La luna huía.
Los pasos de Aelya eran silenciosos, pero su mirada era fuego. Sujetaba con fuerza la mano de la joven Luna, guiándola a través de los pasillos secretos del castillo. Detrás de ellas, el murmullo de los guardias comenzaba a crecer, confundido, inquieto. Nadie sabía quién era aquella mujer de vestido oscuro que había desaparecido con el alfa... pero todos sentían que algo había cambiado.
—Nos buscan —dijo la guerrera—. Ya lo saben.
—¿Y Kalen?
—No puede recordarte del todo... pero su lobo te reconoce. Eso es más que suficiente para que empiecen a temerte.
Luna jadeó, una mano sobre su vientre. Los bebés vibraban. No de dolor, sino de poder. Habían probado el vínculo… y lo querían de nuevo.
Mientras corrían por los pasadizos de piedra, muy lejos de allí, en un reino hecho de sombras y traición, el dios Erevan despertó de su meditación con una sacudida brutal.
Sus ojos se abrieron, negros como la raíz del vacío. El fuego de los cristales élficos chispeó. Algo antiguo, algo que no había sentido en siglos, lo atravesó como una lanza helada.
—El vínculo… —murmuró, con los dientes apretados—. Lo restauraron.
—El vínculo… —murmuró, con los dientes apretados—. Lo restauraron.
Se levantó de su trono de espinas y esquirlas, su túnica ondulando con energía corrupta.
—No puede ser. No deben nacer.
—¡Ella no puede ganarme!
El espejo de obsidiana en el centro de su salón tembló. Imágenes rotas: Kalen dormido, la luna alejándose entre sombras, el brillo dorado de un alma antigua latiendo en su vientre.
—¿Crees que con una noche basta, Luna? —dijo, la voz cargada de veneno—. Pues yo tengo eternidades para romperlos.
Llamó a su sirvienta de rostro cubierto: Lyria.
La falsa luna.
La que había envuelto al alfa en sueños y mentiras.
—Refuerza el hechizo.
—Hazle dudar.
—Convéncelo de que lo que vivió… fue un truco.
—¿Y si él recuerda?
—Entonces lo haremos pedazos desde dentro.
---
Mientras tanto, Aelya y la Luna salieron al bosque bajo un cielo que empezaba a teñirse de rojo. Los guardias ya los seguían. Lobos en forma humana, peligrosos, alertas. Pero no era a ellos a quienes temían. Era al poder que brillaba en los ojos de la joven luna, al rugido que los cachorros lanzaban desde el vientre con pura voluntad de vida.
—¡Ahí! —gritó uno, señalándolas.
Aelya desenvainó su espada sin dejar de correr.
—¡Aguanta! —le gritó a la joven—. Solo un poco más. Ya casi cruzamos la frontera mágica.
Pero detrás de ellas, muy lejos y al mismo tiempo demasiado cerca, el dios Erevan abrió un portal. Sus sombras se deslizaron por la tierra como serpientes. Y su risa helada se filtró en el viento.
—Pueden correr, pequeñas…
—Pero yo ya he marcado su destino.
La luna huía.
Los pasos de Aelya eran silenciosos, pero su mirada era fuego. Sujetaba con fuerza la mano de la joven Luna, guiándola a través de los pasillos secretos del castillo. Detrás de ellas, el murmullo de los guardias comenzaba a crecer, confundido, inquieto. Nadie sabía quién era aquella mujer de vestido oscuro que había desaparecido con el alfa... pero todos sentían que algo había cambiado.
—Nos buscan —dijo la guerrera—. Ya lo saben.
—¿Y Kalen?
—No puede recordarte del todo... pero su lobo te reconoce. Eso es más que suficiente para que empiecen a temerte.
Luna jadeó, una mano sobre su vientre. Los bebés vibraban. No de dolor, sino de poder. Habían probado el vínculo… y lo querían de nuevo.
Mientras corrían por los pasadizos de piedra, muy lejos de allí, en un reino hecho de sombras y traición, el dios Erevan despertó de su meditación con una sacudida brutal.
Sus ojos se abrieron, negros como la raíz del vacío. El fuego de los cristales élficos chispeó. Algo antiguo, algo que no había sentido en siglos, lo atravesó como una lanza helada.
—El vínculo… —murmuró, con los dientes apretados—. Lo restauraron.
—El vínculo… —murmuró, con los dientes apretados—. Lo restauraron.
Se levantó de su trono de espinas y esquirlas, su túnica ondulando con energía corrupta.
—No puede ser. No deben nacer.
—¡Ella no puede ganarme!
El espejo de obsidiana en el centro de su salón tembló. Imágenes rotas: Kalen dormido, la luna alejándose entre sombras, el brillo dorado de un alma antigua latiendo en su vientre.
—¿Crees que con una noche basta, Luna? —dijo, la voz cargada de veneno—. Pues yo tengo eternidades para romperlos.
Llamó a su sirvienta de rostro cubierto: Lyria.
La falsa luna.
La que había envuelto al alfa en sueños y mentiras.
—Refuerza el hechizo.
—Hazle dudar.
—Convéncelo de que lo que vivió… fue un truco.
—¿Y si él recuerda?
—Entonces lo haremos pedazos desde dentro.
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Mientras tanto, Aelya y la Luna salieron al bosque bajo un cielo que empezaba a teñirse de rojo. Los guardias ya los seguían. Lobos en forma humana, peligrosos, alertas. Pero no era a ellos a quienes temían. Era al poder que brillaba en los ojos de la joven luna, al rugido que los cachorros lanzaban desde el vientre con pura voluntad de vida.
—¡Ahí! —gritó uno, señalándolas.
Aelya desenvainó su espada sin dejar de correr.
—¡Aguanta! —le gritó a la joven—. Solo un poco más. Ya casi cruzamos la frontera mágica.
Pero detrás de ellas, muy lejos y al mismo tiempo demasiado cerca, el dios Erevan abrió un portal. Sus sombras se deslizaron por la tierra como serpientes. Y su risa helada se filtró en el viento.
—Pueden correr, pequeñas…
—Pero yo ya he marcado su destino.