El Juego de los Eternos. La maldición de los Lycans

Capítulo XV: El Llamado del Alfa

El vínculo había despertado.

Como una llamarada antigua, la sangre de Kalen ardía con una sola certeza: ella vivía.

Y no estaba sola.

—Mis hijos… —murmuró, apoyando la mano contra el suelo, sintiendo el eco del latido que lo llamaba desde tierras lejanas.

Un latido doble.

Fuerte. Desesperado. Puro.

Lyria yacía a sus pies, deshecha, sus ojos brillando con rabia y miedo.

—No puedes huir de tu reino, Kalen —espetó entre jadeos—. No puedes abandonarlo por un eco, por un capricho...

Kalen la miró como si fuera aire muerto.

—Tú… me robaste a mi luna.

—¡La olvidaste por voluntad!

—¡Fui engañado!

Su rugido hizo temblar los vitrales de la sala. Los guardianes retrocedieron. El Consejo se mantuvo en silencio.

Nadie se atrevía a interponerse entre un alfa y su propósito.

Kalen cruzó la sala con pasos firmes. Su lobo ya no era una sombra. Era una presencia rugiendo bajo su piel.

Reclamaba. Exigía.

Y él no se lo iba a negar.

En las montañas del sur, los bosques sagrados ocultaban a su familia. El lazo restaurado le indicaba la dirección como una brújula tallada en hueso y sangre.

Y Kalen emprendió la caza.

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Mientras tanto…

En el claro protegido por la magia de la Diosa Luna, Aelya sentía el aire cambiar.

—Se acerca —dijo, mirando el cielo.

—¿Quién? —preguntó la joven luna, acunando a sus gemelos, ahora dormidos, sus pechos aún dolientes, su alma exhausta pero luminosa.

—Tu destino —dijo la guerrera, sonriendo por primera vez en mucho tiempo—. Y su furia.

Pero no estaban solas.

Porque Erevan, el dios de los elfos, no iba a permitir que su plan se destruyera tan fácilmente.

Desde su torre oscura, contemplaba el flujo mágico que se disolvía como polvo.

El hechizo había caído.

Los gemelos eran reales.

Y Kalen había recordado.

—Entonces los mataré yo mismo —susurró, mientras sus ojos se tornaban negros.

Con un gesto, invocó a sus sombras.

Criaturas del vacío, nacidas del rencor.

Y las envió tras el lobo.

Porque si Kalen llegaba… nada podría detener lo que venía.

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El viento soplaba frío cuando Kalen cruzó la primera barrera mágica.

Las sombras ya lo esperaban.

Pero él no era el mismo.

Y ahora, peleaba por algo sagrado.

—Voy por ustedes… —susurró, mientras su lobo emergía por completo—.

Por mi luna.

Por mis hijos.

Por la verdad.

Y ni el infierno lo detendría.




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