El Juego de Dos Reinos

Capítulo uno

          Desde hace 10 años, los dos reinos más poderosos desataron una guerra que acabó con la vida de miles de personas, ya sean soldados, nobles o gente común; todo, por la codicia de tener más poder. El reino de Meridia quién fue que inició la guerra, perdió a su rey por una enfermedad poco después de que se lanzara al campo de batalla, dejando como su heredero al trono, su primer hijo, Lucian, quién tuvo que cargar con el peso de la corona a la joven edad de 14 años. Según se decía, era un príncipe de corazón frío pero amable, un joven justo y con la gracia de un rey, con una increíble capacidad en las artes y en especial, la espada, pero que justo después de asumir el cargo de rey, se convirtió en un tirano sin corazón que asesinaba a cualquier aquel que osaba refutarle. En cada una de las veces que pisó en el campo de batalla, barrió con sus enemigos hasta que no quedó ni una sola vida. Con el tiempo se le dio el nombre del "Demonio de la Guerra". Y, en cierta parte, tenía razón.

          Justo ahora, Bellatrix iba en caballo al Palacio Real por órdenes de Rey. Hace un mes que se enfrentaron al Reino vecino y ganaron una batalla más. Sumándole con las otras victorias, ya llevaban 20 en esos 10 años.

          Bellatrix bajó de caballo cuando estuvo frente a las puertas del palacio. Fue recibida con una reverencia por parte de los caballeros y guiada por uno hasta el salón del trono donde el rey la esperaba.

Se arrodilló frente a él para mostrarle sus respetos. El Rey de Meridia era un hombre astuto y tramposo, o así es como lo veía Bella. Su piel era pálida como el papel y su cabello canoso y piel arrugada demostraba lo avanzada que ya era su edad. Aunque, si lo mirabas bien, podías notar que en su juventud seguramente fue un hombre guapo. Bellatrix pensó que tal vez el rey había tenido a muchas hijas nobles detrás de él antes de que se casara con la actual reina.

—Saludo al sol de Reino, Su Majestad el Rey, Acros.

          Acros movió su mano en señal de que ya podía levantarse. Bellatrix se incorporó e hizo una última reverencia.

—Es bueno verte otra vez, Bellatrix —la serena voz del rey penetró en sus oídos.

—Para mi es un honor estar frente a usted, Majestad —respondió a su saludo.

          Una suave risa brotó de la garganta del rey. Apoyó su barbilla en el dorso de su mano y le miró fijamente con una sonrisa.

—No tienes porqué ser tan respetuosa sin nadie a nuestro alrededor.

          Bellatrix hizo una firme negación, como si lo que acabara de decir el rey fuera impensable.

—No sería capaz de hablarle de esa manera, Majestad.

          Acros suspiró como si se hubiera rendido.

          Esta niña es terca, pensó para sus adentros. Finalmente abrió los labios y dijo:

—La gente está eufórica por la reciente victoria —recordó lo que le había dicho unos de sus ministros—. Planeaba organizar un baile de máscaras para los aristócratas y un festival para la gente común. ¿Qué opinas?

          Así que para eso me llamó, pensó Bella.

          No le gustaba refutarle al rey, pero lo que acababa de sugerir le pareció estúpido. Ella no consideraba una victoria a menos que se derribara al rey del tablero de ajedrez. Pero, este rey en especial, era sumamente difícil de derribar, cada vez que pisaba el suelo donde se desarrollaría la batalla, todos salían corriendo como gallinas asustadas; Bellatrix era la única que tenía el valor para quedarse y enfrentarlo, pero en todas las veces que rozaron espadas, ninguna de ellas ganó.

          Eso la frustraba enormemente.

          Al final, Bellatrix no le dijo nada. Solo le respondió con una afirmación y le habló de manera respetuosa.

—Está bien, Majestad. Aunque firmemente creo que no deberíamos bajar la guardia por si ocurre alguna invasión enemiga. Si me necesita para resguardar el palacio, ahí estaré, si me necesita a su lado, también estaré ahí —dijo con voz libre de vacilaciones y una mirada implacable.

—Estoy seguro de que siempre puedo contar contigo, pero me gustaría que por un día te deshisieras de tu traje de caballero y te pusieras un hermoso vestido. Es bueno relajarse —el rey dijo con una voz risueña.

          Bellatrix se sorprendió y rápidamente intentó negarse.

—Majestad, no hay necesidad...

—Es una orden, Bella, no puedes negarte —frunció el ceño y habló con voz severa.

          La joven de hebras rojas bajó la cabeza y contuvo un suspiro.

—Sí, Majestad.

          El rey sonrió de nuevo.

—Bien, enviaré a un mensajero real al ducado con la fecha del baile y tu vestido. Ya puedes irte.

          Bellatrix hizo una reverencia y se dio la vuelta para marcharse.




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