Lo único que evitaba que rompiera en llanto mientras trabajaba era que no deseaba dar pie a rumores entre las otras recolectoras. Por dentro estaba destrozada, Gabriel me había traicionado de la peor forma posible. Me sentía una tonta por haber creído en él, me arrepentía de haber gastado tantas horas soñando con un futuro juntos.
Iba a casarse con Nuria, tendrían un hijo. Yo lo pensaba locamente enamorado de mí y resulta que lo nuestro era solo un juego. Sus promesas de matrimonio no habían sido más que tretas para engatusarme. Al menos me consolaba pensar que nunca le había permitido llegar más allá de los besos, por más que él había insistido. Sin embargo, eso no anulaba mi enorme pena. Tener el corazón roto era una sensación espantosa.
Por estarme lamentando, casi olvido mi encuentro papá y tuve que apresurarme para no hacerlo esperar demasiado. A decir verdad, no deseaba verlo, sabía lo que iba a decirme y prefería no escucharlo. Estaba condenada, iba a ser imposible para mí negarme a su petición; escapar con Gabriel era mi única salida y esa puerta estaba cerrada, sola no me atrevía a huir.
Estaba atrapada y, en cuanto papá me pidiera desposar a Ron Martin, no me quedaría alternativa. Ir a su encuentro se sentía como el fin de una etapa de mi vida. Después de esta charla, todo cambiaría para mí.
Llegué al lugar acordado. Detrás de la bodega había una mesita de madera donde a veces los trabajadores se sentaban a tomar aliento unos minutos antes de volver a sus labores. Papá estaba ahí con expresión preocupada, me acerqué a él y saludé débilmente con la mano, casi con miedo a que me viera.
—Hola, Becca —saludó él con una sonrisa tristona y luego me invitó a tomar asiento en la silla frente a él.
Me senté casi de golpe, demasiado tensa como para pensar en la delicadeza de mis movimientos.
—Ya estoy aquí —dije en tono resignado—. ¿Qué querías hablar conmigo?
Papá se aclaró la garganta con los ojos clavados en sus propias manos.
—Espero que no me odies después de lo que voy a decirte… —se lamentó con un suspiro.
—Jamás podría odiarte —le aseguré y era verdad. Sabía perfectamente que papá no tenía opción, que no deseaba este matrimonio para mí y que, si tuviera alternativa, me ayudaría a librarme del viejo Ron, pero el futuro de la familia dependía de que yo cediera y aquello era triste para ambos.
Papá asintió despacio.
—Querida Becca, debo hablarte de tu madre —dijo casi avergonzado; provocando que yo ladeara la cabeza confundida. ¿Qué tenía que ver mamá en esto? —. Tú sabes que tu madre no nació en Poria como tú y como yo, sino en una tierra lejana llamada Encenard.
Asentí, pues era algo que conocía bien. De niña me iba a dormir arrullada por las historias de mamá acerca de su hogar, del bosque inmenso que rodeaba el reino y las criaturas extrañas que habitaban ahí, duendes y un rey con poderes misteriosos… mi infantil mente se emocionada con cada detalle que ella describía.
Mamá deseaba llevarme a conocer Encenard, hablaba de ello constantemente, pero nunca tuvo la oportunidad. El dinero siempre fue escaso en nuestra familia y luego ella falleció. Encenard entonces se volvió un sueño imposible, un mero cuento de noche que recordaba de mi infancia.
—No entiendo por qué me dices esto —dije confundida, pues no podía encontrar relación entre el lugar de nacimiento de mamá y mi próximo casamiento con nuestro patrón.
—Porque hay algo que no sabes sobre tu madre… ella no consideraba importante compartírtelo, creía que no tenía caso confundir tu joven mente y yo estuve de acuerdo. Tras su muerte, pensé decírtelo varias veces, pero no sabía cómo. Nunca he sido un hombre valiente, rehúyo las confrontaciones y sé que lo que voy a decirte puede hacer que te molestes conmigo. Yo no quería que tuviéramos un conflicto… tal vez hice mal en ocultarte la verdad… era tu derecho conocer de dónde vienes.
—¿De dónde vengo? —repetí sin entender sus palabras.
—Así es. Tu madre no solo era de Encenard, sino que pertenecía a una familia muy especial. Su padre, tu abuelo, Julián Russo, es uno de los seis caballeros del consejo del rey Esteldor Autumnbow, además de ser el juez del reino. Tú vienes de una estirpe noble de parte de la familia de tu madre, llevas sangre ilustre en las venas…
Miré a papá como si hubiera perdido la razón, ¿a qué venía esa broma de mal gusto en un momento tan crucial de mi vida? Acababan de romperme el corazón y pronto me vería forzada a casarme con un hombre a quien repudiaba, ¿qué buscaba inventándose un cuento sin pies ni cabeza como este?
—Papá, por favor, no juegues —pedí dolida. Era del todo posible que él buscara subirme el ánimo gastándome una broma, pero mi corazón estaba demasiado acongojado para tomar con humor cualquier intento de su parte.
—Becca, estoy diciendo la verdad —dijo irguiendo la espalda, casi ofendido—. Tu madre era Elicia Russo, hija de Julián y Fiorella Russo, familia ilustre y estimada en la corte del reino de Encenard. Tu abuelo es de los pocos hombres en los que el rey confía con ojos cerrados, pertenece a un selecto grupo de súbditos privilegiados y tú eres su única nieta.
Lo miré con atención, esperando vislumbrar cualquier atisbo de humor en su expresión, pero solo encontré seriedad absoluta.
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Editado: 28.08.2024