El Joven que contó sus propias estrellas

Erase una vez

Érase una vez…

En Tiempos de caballeros, reyes, nobles y vagabundos, cuando se luchaba por honor y gloria, cuando el poder, aunque lo parecía, no se usaba para servir a los necesitados, sino para lucirse ante los grandes, cuando la vergüenza y la honradez parecían haber desaparecido de la faz de la tierra. En Tiempos así vivió un joven noble y humilde, hijo de nobles al que le fue asignada una luz, como a muchos de nosotros en el día en que nacimos, para brillar y destellar esperanza, para brillar con una luz que aún él desconocía.

Desde pequeño estuvo escuchando las historias de aquellos grandes hombres a los que se les llamaba caballeros, que conquistaban reinos, vencieron ejércitos innumerables, alcanzaron la gloria e inmortalizaron su nombre al lado de esos reyes que vivieron de victoria en victoria y que llegaron a ser grandes y poderosos, dejando un sin número de anécdotas que trascurrieron a través de los años.

Este joven era llamado Sebastián Wild, mejor conocido como el hijo del herrero.

Fue educado en valores y principios muy elevados. Aprendió a respetar y a ser respetado, a vivir en paz, en cuanto a lo que dependía de él, con todos sin importar que tipo de persona fuera, de qué nivel social descendiera, cual fuera su situación económica o su color de piel.

Sebastián tenía un padre que era muy sabio, día tras día trataba de que el joven tuviera cada vez más conocimiento y fuera experimentado para que pudiera saber cómo vivir en este mundo tan lleno de fatalidad y desgracias, en donde la desconfianza está a la vuelta de la esquina por causa del engaño y la traición que arropa las calles de todo el mundo y aun las mentes de todos aquellos incautos que se dejan llevar por el momento y por cualquier impulso.

– Trabaja para vivir hijo –decía su padre día tras día–, porque no hay peor miseria que la que se obtiene por vivir por el sudor de otros. Tampoco vivas bajo la sombra de nadie hijo, si lo haces no conseguirás comer de tu propia honra, sino las migajas de la honra ajena, y no hay trago más amargo al paladar que el que se bebe por estar a merced de aquellos que, a veces, a base de malos actos, han logrado eso que tú sabes que eres capaz de mejorar y superar con esfuerzo y dedicación.

Así, con palabras como estas, día tras día educaba ese noble padre a su joven hijo, lo hacía con el propósito de que llegara a ser cada vez mejor, de que creciera siempre que tuviera la oportunidad para serlo.

El noble herrero era conocido entre los de la aldea por sus dichos sabios y certeros, era muy famoso entre los de su aldea y respetado, pero a pesar de ser tan sabio y famoso en su pueblo, era desconocido por el rey.

Su hijo gozaba de los placeres que arrastraba por ser hijo del sabio, el respeto, la honra, el buen trato y todo eso. Pero al igual que todo joven que piensa llegar a alcanzar sus propias metas y cumplir sus propios sueños, él también los tenía y por eso no se sentía satisfecho con solo ser uno más en la aldea y ser valorado por ser el hijo del sabio, él quería más de lo que hasta ahora tenía, él quería llegar más lejos, conocer nuevos horizontes, nuevas personas, y eso es normal en un joven de su edad.

– Padre –Dijo un día el joven al sabio en tono de preocupación–, la gente me honra y me respeta porque soy tu hijo, tengo un buen puesto en la sociedad y gozo de muchos privilegios por esto, pero ¿Qué piensas tú de eso?

– Eso no está bien –Fue la respuesta del padre a su joven hijo mientras seguía trabajando–, tú debes ganarte tu propio respeto ante los demás para ser recordado por algo y no por alguien.

Un día voy a morir y estaré vivo en la mente de los demás como el herrero o sabio del pueblo; si tú no ocupas tu lugar en el mundo, para todos siempre serás el hijo del herrero o del sabio, te conocerán por eso, pero nadie conocerá tu historia entonces, no sabrán tu nombre.

Esto hizo pensar al joven en su futuro y en el sueño que tenía de convertirse en un caballero, a pesar de ser un pobre herrero y vivir en una aldea tan pobre como la aldea esperanza sus sueños eran grandes, tan grandes que a veces les parecían imposibles de alcanzar, pero no dejó de soñar a pesar de eso.

Todos los habitantes de esta aldea acudían al sabio para escuchar sus dichos sabios y encontrar respuestas a todas sus interrogantes. Todos en absoluto salían satisfechos de la casa del sabio si sabían escuchar las palabras de este.

– Padre –dijo el hijo cierta vez–, si eres tan sabio y tan famoso entre los de la aldea, ¿Por qué no vas donde el rey para que te conozca? Puede que necesite de tus dichos.

– A veces vivimos toda una vida rodeados de personas a las cuales nunca conocemos hijo –Contestó el noble sabio–, nos son desconocidas sin importar el Tiempo que pacemos en su compañía, ¿sabes por qué? Porque solo sabemos de quienes nos importa. No te empeñes en ser conocido por nadie, dedícate a ser alguien que valga la pena conocer y deja lo demás a los hombres –Esta respuesta en principio no agradó al joven, pero a pesar de eso guardó silencio y poco a poco fue adquiriendo de la sabiduría del padre, hasta el punto de tener respuestas parecidas a las de él para algunos casos, detenerse a pensar las cosas antes de hacerlas y sacar provecho de lo poco que tenía a la mano.



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Editado: 28.02.2018

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