El padre de Sebastián quedó ciego por una chispa que le cayó en los ojos mientras trabajaba en su pequeño taller y ya no podía ver las estrellas, pero aun así levantaba su rostro al cielo y recordaba las luces del cielo que una vez le servían para recordar la razón por la que cada día se levantaba con el deseo de seguir viviendo, mantenerse en pie hasta llegar aquel día de volver a escuchar a su hijo otra vez convertido en todo un caballero como tanto deseaba el joven.
La fama de los grandes caballeros día tras día llegaba a oídos del anciano padre, llegó la noticia de que un caballero que no era de sangre real fue nombrado por el rey como consejero personal, el noble sabio se maravillaba, pero no sabía de quien se trataba la historia.
El joven Sebastián se acercó cierta vez al rey y le dijo:
– Mi señor, tengo una petición que hacerle.
– Cualquiera que sea tu petición hazla y yo por honor a mi nombre te lo concederé.
– Mi rey, existe una aldea en las afueras de palacio a la cual quiero ir a visitar.
– ¿Y tú por qué quieres ir allí Sebastián?
– Cuando era niño mi padre era un sabio muy reconocido en ese lugar, me educó en esa aldea y a mí me gustaría saber si el aún está en casa para traerlo a vivir conmigo a palacio, claro si no es molestia para el rey.
– ¿Por qué no lo habías mencionado antes? –Preguntó extrañado el rey–
– Porque le prometí regresar solo cuando hubiera contado mis propias estrellas, y pienso que ahora es el momento –Su majestad pensó que se trataba de algo que el padre del joven caballero jugaba con él cuando era niño así que no lo cuestionó en cuanto a esto.
– Anda hijo, ve donde tu padre y demuéstrale que ya contaste tus estrellas como él esperaba, pero tráelo contigo, quiero saber quién es aquel hombre que te enseñó tan grande sabiduría. –Después de haber escuchado esto último el caballero se marchó camino a la aldea Esperanza.
En todo el camino iba pensando en todo lo que su padre le había enseñado, cómo lo había apoyado en la realización de su sueño y cómo día tras día intentaba que él fuera mejor de lo que era hasta ese momento.
Llegando al que una vez fuera su hogar el joven caballero se llenó de nostalgias y recuerdos que le hicieron brotar lágrimas de sus ojos, lágrimas que no pensó que estuvieran en ese lugar de donde salían. Recordó que su padre una vez le dijo que él podría llegar a ser más de lo que su mente soñaba, y al verse reflejado en el lago que se encontraba cerca de la pequeña casa, sonrió y pensó que su padre, como siempre, tenía razón. El caballero vestía una armadura plateada que refulgía con la luz del sol, portaba una espada bañada en oro puro que tenía unas palabras grabadas que a cada lado decían deseo, de un lado y del otro lado tenía su nombre grabado.
Abrió la puerta y volvió a llorar al ver aquella pequeña choza que seguía tal y como la recordaba. Limpió sus lágrimas pues no quería que su padre lo viera llorar, se fue adentrando a la casa y sonreía cada vez que recordaba algo de su pasado, se extrañó al no ver a su padre en casa así que siguió hasta el patio trasero, y allá, sentado en una banca que estaba cerca del lago, yacía con la mirada perdida en el horizonte, muy pensativo el noble padre del caballero.
El caballero no se contuvo al verlo y lloró, lloró de rabia por no estar con su padre en aquellos momentos de su vida cuando él más lo necesitó, lloró de alegría al volverlo a ver, lloró de orgullo por volver y mostrarle a su padre que todo su sacrificio había dado frutos. El caballero se encontró extraño que su padre aún no se percataba de su presencia en el lugar, en ese instante el anciano padre giró su rostro hacia su hogar y…
– Hola –dijo Sebastián, pero el sabio no reconoció su voz por el cambio que habían dado a sus cuerdas bucales–, ¿Cómo estás?
– ¿Quién es? –Preguntó el padre– ¿lo conozco?
– Si –fue lo único que alcanzó a decir el caballero antes de llorar al notar que su padre estaba ciego, ¡sintió un dolor inmenso pues la ilusión que tenía de mostrarle a su padre en qué se había convertido se esfumaron! Ya su padre no podría ver como su hijo había llegado a conquistar su sueño–.
– ¿Y quién eres?
– Soy un caballero que logró contar sus estrellas mi señor –El anciano padre al escuchar esas palabras se levantó e intentó con desesperación llegar adonde estaba el joven caballero, caminó con pasos titubeantes hacia él, cuando pudo llegar le tocó la armadura, tocó su rostro y rompió en llanto, lloraba por que no podía ver en lo que se había convertido su hijo, lloraba porque sabía que lo había logrado, lloraba de orgullo, orgullo porque el joven caballero nunca se apartó de su sueño hasta que lo consiguió. Sebastián lloró con su padre por la larga espera que tuvo hasta volver a verle otra vez.