Sara
Hoy era mi primera consulta con el ginecólogo para confirmar el embarazo, y en la misma cita me entregarían los exámenes de sangre que me había realizado hace algunos días atrás.
Había sido una verdadera sorpresa cuando Kennet me había pedido probar con un test de embarazo, porque yo no tenía ni la más mínima sospecha. Mis esperanzas con el pasar de los meses habían estado decayendo al no tener síntomas de estar embarazada.
En la noche no había podido dormir de lo nerviosa que me sentía porque este día llegara. Tenía muchas ilusiones sobre un nuevo bebé.
Danielle se encontraba sentada de espaldas a mí. Ya estaba vestida y ahora la peinaría porque ella se quedaría con Magdalena. Kennet venía en camino y nos recogería para ir juntos a la cita.
Cepillé el cabello de mi niña y lo dividí en tres mechones para comenzar a trenzarlo, ella se mantenía tranquila tarareando una canción de su serie favorita.
Amaba los momentos en donde solo éramos nosotras, porque me daba tiempo para observarla sin ser interrumpida. Mientras la miraba no dejaba de maravillarme, pues todo en ella me parecía perfecto. No me consideraba una madre obsesiva, ¿el pensar que tu niño es el ser humano más bello no era el pensamiento que tenían algunas madres sobres sus retoños?
Lucas, el perro, entró en la habitación y de inmediato se subió a la cama para ser acariciado por su pequeña dueña.
– ¡Esta sucio! –exclamo riendo señalándolo y alejándose rápidamente de él. Justamente el perro mancho todo a su paso, con lo que rezaba fuera barro.
–Tu padre lo dejo en el patio esta mañana y él hizo de las suyas –expliqué. –Cuando lleguemos del doctor debemos bañarlo.
Tomé un moño y terminé la trenza.
–Ya estás lista, cielo –dije y besé su frente.
Danielle se paró de un salto del banco y fue hacía su coche de juguete. Ella era una gran amante de sus juguetes y podía pasar toda la tarde jugando con ellos. Afortunadamente era una niña tranquila y fácil de entretener.
–No podremos llevar el coche, solamente a la bebé.
Ella hizo un puchero, pero termino aceptando cuando la miré con la mirada. Sabía que yo no cedía ante sus encantos, al contrario de su padre. Kennet se encargaba de consentirla, mientras que yo era la que ponía todo en orden y la regañaba cuando creía conveniente. Él me decía que no podía negarse ante los ojitos de Danielle cuando quería algo o cuando necesitaba ayuda por haber hecho alguna travesura.
Le ayudé a guardar a la muñeca en una pequeña mochila y tomé su mano para caminar hasta las escaleras, ella de inmediato alzó sus brazos y la cargué para bajar los escalones. Aún tenía temor de que bajara sola, y si es que lo llegaba a hacer bajaba sentada.
Me sorprendí cuando vi a Kennet a los pies de la escalera. Él en cuanto se dio cuenta que nos acercábamos nos sonrió a ambas.
– ¡Papi!
Solté a Danielle quien de inmediato corrió a los brazos de su padre. Kennet la cargo y la hizo girar por los aires.
–La harás vomitar, hace poco comió su postre –advertí. Él de enseguida paró y la achucho.
– ¿Y esta princesita? –preguntó haciéndole cosquillas y dejó un beso en su mejilla.
–Mami me hizo tenza –Danielle movió de un lado a otro su cabeza, mostrando su peinado.
Me acerqué y rodeé la cintura de Kennet con mis brazos.
–Hola, nena –me beso.
– ¿Y yo qué? ¿Qué puesto tengo en tu reino? –hice un puchero, fingiendo estar sentida.
Tomó mi mentón –Tú eres mi reina.
Sonreí y besé sus labios.
–Ya vámonos, a esta hora suele haber tráfico y no quiero llegar retrasada.
Salimos de la casa rumbo hacía el auto estacionado en la entrada. Dejé la mochila en la maleta y luego me senté en el asiento del copiloto, mientras Kennet ajustaba a Danielle en su silla de seguridad.
Tomé mi teléfono cuando este alerto de un nuevo mensaje. Era Maddie, quien me había enviado una foto del pequeño Liam vistiendo un smoking color rojo. A mi amiga le fascinaba vestir al niño como si fuera su muñeco.
– ¿Estás nerviosa? –preguntó Kennet ya a mi lado.
–Un poco –susurré, guardando el teléfono en mi bolso.
Tomó mi mano y la beso –Pase lo que pase estaré contigo, estaremos juntos–. Apreté mis labios y asentí.
(…)
A penas entramos a la sala de espera de la clínica el airé acondicionado nos golpeó fuertemente. Froté mis manos contra mis brazos, debí haber venido más abrigada.
En tanto Kennet anticipaba nuestra llegada en la recepción, me senté lo más alejada de la sala de espera, en donde había dos mujeres que conversaban animadamente mientras acariciaban sus grandes vientres.
–Está demasiado frio aquí ¿Quieres que bajen el aire? Podrías resfriarte.
–Estoy bien, amor.
– ¿Segura?
–Claro, los demás pacientes te odiarían de seguro –Kennet se rio a carcajadas y beso el dorso de mi muñeca.
–No me importaría, me pondría contra cualquiera por tu bienestar.
Rodeé los ojos y miré la sala. Todo era nuevo para mí. Desgraciadamente mi ginecólogo se había mudado de ciudad por lo que me vi obligada a buscar uno nuevo y Kennet no contento con que fuera hombre, hoy tenía cita con una ginecóloga, compañera de Héctor. Durante toda mi vida había sido atendida por un hombre y me ponía un poco nerviosa que eso cambiara.
– ¿Cómo es que lograste salir temprano estando tan ocupado con la inauguración de las otras sedes? –le pregunté cambiando de tema.
–Lo bueno de ser el jefe es que nadie se enojará si es que salgo temprano del trabajo –me guiño el ojo. Escondió su rostro en mi cuello y acaricié su barbilla.
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Editado: 17.08.2021