunto padre lo habría querido.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Jenna.
—Las noticias vuelan, los arcángeles me lo… Lo vi en televisión.
Jenna entendió gracias a que Olivia se corrigió muy tarde.
—Liberar —dijo Jenna.
El pequeño cubo salió de su pantalón y se pegó a la pared, un temblor comenzó en todo el lugar. Todos los presentes lo sintieron, los cuatro hechiceros que buscaban dentro de las instalaciones y las dos hechiceras que protegían desde fuera.
—Lo liberó —dijo Mía—. Niko está liberándose.
El cubo se expandió en la pared, formó una especie de marco relleno de un líquido viscoso. No pasó nada por varios segundos, pero pronto una figura humana se empezaba a distinguir.
—No, no, no —decía Olivia con desesperación, pronto corrió hacia la salida.
La figura tomaba más forma, se veía con un cabello largo y con gran altura. Una mano salió de la sustancia, era delgada, fina, tenía las uñas negras y bien arregladas, salió más del brazo, lleno de marcas negras que parecían tatuajes de tentáculos. Una persona salió, se trataba de una mujer de un metro con ochenta, ambos brazos con las mismas marcas irregulares, parecía que recorrerían su cuerpo entero hasta su cuello y la parte inferior de su rostro, donde ya se notaban más delgadas aquellas marcas. La iris de sus ojos era pálida, casi carecía de color, tenía manchas negras bajo sus ojos, como ojeras puestas ahí desde su nacimiento, rasgos finos, piel clara, una boca y nariz pequeña, delgada y con un cuerpo proporcionado.
—Pero Niko era un hombre —dijo Jenna, impactada por la figura que veía salir.
El marco se cerró, la mujer frente a ella vestía una túnica azul marino con líneas blancas, la parte inferior de la tela arrastraba con el suelo, tenía el cabello corto y desarreglado.
—¿Hola? —dijo la mujer y se acercó a Niko mientras intentaba acomodar su cabello—. ¿A quién le debo las gracias?
—Me llamo Jenna —dijo nerviosa, su cuerpo temblaba.
La mujer sostuvo los hombros de Jenna y empezó a masajearlos, sin una explicación realmente certera, funcionó.
—Me llamo Niko, aunque debes saberlo para haberme traído aquí. Gracias, Jenna.
Tras confirmar la identidad de la mujer, Jenna se relajó todavía más.
—¿Cuánto tiempo pasó? Quizá unos diez años, es probable que más —dijo Niko.
—Diez años —dijo Jenna—. ¿Dijiste traer? ¿No estabas sellado? Perdón, sellada.
—Entiendo la confusión, no te preocupes —dijo Niko—. Pues en realidad no. Olivia no comprende para nada la magia de territorios, barreras y sellos. De sellarme habría sido como lo que hice con Mía. Por cierto, ¿sabrás algo de una Mía?
Jenna asintió.
—Está fuera —dijo nerviosa—. Ella te espera.
—Bien. Supongo que también querrás escuchar —dijo Niko y se estiró—. Me llevaron a un lugar más allá de este plano, pero ya habrá tiempo de explicaciones. ¿Podemos salir?
Jenna se apresuró a ir hacia la salida, Niko la siguió. Ambas salieron a la puerta principal donde se encontraban Gabriel, Dai, Mikashi y Louis alrededor de Olivia.
—¿Quién es ella? —preguntó Mikashi—. ¿Tenía una prisionera ahí debajo?
—Veo que todos venían por mí. Soy Niko, ya les explicaré por qué me veo así, pero ahora. Hola, Olivia.
La mujer estaba de rodillas, temblaba y no sabía qué hacer. Antes de poder accionar, notaron que el territorio de Alexandra, el eclipse, se empezaba a desmoronar.
—¿Se le habrá acabado la energía? —preguntó Louis.
—No —dijo Gabriel—. Tiene la energía de dos personas y no usa ningún ritual aparte. Alguien debió romperlo de fuera.
Vieron a la entrada, Mía y Alexandra se acercaban con prisa. Cuando se incorporaron al grupo le informaron de lo que sucedía.
