El Juego de los Eternos. La maldición de los Lycans

Capítulo XIII: Furia y Confusión

Parte I: Lobos y Sangre

El viento cortaba entre los árboles cuando Aelya giró con los ojos encendidos. Ya no podían correr. La frontera mágica estaba cerca, sí, pero los guardias eran más rápidos, más numerosos… y olían el miedo.

Pero no era el miedo de ella.

Era el miedo de los que venían.

Porque Aelya iba a pelear.

—Sigue corriendo —le dijo a la joven luna—. ¡No te detengas hasta cruzar el círculo!

—Pero…

¡Ahora!

La luna apretó los dientes, abrazando su vientre, mientras el bosque se abría como una promesa de salvación. Aelya desenvainó su espada de plata encantada. El metal cantó su canción de guerra.

El primer lobo se lanzó. Un monstruo con colmillos y garras. Pero Aelya no tembló. Giró, se agachó, y su hoja le atravesó la garganta en un movimiento limpio. No gritó. No tuvo tiempo.

—¡Por la diosa! —rugió la guerrera, invocando fuego lunar en sus brazos—. ¡No tocarán a los cachorros!

Tres más vinieron. Uno por cada punto cardinal. Aelya se convirtió en una danza de acero, luz y rabia. El bosque ardía con cada golpe, los árboles lloraban magia y los cuerpos caían.

Pero aún así… venían más.

Parte II: Un Lobo Roto

Muy lejos, Kalen se encontraba sentado en la terraza de piedra, con el viento helado acariciándole el rostro. Su copa de vino descansaba en su mano, intacta. No podía beber. No podía dormir.

Desde que aquella mujer enmascarada desapareció, su alma no había estado en paz.

Lyria lo observaba desde la sombra del umbral.

Vestía igual que aquella noche.

Hablaba igual.

Tocaba igual.

Pero no olía igual.

No sabía igual.

Y eso, para un alfa, lo era todo.

—¿Piensas en ella otra vez? —susurró la ninfa, fingiendo dulzura.

—No sé de quién hablas —respondió él, sin mirarla.

—¿No era solo un sueño?

—¿Lo era?

Lyria se tensó. Se acercó, poniéndole una mano en el pecho.

—Soy yo, Kalen. La que te ha acompañado. La que te entiende.

El lobo dentro de él gruñó.

—No. Tú no eres ella.

El aire se volvió más denso.

Las sombras se movieron.

Y entonces Kalen recordó un destello.

Una risa bajo las estrellas. Un tacto que lo curó.

El sabor de la verdad.

El brillo dorado de una lágrima en la oscuridad.

—Ella... no eras tú.

Lyria retrocedió.

El hechizo se resquebrajaba.

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Parte III: El Cruce

a luna cayó de rodillas justo al borde del círculo mágico. Aelya llegó segundos después, sangrando, jadeando, cubierta de heridas pero viva.

—¡Entren! —gritó, mientras las sombras se cernían.

Y cuando cruzaron el círculo, el mundo cambió.

El aire se volvió denso.

El tiempo se ralentizó.

Los lobos enemigos se detuvieron, congelados al borde del umbral invisible.

La luna cayó hacia atrás, agotada.

Y en ese instante, en otro punto del mundo, Kalen aulló. Un lamento profundo, animal, primitivo. Porque sabía que alguien que amaba estaba en peligro.

Y porque ya no podía negar lo que sentía.

Su verdadera luna estaba viva.




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