La incertidumbre era una sensación odiosa, la detestaba con todo mi ser. Para colmo de males, como si no fuera suficientemente penoso tener que estar a la caza de tu enamorado para poder hablar con él, debía estarme cuidando de que nadie más me viera mientras aguardaba oculta tras unos barriles viejos.
Nadie podía saber de mi relación con Gabriel, el bienestar de nuestras familias dependía de ello. Si el rumor de que Gabriel y yo estábamos juntos llegaba a oídos del viejo Ron, él no iba a dudar en hacer pagar a nuestros seres queridos. Nuestros hogares ya sufrían de demasiadas carencias, no podíamos arriesgarnos a empeorar la situación para nadie.
Yo desde el primer momento había querido gritar nuestro amor por las azoteas del viñedo, pero Gabriel me había hecho ver que debíamos ser discretos. Aún antes de que el viejo Ron llegara hablando de matrimonio, Gabriel ya tenía la certeza de que nuestro patrón iba tras de mí y de que no vería con buenos ojos que alguien le hiciera competencia. Tenía la razón, pero en el fondo me incomodaba tener que mentir, el engaño pesaba sobre mí como una enorme roca hecha de vergüenza.
Agaché la cabeza en cuanto vi a papá salir de la bodega, si me veía rondando por aquí iba a hacer preguntas que yo no estaba en libertad de responder. Esperé unos momentos a que se alejara acompañado de algunos de los chicos que trabajan con él; desafortunadamente, Gabriel estaba entre ellos.
Solté un resoplido de frustración, iba a ser imposible acercarme a Gabriel si se encontraba con papá. Esa era una de las desventajas de que trabajara como su ayudante haciendo barricas, dificultaba nuestros encuentros… sin embargo, no nos habríamos conocido de otro modo, así que tampoco podía molestarme demasiado por ello.
La familia de Gabriel había llegado al viñedo hacía un año, justo tras el fallecimiento de su padre. Aunque carecía de experiencia, papá se había compadecido de la precaria situación en la que se encontraban Gabriel y su familia, y había convencido al viejo Ron de darles empleo. Ahora Gabriel ayudaba a papá haciendo barricas, mientras que su madre trabajaba de recolectora en el viñedo.
El viejo Ron les pagaba tan poco como al resto de nosotros, por lo que la situación en su hogar era tan difícil como en el mío, pero eso no importaba, nos queríamos y planeábamos una vida juntos.
Nuestra relación tenía poco de haber comenzado, yo lo encontré apuesto desde la primera vez que lo vi, pero solo hacía tres meses que la chispa había surgido durante la fiesta de libertad del reino, la celebración más grande de Poria.
Hacía algunos años, Poria se encontraba gobernada por un rey llamado Nero quien no solo tenía sumida a la población en la más absoluta miseria, sino que gastaba lo poco que lograba exprimir en impuestos a su pueblo para hacer la guerra contra los reinos vecinos. Miles de personas perecieron bajo el terror de Nero, mientras que dentro de Poria la gente moría de hambre y enfermedad. Para fortuna de todos, los reinos de Dranberg y Encenard decidieron aliarse en contra de Nero, logrando derrocar su reinado de terror e instaurando al hermano menor del rey de Dranberg, Danton Mondragón, como nuestro nuevo rey. Desde entonces en Poria se vivía la paz y ahora éramos amigos del resto de los reinos. De hecho, mi madre era originaria de Encenard y había conocido a mi padre cuando este viajó a su reino a vender vino durante los primeros intercambios comerciales que se dieron entre los reinos. Para conmemorar la paz que imperaba actualmente, cada año en la fecha de la caída de Nero, se hacía una gran celebración por todo el reino conocida como la fiesta de la libertad en la que había música, baile y mucha alegría.
Fue justo en la última fiesta, hacía tres meses, que Gabriel tomó valor para confesarme que yo era la chica más bella que jamás había visto y yo, de vuelta, me atreví a revelarle lo guapo que me parecía. Desde ese día todo cambió para nosotros, nos volvimos inseparables. Cada momento libre que lográbamos robar procurábamos pasarlo juntos, hablábamos constantemente de matrimonio y un futuro en común.
Si bien en un inicio no establecimos una fecha fija para llevar a cabo nuestros planes, yo consideraba que el interés del viejo Ron en mí ejercía una presión importante para llevarlos a cabo. Hacía casi un mes que le había planteado a Gabriel que debíamos casarnos y abandonar el viñedo para quitarle al viejo Ron la ocasión de hacerme suya. Gabriel me prometió considerarlo, pero hasta ahora no me daba una respuesta definitiva.
Yo entendía que le estaba pidiendo dar un paso grande, que a pesar de lo feliz que nos haría el matrimonio, abandonar a su familia y su trabajo suponía un sacrificio e intentaba ser paciente para que se hiciera a la idea. Pero con cada día transcurrido el tiempo se agotaba, ya no podía darme el lujo de seguir esperando, no deseaba ser intransigente, pero sino actuábamos pronto, Marlene iba a salirse con la suya.
Dado que era imposible darle un mensaje en persona, recurrí al viejo truco que hacíamos de vez en cuando: con un pedazo de tiza marqué una discreta equis blanca en la entrada de la bodega. Como Gabriel no sabía leer ni escribir, esta era la forma en la que acordábamos vernos: dejábamos una equis blanca en un sitio visible y así el otro sabía que debíamos encontrarnos esa noche.
Una vez lanzada mi petición, me apresuré de vuelta al viñedo. El tiempo del breve almuerzo ya había concluido y era momento de volver a mis labores. Seguí el resto del día con una sonrisa en los labios, esperando el momento de poder estar a solas con Gabriel.
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Editado: 28.08.2024