Quisieron matarlos.
Pero el aire helado le dio una idea.
El joven de hielo descubrió que podía congelar cualquier cosa que tocara el hielo…
o hacer que el hielo tocara a su objetivo, y luego congelarlo.
Quiso probar algo nuevo.
Trazó una línea de hielo tan delgada que apenas se veía, extendiéndola hacia los veinte guardias que los rodeaban.
Y los congeló.
Tres de ellos lo notaron… pero ya era tarde.
Entonces, sintió otra posibilidad.
Lanzó una brisa helada.
Una corriente de aire frío que congelaba todo lo que tocaba.
Congeló las armas de los guardias restantes.
Y luego, con el rostro serio, se preparó para pelear a puño limpio.
Si eso no bastaba, usaría su espada de hielo.
Pero no estaba solo.
Su pelotón estaba con él.
Lucharon juntos.
Golpearon, esquivaron, resistieron.
Y ganaron.
El convoy quedó atrás.
Pero antes de irse, registraron todo.
Entre los cuerpos y cajas encontraron planos:
cómo fabricar balas…
y un arma especial que usaba flechas como munición, pero no se desgastaba con facilidad.
Decidieron regresar entre los árboles.
Debían entregárselo al jefe.
Tal vez podrían fabricarla.
Dos días después, el jefe del escuadrón divisó un campamento enemigo.
Uno de los que intentaron llevarse al joven.
Y allí estaba Ron.
Recuperado.
Con un traje distinto.
El jefe vio una oportunidad.
—Podemos atacar. Recuperar armas, munición… recursos.
Pero necesitaban más que fuerza.
Le pidieron al joven de hielo que creara una distracción.
Él dudó.
Pero asintió.
—Claro… está bien.
El plan se puso en marcha.
Cada joven tomó un arma improvisada:
- El líder: una lanza de madera.
- El segundo al mando: una cachiporra.
- El tercero: un mazo pesado.
- El cuarto: dos cuchillos de madera.
—No son muy filosos, pero sirven como estacas —dijo, sonriendo.
- El joven de hielo: un bate.
Esperaron la noche.
El frío llegó con el viento.
El jefe atacaría por el frente.
El segundo y el tercero, por la izquierda.
El cuarto y el joven, por la derecha.
Lograron noquear a tres soldados antes de que los otros se alertaran.
Los disparos comenzaron.
Pero las balas… se volvieron aire helado.
Una de ellas iba directo a uno de los jóvenes.
El hielo la deshizo antes de impactar.
Entonces, Ron gritó:
—¡Él está aquí!
Los soldados cambiaron de cargador.
Balas incendiarias.
El joven lo supo al instante.
Si intentaba congelarlas, se agotaría.
Y si se agotaba… lo capturarían.
O algo peor.
Miró el fuego en las armas.
Y murmuró:
—Esto se va a poner feo.