El Juego de los Eternos. La maldición de los Lycans

Capítulo VII: El Encanto del Engaño

Kalen llegó al claro con el corazón palpitando como tambor de guerra. La había seguido en sueños, en señales invisibles, en un lazo que ardía cada vez más fuerte. Todo lo guiaba hacia ese lugar escondido entre niebla y bosque encantado.

Y allí estaba ella.

Cabello azabache, ojos como la noche con destellos lunares, piel que brillaba bajo la luz plateada. La ninfa lo esperaba sentada entre flores que se abrían a su paso, envuelta en un aura de fragilidad y magia. Lloraba, como si llevara siglos esperándolo.

—Kalen… —susurró su nombre como si lo hubiera dicho mil veces antes—. Pensé que nunca me encontrarías.

Él se detuvo, paralizado.

La sintió.

El lazo.

La conexión.

El mismo fuego que soñó tantas veces.

¿Era ella?

La ninfa se acercó despacio, tocó su rostro con dedos temblorosos, y el mundo se desvaneció a su alrededor.

—Te he buscado —dijo él, sin aliento—. Por todas partes.

—Yo también —mintió ella—. He estado atrapada, lejos de ti… hasta ahora.

La ilusión era perfecta.

Demasiado perfecta.

Tan dulce, tan suave, tan llena de todo lo que Kalen deseaba, que no cuestionó.

No la cuestionó cuando le pidió que descansara.

Ni cuando lo besó con lágrimas falsas.

Ni cuando lo abrazó como si el destino por fin se hubiese cumplido.

Y así, noche tras noche, Kalen cayó más profundo en el hechizo.

Su manada lo sentía distante, más tranquilo, pero apagado.

No era felicidad lo que lo envolvía.

Era adormecimiento.

Le hablaba a la ninfa como si fuera su luna. Le revelaba su dolor, sus temores, sus promesas rotas. Ella lo escuchaba con la mirada brillante, y en secreto enviaba sus pensamientos a Erevan.

El alfa está cayendo.

Pronto dejará de buscarla.

El lazo se romperá.

Pero la verdadera luna… soñaba.

Cada vez más, en sus sueños aparecía un bosque cubierto de niebla. Un hombre de ojos dorados que susurraba su nombre sin saberlo. Un beso robado en la oscuridad que no le pertenecía.

Y un sentimiento profundo, extraño, feroz:

Celos.

—¿Por qué siento que alguien me ha robado lo que es mío? —preguntó, una noche, jadeando al despertar.

Porque después de tanto vacío, el alma del alfa quería creer.

Aelya la miró con gravedad.

—Porque es tuyo.

—Y está en peligro.




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