Después de todo ese caos, la figura encapuchada guió al joven hacia un lugar inesperado.
Era un refugio oculto entre ruinas y árboles, donde la gente ayudaba a los demás con reservas de agua, comida y herramientas.
No era solo un escondite. Era una comunidad. Una resistencia.
Al entrar, saludaron a varios rostros cansados pero amables.
La encapuchada se quitó la capucha.
Era una mujer. Su mirada firme contrastaba con la calidez de su voz.
Caminaron juntos hasta el centro del lugar, donde los esperaba el líder.
—Bienvenida de nuevo, compañera —dijo con alegría—. Veo que traes a alguien nuevo para que se nos una en esta resistencia.
—Claro que sí —respondió ella—. Y nos va a ser de mucha utilidad en los ataques contra los que nos quitaron todo.
Después de una charla breve, decidieron asignar al joven a un pelotón de su edad.
Eran inexpertos, pero entrenaban cada día para ser útiles en batalla.
El joven se les unió en silencio.
No buscaba amigos, pero los encontró.
Durante los entrenamientos, aprendió técnicas de combate cuerpo a cuerpo.
También mejoró su puntería con arco y flecha, el único armamento disponible.
Pasaron varios días.
Una tarde, mientras descansaban, uno de sus compañeros le preguntó:
—¿Y tú? ¿Qué sabes hacer?
El joven se levantó.
—Síganme… pero no digan nada, ¿ok?
Lo siguieron hasta una zona despejada.
Extendió la mano.
Lanzó una cobra de hielo que impactó contra un tronco, congelándolo parcialmente.
Luego invocó su espada y escudo.
Y explicó que podía sentir enemigos cercanos si su aura era lo suficientemente fría.
Todos quedaron en silencio.
El líder del pelotón se cruzó de brazos.
—¿Eso es todo?
El joven alzó la cabeza, sin responder.
—Deberías intentar cosas nuevas —dijo el líder—. Mejorar tu habilidad. Controlarla.
No basta con lo que ya sabes.
El joven se quedó pensativo.
Volvieron al centro del refugio, conocido como *La Resistencia*.
Y así, entre entrenamientos y dudas, comenzó a preguntarse qué más podía hacer con su poder… y con su historia.