El Juego de los Eternos. La maldición de los Lycans

Capítulo X: La Noche Fuera del Tiempo

El hechizo se debilitaba… muy lentamente.

Kalen ya no dormía bien. Las palabras de Lyria lo arrullaban, sí, pero su alma se resistía. Algo latía debajo del encanto, algo más viejo, más profundo. Algo que ni la bruja ni el dios elfo habían logrado borrar: su instinto.

Una noche, sin explicación, despertó en medio del bosque humano. No sabía cómo había llegado ahí. No recordaba salir. Solo sintió una fuerza invisible que lo arrastraba, una urgencia en la piel, en los huesos, en el alma.

Y en el centro de un claro olvidado por el mundo, el tiempo se rompió.

Una luz plateada bajó desde el cielo como un suspiro divino. El aire cambió. No era ni frío ni calor. Era eternidad. Y en ese lugar suspendido entre mundos, ella apareció.

Su luna.

No la ilusión.

No la copia.

Ella.

Vestida de blanco como la niebla, con la mirada encendida, temblorosa, feroz. No dijo una palabra. No hizo falta. Cuando se miraron, el lazo resurgió como un rugido sagrado. Todas las memorias borradas, todos los sueños fragmentados, volvieron de golpe.

—Eres tú… —susurró él, cayendo de rodillas.

Ella lo abrazó como si hubiera esperado mil vidas.

Y él lloró.

Por todo el tiempo perdido.

Por todo lo que no dijo.

Por haberla olvidado.

—No fue tu culpa —le dijo, acariciando su rostro—. Te escondieron de mí… te escondieron de ti mismo.

—¿Dónde estamos?

—En un regalo —respondió una voz etérea.

La diosa Luna se reveló, hermosa y antigua como la noche misma. Los miró con tristeza y orgullo.

—Solo tengo una noche para darles. Una noche fuera del tiempo. Lejos del hechizo. Lejos del engaño. Donde solo existe el alma.

Kalen se levantó. Tomó la mano de su compañera.

La besó con una pasión que cruzó universos.

Y esa noche, se amaron.

No como lobo y luna.

No como predestinados.

Sino como dos seres completos que eligen encontrarse a pesar de todo.

Y cuando el alba falsa comenzó a nacer sobre ese rincón eterno, la diosa Luna miró a su hija y sonrió.

—El equilibrio regresa.

—Estás embarazada.

La joven abrió los ojos, sorprendida.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque esa vida no es común.

—Llevas en tu vientre a los primeros hijos de sangre pura que nacerán desde la maldición.

—Y el mundo, tal como lo conocemos, cambiará para siempre.




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