El Juego de los Eternos. La maldición de los Lycans

Capítulo XVIII: El Legado del Alfa

La brisa nocturna acariciaba las copas de los árboles mientras el lobo cruzaba el bosque sagrado.

El suelo vibraba bajo sus pasos. No por su peso… sino por el poder que lo rodeaba.

Kalen había vuelto.

Y en sus ojos, brillaban dos soles:

uno por cada latido nuevo que ahora lo llamaba “padre”.

Al llegar al claro donde ella lo esperaba, todo se detuvo.

Ella lo sostenía en brazos: dos pequeños cuerpos dormidos, fuertes, con la marca plateada sobre el pecho.

Gemelos de sangre pura.

Luz y fuego.

El renacer de la raza.

Kalen cayó de rodillas.

—¿Son…? —Su voz se quebró.

Ella asintió, las lágrimas cayendo como rocío sobre los cabellos de sus hijos.

—Nuestros.

Los primeros nacidos en siglos con el alma de luna y la sangre del alfa.

Él se acercó. Los tocó con manos temblorosas.

Y en ese instante, sintió el lazo expandirse.

No solo con ella.

Sino con ellos.

El vínculo era completo.

El hechizo, roto para siempre.

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La boda fue celebrada días después, al pie del Árbol de los Antiguos.

No hubo tronos ni coronas.

Solo fuego, luna, manada…

y dos corazones latiendo al mismo ritmo.

Aelya colocó en sus muñecas los brazaletes de los fundadores.

Los ancianos entonaron las canciones de la primera luna.

Y los lobos aullaron no por guerra, sino por alegría.

Ella vestía de blanco con hilos de plata entretejidos por las brujas más sabias.

Kalen, cubierto con la piel de su linaje, caminó hacia ella con los gemelos en brazos.

—Hoy no solo me caso contigo —dijo él—. Me uno a ti, a ellos… y a todo lo que vendrá.

Ella sonrió, y el mundo se volvió claro.

Cuando sus labios se unieron, el cielo pareció inclinarse.

Una nueva estrella nació esa noche.

Y los cachorros de la manada —los más pequeños— corrieron entre los árboles, celebrando con risas salvajes y ojos dorados.

---

Con los días, la fortaleza volvió a levantarse más fuerte.

Las lunas dejaron de morir.

Los alfas volvieron a tener descendencia.

Y los gemelos, creciendo bajo el cobijo de sus padres, comenzaron a mostrar un poder que incluso los dioses observaban con respeto.

Porque ellos eran más que hijos.

Eran símbolo.

Futuro.

Y mientras Kalen miraba a su compañera, dormida junto a sus cachorros, pensó:

Ahora sí.

Este es el comienzo de nuestra verdadera historia.




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