El Juego de los Eternos. La maldición de los Lycans

Capítulo XIV: Al Alba, Nacerán los Hijos del Destino

El refugio en el bosque encantado vibraba con una energía antigua. Los árboles susurraban con voces de siglos, y el aire estaba cargado de magia pura, protectora, silenciosa.

La luna estaba tendida sobre un lecho de hojas plateadas. Su piel brillaba con luz propia, pero sus labios estaban pálidos. El dolor del parto se entrelazaba con el eco del hechizo que aún la oprimía. Aelya estaba a su lado, sujetándole la mano, con el rostro más serio que nunca.

—No será fácil —susurró la guerrera, limpiando su frente—. Tu cuerpo no es solo el de una loba… eres portadora de sangre divina. Y estos cachorros… son más que simples vidas.

La luna asintió con los dientes apretados. Cada contracción era un rugido interno que desgarraba el alma. Pero no se rendiría.

No ahora.

No cuando la vida estaba tan cerca de florecer.

El cielo comenzaba a aclararse. Y en ese instante, una brisa dorada cruzó el bosque.

La diosa Luna había llegado.

No en cuerpo, sino en esencia.

Susurra desde las copas de los árboles.

Protegía. Observaba.

Y con ella, el hechizo tembló.

—Es el momento —murmuró Aelya—. Vas a traerlos al mundo, y con ellos… romperemos las cadenas.

La luna gritó.

No de miedo.

Sino con el rugido ancestral de una madre loba protegiendo a sus crías.

El primer cachorro nació envuelto en una luz dorada. Su llanto fue un estallido de poder puro.

El segundo llegó instantes después, con ojos abiertos que brillaban como la luna misma.

Y cuando sus llantos se unieron…

el hechizo estalló.

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Muy lejos, en el castillo del Norte, Kalen se encontraba arrodillado en la sala del consejo, jadeando, sintiendo que su alma estaba siendo desgarrada por dentro. Lyria cayó al suelo, retorciéndose, chillando como si su esencia estuviera siendo quemada por fuego celestial.

—¡No! —gritó ella—. ¡No es posible!

Pero sí lo era.

El lazo original, el vínculo sagrado entre un alfa y su luna verdadera, había sido restaurado. No con magia. No con trucos. Sino con lo único que Erevan no pudo corromper:

La vida nacida del amor.

Kalen se puso de pie, sus ojos ardiendo como brasas.

Y por primera vez desde que todo comenzó… recordó.

Recordó su nombre en sus labios.

Recordó sus manos.

Su alma.

La noche de máscaras.

Y el rostro que lo miró como si el mundo fuera nuevo otra vez.

—Ella vive —dijo, con voz temblorosa—. Mis hijos… han nacido.

Y con ese susurro, el verdadero alfa despertó




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