El bosque sagrado temblaba.
Las raíces se estremecían bajo los pies de Kalen mientras corría, su cuerpo ya fusionado con su lobo, un ser de fuerza, instinto y propósito.
El aire se volvió espeso. Un susurro antiguo reptaba entre los árboles, trayendo consigo el hedor de la magia negra.
Erevan había enviado a sus sombras.
No eran criaturas vivas.
Eran vacío.
Ausencia.
Fantasmas de lo que alguna vez fue.
Ojos brillando como carbones muertos lo rodearon en la niebla.
Cinco.
Diez.
Cincuenta.
Kalen se detuvo. Su pecho subía y bajaba, lleno del fuego que le quemaba desde adentro. El fuego de haber sido padre.
De tener una familia que proteger.
Y de haber sido robado.
—¿Eso es todo, Erevan? —rugió, sus colmillos brillando con rabia—. ¿Mandas sombras contra un lobo encendido por la Luna?
Ellas no respondieron. Solo atacaron.
Pero el Alfa no se movió con miedo.
Se movió como una tormenta.
Su primer zarpazo cortó el aire y destrozó la sombra más cercana, que se disolvió con un chillido seco.
Saltó, giró, desgarró.
Cada mordida era un juramento.
Cada rugido, una promesa.
Por mi luna.
Por mis hijos.
Por mí.
Las sombras se multiplicaban, pero Kalen también.
Porque ya no estaba solo.
El vínculo recién restaurado le daba fuerza.
En cada respiración, sentía los latidos de su luna.
En cada golpe, el eco de los corazones diminutos que ya lo llamaban “padre”.
Cuando cayó la última sombra, el bosque quedó en silencio.
Y Kalen, ensangrentado y jadeando, se alzó entre los árboles como un dios salvaje.
Pero no hubo tiempo para descansar.
Un viento helado cruzó el claro.
Y Erevan apareció.
Vestido de negro, su piel luminosa como el mármol, sus ojos ardían de odio.
—Te liberaste —escupió—. Maldito lobo.
—Ella me liberó —respondió Kalen, erguido, desafiante—. Y ahora nada, ni tú ni tu oscuridad, podrá separarnos de nuevo.
Erevan alzó una mano. La tierra se agrietó. Pero algo lo detuvo
Una luz plateada descendió desde el cielo.
Y la voz de la Diosa Luna resonó como trueno suave:
—No tocarás a mis hijos otra vez, Erevan.
El dios elfo retrocedió. Por primera vez… con miedo.
Y Kalen aprovechó.
Saltó hacia él, rugiendo como la encarnación misma de la furia ancestral.
El choque fue tan violento que el cielo se oscureció.
Y la batalla recién comenzaba.