El Jarrón

Jarrón

En mi casa tengo una habitación con varios estantes, grandes estantes, ahí me dedico a guardar jarrones, aunque no son míos, sino de otras personas. No es que los robe, sino que como las personas saben que yo tengo esta habitación, deciden guardar sus jarrones acá por falta de espacio en sus hogares. 
Algunos jarrones son más especiales que otros, tienen formas poco comunes, contienen más detalles. Además, los dueños me dejan pintarlas a mi gusto, así que les agrego alguna que otra marca, algún trazado sacado de mi imaginación, un pequeño dibujo, entre otras cosas. También es cierto que no decoro todos los jarrones, sino los que considero más especiales.
Lamentablemente, en el transcurso del tiempo, unos cuantos jarrones se rompen, pero trato de repararlos lo mejor posible y regresarlos a sus dueños.

Hubo un tiempo donde llegó un jarrón especial. Me sorprendió demasiado porque lo llegué a considerar más único que toda mi colección especial de jarrones. Tenía una forma que nunca había visto, las pinturas que estaban sobre él eran maravillosas y con un fondo verde tan resplandeciente que me mantenía en un estado de trance. Lo cuidé tanto, como si fuera una parte de mí, un brazo, una pierna, un pulmón, o incluso mi propio corazón. Los mantenimientos que realizaba sobre él para que siempre se mantuviera reluciente eran exclusivos de ese jarrón.

Pero un día... sucedió la catástrofe. Al pasar los meses, el jarrón de a poco se fue quebrajando. Trataba de hacer algo con las grietas, las cubría con todo producto especial para que soportara, pero esas cicatrices del tiempo no eran sumisas ante los químicos, así que, simplemente, se partió. Me agité y comencé a tomar cada parte para reconstruirlo, de alguna forma. Usé cada método con los que había reparado jarrones anteriores, pero al ser este tan único, no funcionaban efectivamente. Verlo de esta manera al jarrón que había cuidado con tanto esmero y esfuerzo... despertó mi melancolía. Aunque estaba roto, lo coloqué en el estante como pude, con movimientos lentos y vagos, con los ojos llorosos pero sin la fuerza suficiente para que salieran lágrimas.

Durante esos días, estuve en un estado de desinterés y tristeza; no tenía ganas de cuidar el resto de jarrones, se llenaron de polvo, se agrietaron, pero no me importaba en absoluto. Solo pensaba en ese jarrón, en sus trozos, en que había perdido un pedazo de mí. Pero de a poco, la melancolía fue disminuyendo y... un sentimiento de odio surgía en mí. Sentía rabia por el estado en el que yo estaba, pensando que esto era culpa de ese maldito jarrón, de su existencia tan única y bella. Así que no pude esperar más y me dirigí hacia la habitación de jarrones, tomé los trozos del desgraciado, y los destrocé contra el suelo. Los pisé, los golpeé con mis puños, los arrojé contra las paredes, los escupí, e incluso salté sobre ellos con mis propios pies hasta que un charco de sangre comenzó a emanar del suelo. Cuando me di cuenta de la masacre que estaba realizando, me calmé y lloré, sollocé y me lamenté, pues el jarrón no tenía la culpa; nunca más sería reparado, nunca más podría limpiarlo, nunca más podría maravillarme al verlo, nunca más sería como antes, tan solo... nunca más. 
Los trozos rotos y ensangrentados los tiré a la basura, pero esa bolsa se quedó en mi casa y nunca más volvería a intentar repararlo.



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En el texto hay: sentimientos, simplemente relatos, jarron

Editado: 05.03.2019

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