Después del descanso, siguieron caminando.
El joven notó algo extraño: Tenía un tatuaje en el cuello, medio oculto por la ropa.
Ese símbolo… lo había visto antes.
En las instalaciones donde estuvo encerrado.
—¿Cómo te llamas? —preguntó, con la voz temblorosa.
—Me llamo Ron —respondió el sobreviviente, sin dudar.
Ese nombre le sonaba. No era cualquier guardia. Era uno de los que patrullaban los pasillos donde lo mantenían encerrado.
No tenía pruebas. No tenía recuerdos claros. Pero algo en su interior gritaba que no debía confiar.
Aun así, siguió caminando. Porque no tenía a nadie más.
Dos horas después, Ron se detuvo.
—Nos están siguiendo —dijo.
—¿También lo sientes? —respondió el joven.
Ron asintió, pero no sacó su arma.
—No quiero gastar munición. No tengo arco ni ballesta. Y andar sin armamento es casi un suicidio.
Entonces, una flecha rozó su mejilla.
El joven fue empujado hacia atrás.
En cuestión de segundos, alguien encapuchado lo arrastró lejos.
La voz era suave, pero firme. Como la de alguien que había sufrido… y sobrevivido.
—No te fíes de esa arpía tramposa —dijo la figura—. Solo quiere encerrarte. En una jaula, o en un contenedor. Depende de cuán peligroso seas para ellos.
—¿Cómo puedo confiar en ti? —preguntó el joven, temblando.
—Porque yo ya caí en sus trampas. Escapé. Y alguien me ayudó a ver la verdad.
El encapuchado desapareció entre los árboles.
Ron lo encontró minutos después.
—¿Tú también, eh? Esperaba más… pero así es la vida —dijo, con tono frío.
Sacó su arma.
—¿Qué te dijo? ¿Qué te propuso?
—Intentó robarme… pero logré escapar —mintió el joven.
Ron guardó el arma.
—Sí, por aquí hay muchos tramposos. Muchos ladrones.
El joven solo asintió.
Pero algo no estaba bien.
Vio una figura a lo lejos.
Sin pensarlo, corrió en dirección contraria.
Ron lo siguió.
Disparó.
Pero la bala desapareció en el aire y en su lugar quedó una pequeña nube de humo violeta, que se desvaneció como un suspiro..
No dijo nada.
Solo siguió corriendo.