Al otro día despertó muy temprano en la mañana con los rayos del sol y vio al padre hablando con un hombre que era extraño para él, el sabio le estaba dando instrucciones y una bolsa de monedas al extraño y al ver a su hijo lo llamó para que se acercara, Sebastián se acercó y su padre le pidió que fuera con el extraño a conquistar sus meta, lo besó y lo envió con aquel viajero del camino para que el noble joven pudiera realizar su sueño con la ayuda del señor que lo escoltaba hacia la creación de su propio destino.
Todo el camino el joven iba observando al viajero, su ropa, su caminar, su manera de mirar las cosas que iban apareciendo en el trayecto del viaje, la paciencia con que se estaba desplazando por el camino. Sebastián pensaba hacer todo lo posible para lograr ser todo un caballero. Miraba el alrededor con emoción e imaginando con entusiasmo lo que le esperaba en el lugar a donde fueran a parar él y el extraño viajero, quien hasta ahora no había dicho ni una sola palabra.
– ¿Cómo te llamas? –Preguntó el joven cansado del silencio, para no aburrirse más en el camino–.
– Los que me conocen me llaman Tiempo –Le respondió el viajero.
– ¿Por qué ese nombre? –Preguntó Sebastián extrañado ante ese nombre tan peculiar–.
–Porque nunca me detengo –Contestó el viajero sin quitar los ojos del camino–, siempre voy de paso, sin importar cuán bueno o malo sea el momento o el camino, yo no me detengo a observar cuan duras sean las adversidades, ni cuan placentero sea el lugar, siempre prosigo con la misma determinación y con la misma filosofía de vida, siempre voy de paso.
– ¿Por qué crees que me puedes hacer un gran caballero como le dijiste a mi padre? –Quiso saber el joven –.
– Te puedo convertir en lo que quieras hijo –Respondió el extraño viajero mientras se detenía para mirar a Sebastián fijamente a los ojos–, solo si sabes aprovecharme, porque como te dije, voy de paso. Si me dejas a mi hacer en tu vida lo que quiera, tu vida la disfrutarás, pero no aprenderás nada, vivirás bien, pero al final de tus días te arrepentirás por no haberme usado, pasaras a ser uno más en el mundo que tuvo el Tiempo y no lo supo administrar como debía; pero si trabajas conmigo minuto a minuto, llegarás a ser una de las personas más grandes del mundo porque todo el que me conoce sabe que no es bueno tenerme en su contra, aunque siempre parezca que lo estoy, existo para que las personas que trabajan conmigo aprendan a valorar más todo aquello que logran conseguir con sacrificio, si no duele no sirve, así que se puede lograr lo que sea si me tienes a tu favor. Si trabajas conmigo puedes estar seguro de que lo estaré siempre –el joven observó maravillado al escuchar las palabras de su nuevo maestro, pensó que el señor Tiempo era muy sabio, tanto o más que su noble padre así que concluyó que lo mejor sería trabajar con él si quería adquirir nuevos conocimientos, decidió aprovecharlo por completo y así poder con la ayuda de él hacer lo posible para llegar a hacer su sueño realidad.
Fueron pasando los días y con ellos llegaron los meses y los años en que el joven iba creciendo en sabiduría y estatura. Cada día Sebastián hacía y aprendía algo nuevo del señor Tiempo, luchaba y luchaba en todo momento con la convicción de llegar a ser un caballero, no le importaba cuan profundas fueran las aguas, cuan oscuro haya sido el bosque, cuan alto o bajo se encontrará, cuan helado o caliente estuvieran las cosas, él solo pensaba en superar sus propias expectativas y llegar a ser el mejor caballero.
El señor Tiempo le fue enseñando a conseguir las cosas con esfuerzo y dedicación. Trabajó con hambre, en el cansancio sin detenerse pues tenía una misión muy clara que pretendía lograr a toda costa.
Había otros que corrían en la misma dirección que el joven Sebastián, aunque con otro maestro, estos se mofaban de él y le decían que nunca lograría llegar a ser un caballero, que desistiera, que dejara de intentarlo pues él no era de sangre real, pero el joven Sebastián, aunque tenía días en que quería desistir, tirar todo y volver a casa, no dejo de luchar a pesar de las burlas.
El señor Tiempo le enseñó a hacerse de oídos sordos ya que los que se reían de él eran…
– personas que no tenían visión, misión ni principio, que lo querían ridiculizar porque él estaba llegando a lograr lo que muchos de ellos habían deseado y no habían podido por no conseguir un mejor maestro que el conde Facilidad –decía el señor Tiempo.
Otras personas al verlo le daban aliento y le instaban a seguir adelante porque veían en él un talento único, y el joven Sebastián se detuvo a escuchar las cosas que le decían en el camino, se sintió lleno de orgullo por su trabajo, se creía todo un caballero ya, saludaba y sonreía con alegría y su mente se fue llenando de complacencia propia.