Capítulo V: El Error del Dios
Erevan no dormía. Los dioses no soñaban.
Pero aquella noche, mientras el mundo giraba en silencio, el elfo sintió algo quebrarse en el tejido de su hechizo. Un escalofrío le recorrió la espalda, como si un ojo antiguo y olvidado se abriera en la oscuridad.
Una luna se había encendido.
La última luna.
No debería ser posible. Había sellado el destino de todas. Una por una, las había condenado con palabras de plata y veneno encantado. Había escondido el rastro, apagado el lazo, y maldito el linaje de los alfas. Pero aún así, ella vivía.
Y peor: despertaba.
—No puede ser —susurró con los dientes apretados, mientras las runas de su sala de vigilancia titilaban con alarma.
Buscó a sus espías. Aquellos que se ocultaban entre los sueños, que susurraban en los oídos de las brujas traidoras. Y entonces lo vio: una joven humana con ojos dorados, piel marcada por la luna y fuego contenido en las venas. Una sombra siempre a su lado. La figura de Aelya, la guerrera lunar.
Erevan maldijo.
No solo habían ocultado a la luna… la habían entrenado.
Y eso era peor que cualquier linaje salvaje.
La rabia se convirtió en urgencia. Convocó a sus asesinos nuevamente, pero esta vez con un mensaje distinto:
—No solo deben matarla. Deben hacerlo antes de que él la encuentre.
Porque antes de que el hechizo se activara, la luna había intentado advertir a Kalen. En sueños, en visiones, en pulsos sutiles de energía. Pero el alma del alfa estaba tan llena de furia y decepción, que su mente rechazaba las señales.
Y sin embargo, el vínculo... se resistía a morir.
Ahora que ella comenzaba a despertar, su alma empezaba a brillar como un faro. Kalen la sentiría, más fuerte cada día. Un día no la reconocería por destino… la encontraría por instinto.
Eso era lo que Erevan no podía permitir.
—Vayan —ordenó con voz cortante—. Acaben con las dos. Que el fuego las consuma. Que el recuerdo de su lazo se borre para siempre.
Pero ni él, con todos sus siglos de astucia, entendió lo que realmente estaba en juego.
Ella ya no era solo una luna.
Era una guerrera.
Era un alma marcada por el amor, pero forjada por la guerra.
Y Aelya… no había criado a una niña.
Había preparado un arma.
El tablero había cambiado.
La caza comenzaba.