El Juego de los Eternos. La maldición de los Lycans

Capítulo III: La Última Luna

Erevan no celebró en público. No lo necesitaba. Su satisfacción era sutil, silenciosa, como una daga oculta bajo ropajes nobles. Creía que todo estaba saliendo según su plan: las lunas caían una a una, los alfas se quebraban, y el linaje de los Lycans se extinguía gota a gota.

Pero entonces llegó el susurro que quebró su paz:

Una luna había sobrevivido.

No una cualquiera. Era la predestinada del alfa más poderoso entre los Vargan, el último de la sangre pura. Aquel que, si unía su alma con la de su luna, tendría el poder de destruir maldiciones, enfrentar dioses y desatar la furia del legado ancestral.

Erevan no podía permitirlo.

Desde su trono de corteza mágica, envió a sus asesinos élficos: sombras sin rostro, expertos en matar antes de que el corazón entendiera el peligro. Su orden fue clara: “Encuéntrenla. Maten a la luna antes de que florezca.”

Pero no contaba con que Selene había previsto su siguiente movimiento.

Y esta vez, no sería compasiva.

Desde lo alto de su templo lunar, la diosa llamó a su arma más letal: Aelya, la Guerrero de la Noche, hija del acero y el silencio, nacida de una tormenta cuando la luna estuvo más cerca de la tierra. No era diosa ni mortal. Era castigo. Era juicio.

—Tienes una misión —le dijo Selene, colocándole sobre las manos una pequeña criatura envuelta en un halo de luz plateada—. Esta niña es la última luna. Llévala lejos, donde la magia de Erevan no pueda alcanzarla. Críala como humana, pero hazla fuerte. Porque cuando despierte, cuando su loba emerja… necesitará ser más que una luna. Necesitará ser guerrera.

Aelya no preguntó. Solo asintió y desapareció entre portales de bruma.

Así llegó la niña al mundo de los humanos, donde fue criada con nombre común, en un pueblo olvidado, con una infancia tejida entre entrenamiento, disciplina y secretos. No conocía su origen, pero cada noche sentía un vacío en el pecho cuando miraba la luna. Como si algo dentro de ella estuviera esperando... algo antiguo, algo salvaje.

Aelya la entrenó como si cada día fuera una guerra. Espada, sigilo, supervivencia. No hubo cuentos de hadas, solo leyendas de dolor, fuego y sangre. La niña creció fuerte, rápida, brillante. Y dentro de ella, una sombra aullaba en silencio.

El hechizo la protegía, ocultaba su esencia lunar, pero también su lado lobo. Hasta que llegara el momento. Hasta que el destino la llamara.

Porque cuando lo hiciera, su despertar sería imparable.

Y entonces, ella y el alfa Vargan se encontrarían.

Y el dios de los elfos... caería.




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