Después de unos días de haber escapado del lugar donde lo mantenían encerrado, el joven hacía lo que podía para sobrevivir en un mundo destruido. Los edificios estaban en ruinas, las carreteras llenas de autos abandonados y oxidados.
En ese tiempo, había logrado controlar parte de su escudo de hielo. Ya no aparecía solo por instinto: ahora podía invocarlo cuando sentía miedo… o cuando el frío le hablaba.
Solo una pregunta rondaba su mente: “¿Y si soy el único ser vivo en este mundo de caos… qué haré?”
A sus 16 años, esa duda lo preocupaba… pero también lo mantenía cuerdo. Porque si no era el único, aún podía hacer algo para sobrevivir.
Un día, se topó con alguien que no parecía querer hacerle daño ni devorarlo. Se acercó con cautela y preguntó:
—¿Estás vivo?
El otro respondió con una sonrisa:
—Claro… ¿o parezco que te voy a comer? Jajaja.
—Perdón —dijo el joven—. Es que son tiempos difíciles. Ya no sé si la gente quiere matar para sobrevivir… o si son zombis que te quieren comer. Jeje.
Tras esa charla, el sobreviviente le ofreció lo siguiente:
—¿Quieres venir conmigo? Hay más como yo. Estarás a salvo.
El joven, feliz de encontrar un refugio, aceptó sin dudar:
—Claro. ¿Por qué no lo haría?
Pero algo no le cuadraba.
Durante el trayecto, mientras cruzaban una zona llena de cadáveres congelados, el joven se sobresaltó. Sin querer, su escudo de hielo apareció frente a él, como si su cuerpo lo hubiera invocado por reflejo.
El otro lo miró de reojo, sin decir nada… pero en sus ojos había algo más que sorpresa.
Tal vez él también tenía un secreto.
El joven lo observó con más atención.
Llevaba una bandolera de cuero desgastado, con 9 cartas con símbolos que parecían moverse cuando nadie las miraba.
Y al otro lado de su cintura, una pistola extraña. Tenía grabados similares a los de las cartas… como si estuviera conectada a ellas.
A veces murmuraba en voz baja… como si hablara con tres personas invisibles.
Pero nunca lo hacía en voz alta.
Y nunca respondía a preguntas sobre eso.
Después de cinco horas de viaje sin parar, llegaron a un bosque. El sobreviviente le preguntó:
—¿Cómo sobreviviste tanto tiempo sin ayuda… y sin armas?
El joven, algo nervioso, respondió:
—E-es un secreto. Jajaja.
El otro respetó su decisión, pero le advirtió:
—Algún día tendrás que mostrarlo. Espero que no me decepciones.
Lo que el joven no sabía era que el lugar al que se dirigían estaba dividido en varios bandos… y solo el más fuerte sobrevivía.
A él no le gustaba pensar que tendría que usar sus poderes —que aún no controlaba del todo— para enfrentarse a otros sobrevivientes.
Solo sabía lanzar bolas de hielo y crear espadas o escudos que no duraban mucho… pero al menos congelaban lo que tocaban.