El vínculo había despertado.
Como una llamarada antigua, la sangre de Kalen ardía con una sola certeza: ella vivía.
Y no estaba sola.
—Mis hijos… —murmuró, apoyando la mano contra el suelo, sintiendo el eco del latido que lo llamaba desde tierras lejanas.
Un latido doble.
Fuerte. Desesperado. Puro.
Lyria yacía a sus pies, deshecha, sus ojos brillando con rabia y miedo.
—No puedes huir de tu reino, Kalen —espetó entre jadeos—. No puedes abandonarlo por un eco, por un capricho...
Kalen la miró como si fuera aire muerto.
—Tú… me robaste a mi luna.
—¡La olvidaste por voluntad!
—¡Fui engañado!
Su rugido hizo temblar los vitrales de la sala. Los guardianes retrocedieron. El Consejo se mantuvo en silencio.
Nadie se atrevía a interponerse entre un alfa y su propósito.
Kalen cruzó la sala con pasos firmes. Su lobo ya no era una sombra. Era una presencia rugiendo bajo su piel.
Reclamaba. Exigía.
Y él no se lo iba a negar.
En las montañas del sur, los bosques sagrados ocultaban a su familia. El lazo restaurado le indicaba la dirección como una brújula tallada en hueso y sangre.
Y Kalen emprendió la caza.
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Mientras tanto…
En el claro protegido por la magia de la Diosa Luna, Aelya sentía el aire cambiar.
—Se acerca —dijo, mirando el cielo.
—¿Quién? —preguntó la joven luna, acunando a sus gemelos, ahora dormidos, sus pechos aún dolientes, su alma exhausta pero luminosa.
—Tu destino —dijo la guerrera, sonriendo por primera vez en mucho tiempo—. Y su furia.
Pero no estaban solas.
Porque Erevan, el dios de los elfos, no iba a permitir que su plan se destruyera tan fácilmente.
Desde su torre oscura, contemplaba el flujo mágico que se disolvía como polvo.
El hechizo había caído.
Los gemelos eran reales.
Y Kalen había recordado.
—Entonces los mataré yo mismo —susurró, mientras sus ojos se tornaban negros.
Con un gesto, invocó a sus sombras.
Criaturas del vacío, nacidas del rencor.
Y las envió tras el lobo.
Porque si Kalen llegaba… nada podría detener lo que venía.
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El viento soplaba frío cuando Kalen cruzó la primera barrera mágica.
Las sombras ya lo esperaban.
Pero él no era el mismo.
Y ahora, peleaba por algo sagrado.
—Voy por ustedes… —susurró, mientras su lobo emergía por completo—.
Por mi luna.
Por mis hijos.
Por la verdad.
Y ni el infierno lo detendría.