El Juego de los Eternos. La maldición de los Lycans

Capítulo VI: Sangre bajo la Luna

Los cazadores llegaron al amanecer.

Silenciosos, sin forma ni sombra, deslizándose entre el viento como espectros antiguos. Erevan los había moldeado con odio puro y esencia de muerte. No eran simples asesinos, eran sombras malditas nacidas para una sola misión: destruir lo imposible.

La joven luna entrenaba con Aelya en el claro del bosque. El rocío aún no se evaporaba, cuando el primer susurro rompió el aire. Aelya lo sintió antes que nadie: un cambio en la presión, una vibración en los huesos.

—No te detengas —ordenó a la chica—. Pase lo que pase, no dejes de pelear.

La joven asintió. Su piel ardía. Algo dentro de ella rugía, como si su lobo supiera lo que venía.

Y entonces atacaron.

Las sombras cayeron como cuchillas vivas. Tres, cinco, ocho… No tenían ojos ni rostros, solo garra, velocidad y la maldad del dios que los creó. Pero Aelya no era una simple guardiana. Era la elegida por Selene, y su cuerpo estaba bendecido por cada luna que alguna vez brilló.

Con dos espadas de plata viva y fuego en las venas, la guerrera danzó entre la muerte. Cada movimiento era preciso, cada golpe, letal. Las sombras caían una a una, desintegrándose con un grito que solo los dioses podían entender.

La joven luna no se quedó atrás. Por primera vez, su lobo emergió en medio del combate, brillando con una furia contenida durante años. Sus garras se encendieron de azul, su rugido sacudió la tierra. Aelya la miró con orgullo:

Ella estaba lista.

Cuando el último cazador cayó, la noche se hizo más oscura.

Porque Erevan sintió el fracaso.

Y el miedo se convirtió en astucia.

—Si no puedo destruirla… confundiré al lobo.

Llamó entonces a una bruja traidora. Una que le debía su alma. La envolvió en magia antigua, prohibida. Le dio un nuevo rostro, una voz dulce y unos ojos casi perfectos.

Después, convocó a una ninfa del bosque oscuro, una criatura hermosa, peligrosa, experta en seducción y engaño.

Le entregó una gota de sangre lunar robada siglos atrás.

—Ve.

—Haz que crea que eres ella.

—Y cuando lo hagas, átalo con cadenas de ilusión.

Esa misma noche, Kalen Vargan soñó con una mirada. Una sonrisa. Una melodía que acariciaba su alma rota.

Por fin, la sintió.

Despertó agitado. El corazón latiendo como nunca antes.

—Mi luna… —susurró—. Está viva.

Y lejos, en un bosque encantado, la ninfa lo esperaba con una sonrisa perfecta y una mentira aún más mortal.

Los cazadores llegaron al amanecer.

Silenciosos, sin forma ni sombra, deslizándose entre el viento como espectros antiguos. Erevan los había moldeado con odio puro y esencia de muerte. No eran simples asesinos, eran sombras malditas nacidas para una sola misión: destruir lo imposible.

La joven luna entrenaba con Aelya en el claro del bosque. El rocío aún no se evaporaba, cuando el primer susurro rompió el aire. Aelya lo sintió antes que nadie: un cambio en la presión, una vibración en los huesos.

—No te detengas —ordenó a la chica—. Pase lo que pase, no dejes de pelear.

La joven asintió. Su piel ardía. Algo dentro de ella rugía, como si su lobo supiera lo que venía.

Y entonces atacaron.

Las sombras cayeron como cuchillas vivas. Tres, cinco, ocho… No tenían ojos ni rostros, solo garra, velocidad y la maldad del dios que los creó. Pero Aelya no era una simple guardiana. Era la elegida por Selene, y su cuerpo estaba bendecido por cada luna que alguna vez brilló.

Con dos espadas de plata viva y fuego en las venas, la guerrera danzó entre la muerte. Cada movimiento era preciso, cada golpe, letal. Las sombras caían una a una, desintegrándose con un grito que solo los dioses podían entender.

La joven luna no se quedó atrás. Por primera vez, su lobo emergió en medio del combate, brillando con una furia contenida durante años. Sus garras se encendieron de azul, su rugido sacudió la tierra. Aelya la miró con orgullo:

Ella estaba lista.

Cuando el último cazador cayó, la noche se hizo más oscura.

Porque Erevan sintió el fracaso.

Y el miedo se convirtió en astucia.

—Si no puedo destruirla… confundiré al lobo.

Llamó entonces a una bruja traidora. Una que le debía su alma. La envolvió en magia antigua, prohibida. Le dio un nuevo rostro, una voz dulce y unos ojos casi perfectos.

Después, convocó a una ninfa del bosque oscuro, una criatura hermosa, peligrosa, experta en seducción y engaño.

Le entregó una gota de sangre lunar robada siglos atrás.

—Ve.

—Haz que crea que eres ella.

—Y cuando lo hagas, átalo con cadenas de ilusión.

Esa misma noche, Kalen Vargan soñó con una mirada. Una sonrisa. Una melodía que acariciaba su alma rota.

Por fin, la sintió.

Despertó agitado. El corazón latiendo como nunca antes.

—Mi luna… —susurró—. Está viva.

Y lejos, en un bosque encantado, la ninfa lo esperaba con una sonrisa perfecta y una mentira aún más mortal.




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