—Son ellos —dijo Mía—. Los arcángeles están aquí.
Mía sintió un abrazo, se trataba de Niko.
—¿Niko? —dijo Mía, misma que lo había reconocido al instante—. ¿Por qué eres mujer?
—Después te cuento —dijo Niko—. ¿Los arcángeles están vivos?
—¿Cómo sabes de ellos? —preguntó Gabriel.
—Ellos vienen del lugar a donde esta tonta me mandó en lugar de sellarme. Hay que irnos —dijo Niko—. Necesito recuperarme.
—Bien, nos llevaremos a Olivia —dijo Dai.
Un estruendo impactó la barrera del techo de la escuela, un muro invisible para evitar ser vistos. Fue cuestión de tiempo para que se abriera y entraran los mismos arcángeles que habían invadido antes la casa. Diablo, Torre, Juicio, Mago y Emperador.
—Bien —dijo Niko—. Váyanse, los frenaré un rato.
—Pero dijiste que debes recuperarte —dijo Mía.
Niko apuntó sus manos a los arcángeles, parecía querer activar un ritual, pero su nariz empezó a sangrar.
—¿Enserio? ¿Harás esto ahora? Pensé que estábamos bien.
Niko se desmayó, Mía se tiró al suelo al instante para ayudarlo.
—Hay que irnos —dijo Alexandra—. Llévense a Niko, creo que tengo poder suficiente para darle pelea a uno.
—No —dijo Gabriel—. Yo me quedo. Ustedes deben irse, deben sobrevivir.
Entre la plática, los arcángeles se colocaron frente al grupo, Mago chasqueó los dedos y pasó a Olivia a su lado.
—Entonces supuse bien —dijo Jenna—. Maldita asesina.
—Vamos, váyanse —dijo Emperador—. Pero nos dan a Muerte.
—No —dijo Mía—. Él es Niko, no les sirve.
—Vamos, tú lo sabes —dijo Juicio—. Sientes a Muerte en él. Aunque diga ser Niko, Muerte sigue viva dentro de él.
—Alexandra, Dai —dijo Gabriel—. Lleven a Niko al coche. Mikashi, Louis, cúbranlas.
—Pero ustedes… —dijo Mikashi antes de ser interrumpido.
—Por favor —dijo Gabriel.
Los cuatro obedecieron, por su parte, Gabriel, Jennay Mía se plantaron frente a los arcángeles.
—¿Creen que podrán hacernos algo? —preguntó el Emperador—. Juicio, Mago, vayan por Niko. Pero antes, necesito que me alejen, quiero hablar con Olivia, Jenna y Mía. Pueden deshacerse del que queda.
Mago chasqueó sus dedos, todos los arcángeles se dividieron. Jenna y Mía aparecieron frente a la casa donde todos se refugiaban, Emperador estaba sentado frente a ellas.
—Ustedes de verdad hicieron tanto, les agradezco —dijo Emperador—. Por eso les perdonaré la vida, no puedo decir lo mismo de los demás, pero ustedes dos son mis favoritas.
—¿De qué hablas? —dijo Mía.
—Liberaron a Muerte —dijo Emperador—. Gracias a eso, cada vez estamos más cercanos a alcanzar la unificación, a estar bajo la sinfonía.
—¿De qué carajo hablas? —gritó Jenna.
Cuando ambas se intentaron acercar perdieron la consciencia.
Mago y Juicio, por su parte, perseguían al vehículo en el que Alexandra, Mikashi y Louis escapaban. Mientras el último manejaba, los otros dos usaban sus ataques a distancia, como las esferas metálicas o ataques de viento. El plan era llevarlos a un terreno abierto para que los tres usaran sus territorios y técnicas en su totalidad, así, al menos, los frenarían. Fue después de unos minutos de persecución que ambos arcángeles dejaron de intentarlo, sin explicación, el grupo siguió hasta la casa.
Por su parte, Dai esperaba el momento perfecto para ayudar a Gabriel, también fue la primera en saber por qué los otros dos arcángeles dejaron de perseguir a sus amigos.