El día fue demasiado largo para volver a casa, lo único en lo que podía pensar era en el cofre escondido debajo de mi cama. No podía creer que llevara años oculto tan cerca de mí sin que yo lo supiera. En realidad, toda la revelación de papá era un vuelco a mi existencia, pero al menos aún tenía unos meses para digerir el resto de la historia y hacerme a la idea de que tenía una familia rica de la que no sabía nada; por lo pronto, lo más inmediato era ver el contenido de ese cofre.
Preferí saltarme la cena e ir de inmediato a mi habitación. Con esfuerzo, hice a un lado la cama y luego alcé las tablas que se encontraban debajo. Un jadeo involuntario se escapó de mis labios al encontrar el cofre. Sabía que estaba ahí, puesto que mi papá ya me lo había informado, pero verlo físicamente era como una confirmación a su historia; ahora ya no había forma de dudar de la veracidad de sus palabras.
Tomé el cofre y lo abrí con mucho cuidado, como si la madera pudiera deshacerse entre mis dedos. El hecho de que los bordes fueran de oro fue un fuerte indicador de que su contenido iba a ser como nada que hubiese visto antes en mi vida.
Por un momento me quedé contemplando el cofre abierto, mirando los bultos de tela en su interior sin atreverme a tocarlos. Me tomó unos minutos animarme. Tomé uno, se trataba de un precioso vestido de una tela que jamás había sentido. Me puse de pie y extendí la prenda frente a mí para poder admirarla mejor. Era de color azul marino, con una falda ribeteada en blanco. La acerqué a mí con la intención de medirlo contra mi cuerpo. Me iba algo largo, mamá había sido más alta de lo que yo era ahora, probablemente porque había tenido una mejor alimentación durante su infancia. Di un par de vueltas por la pequeña habitación con el vestido sobrepuesto imaginando que me encontraba en un baile rodeada de parejas que se movían al compás de la música. Mi fantasía era boba, el vestido ni siquiera era de noche, pero era más elegante y elaborado que cualquier otra prenda que hubiera tenido enfrente.
Tomé el segundo vestido, que era gris oscuro. Me lo probé igual y fingí que bailaba del mismo modo que con el primero. Después me asomé de nuevo en el cofre, dentro solo quedaba una pequeña bolsita de cuero. La tomé para inspeccionarla, en su interior había un collar de oro con una E dorada acompañada de una pequeña balanza. Papá había dicho que se trataba de la insignia familiar de los Russo y la E seguramente era por Elicia. Pasé mis dedos por la cadenita con una sonrisa en los labios, saboreando lo cerca que sentía a mamá en ese momento.
Sin pensármelo, me coloqué la cadena alrededor del cuello, jamás iba a quitármela, aunque tuve el buen tino de ocultarla dentro de mi ropa, puesto que papá había insistido en guardar el secreto. La única forma de que el plan funcionara era que nadie supiera quienes eran mis abuelos, ni siquiera Marlene.
Después de un buen rato, devolví los vestidos al cofre y lo guardé en su sitio. Deseaba tenerlos a la vista, pero era necesario esconder mi secreto hasta que llegara el momento de partir. Al menos ahora sabía de su existencia.
Me fui a la cama vibrando de emoción, mi vida realmente había cambiado tras la conversación con papá, solo que de un modo distinto al que creía.
Recostada sobre la cama, pensé en las cosas que había aprendido. Me hacía mucha ilusión conocer el reino de mamá y definitivamente irme a Encenard sonaba un mucho mejor destino que desposar al viejo Ron. Sin embargo, me inquietaba pensar en mis abuelos, no sabía qué clase de personas eran, ni cómo iban a recibirme. Tal vez ya habían cambiado de opinión sobre quererme en sus vidas y mi viaje sería en vano. Por otra parte, si me aceptaban, significaría abandonar por siempre Poria y la idea me causaba un dolor punzante en el corazón. No sabía cómo mamá había logrado abandonar su vida para ir a otro sitio, pero a mí me abrumaba solo de pensarlo.
A pesar de lo largo que había sido el día, me estaba resultando imposible conciliar el sueño. Tenía demasiados pensamientos en mi cabeza como para poder descansar, necesitaba moverme, no me podía estar quieta. Traté de calmarme, sabiendo que era muy tarde para cualquier otra cosa que no fuera dormir, pero no lograba sosegarme. Pasada la medianoche, me di por vencida y me levanté de la cama.
Con mucha discreción, salí de casa. Papá y Marlene no iban a aprobar que yo diera un paseo a horas tan avanzadas, pero tenía la sensación de que si no me movía iba a enloquecer. Las emociones me desbordaban.
Eché a andar a paso vivo. Aunque la oscuridad envolvía mi entorno, conocía bien los caminos y confiaba en no extraviarme. Anduve un buen rato pensando en mi futuro y en los cambios que vendrían en mi vida.
Sin advertirlo, mis piernas me acercaron al viñedo. Era un impulso bobo ir al sitio donde ya pasaba tantas horas al día, pero saber que pronto me iría le confería un peso mayor al lugar. El viñedo era todo el mundo que conocía, jamás me había alejado demasiado de estos terrenos y me embargaba un extraño sentimiento de nostalgia.
Caminé un rato más, absorbiendo las sensaciones de la noche, el suelo a mis pies, el olor del ambiente, el aire frío que golpeaba mi rostro. De pronto, el sonido de unas pisadas rompió mi calma. Entre la oscuridad distinguí la figura de un hombre tambaleándose en dirección a la casa del viejo Ron, para segundos después reconocer que se trataba de Ron mismo.
Di un paso hacia atrás, como queriendo ocultarme, pero no había a dónde ir por lo que el viejo Ron se percató de mi presencia segundos después.
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Editado: 28.08.2024