El juego del amor

Capítulo 7

(Connor)

Llevaba más de dos semanas siguiéndole la pista a la banda de forajidos. Pensé que iba a tratarse de una misión sencilla, pero esos inconformes estaban resultando ser bastante astutos y, por más que lo intentaba, no lograba dar con ellos. Necesitaba dar resultados pronto, no deseaba que el rey pensara que tenía un hijo pelmazo.

Dada la dificultad que estaba teniendo para completar la misión, mi hermano Alexor había accedido a ayudarme, a pesar de que él, como heredero al trono, ya contaba con bastantes tareas propias de las cuales encargarse. Desde pequeños el rey siempre solía exigirle más a Alexor, sabiendo que él un día ocuparía el trono y que necesitaba estar preparado. Aun así, mi hermano mayor se estaba tomando el tiempo para echarme una mano.

—¿Qué hay de esta zona? —dijo señalando un punto al sur del mapa—. Es un área poco transitada, sería un lugar ideal para esconderse.

—¿Crees que no lo he pensado ya? Recorrí esa parte del bosque durante tres días, ¡no hay rastro de ellos! —dije con fastidio.

—De acuerdo, era solo una sugerencia —replicó Alexor poniendo los ojos en blanco—. ¿En qué momento te volviste tan gruñón?

—¡¿Gruñón?! —pregunté indignado—. Se pueden decir muchas cosas de mí, pero no que soy gruñón.

—Pues lamento informarte que lo estás siendo… de verdad que la partida de Gregor te sentó fatal —comentó Alexor.

—¡No de nuevo con ese tema! —me quejé.

—¿Sabes qué pienso? Te hace falta una esposa. Tal vez es momento de que empieces a pensar en el matrimonio.

—¿Para volverme tan aburrido como tú? ¡Ni pensarlo! Antes solías ser divertido, desde que te casaste lo único que quieres hacer es estar con Triana. Lo mismo le pasó a Gregor, llegó la pelirroja y lo domó. Ahora vive en Sandor, lejos de las emociones de la capital y todavía cree que es feliz —dije burlón.

—Porque lo es. Hablas sin conocer. El matrimonio no te hace aburrido, mejora tu vida. Estar con Triana me da más felicidad de lo que cualquier fiesta o mujercita de cascos ligeros invitándome a su cama me dio jamás. Y estoy seguro de que para Gregor es igual. Ahora solo te falta comprobarlo por ti mismo —dijo Alexor en un tono que denotaba que conocía un misterio de la vida que para mí seguía oculto.

—Como sea, no tengo prisa en casarme —dije encogiéndome de hombros.

—¿Es realmente falta de prisa o lo que te detiene es tu torpeza con las damas? —preguntó Alexor rayando en la burla.

Miré a mi hermano con ojos entornados, reprobando el rumbo al que estaba llevando la conversación.

—He hecho mejoras… —me defendí, aunque en realidad no era cierto.

—Eso ni tú te lo crees —replicó Alexor ya con abierta mofa.

Mientras que para el resto de los hombres de mi familia derretir corazones era cosa de todos los días, yo era notoriamente inepto para lidiar con el sexo opuesto. No se me daba bien la galantería y mis intentos por coquetear resultaban risibles. Invariablemente me ponía nervioso al hablar con una chica atractiva y terminaba diciendo cualquier bobería que me viniera a la mente. Ni siquiera el hecho de ser un príncipe me ayudaba a mitigar mi torpeza y las jóvenes que se me acercaban con intenciones de romance, pronto cambiaban de parecer al tratar conmigo. ¿Por qué lidiar con el príncipe bobo cuando había un hermano idéntico disponible? Mientras Gregor estuvo soltero, las damas siempre lo prefirieron a él, considerándolo la alternativa más aceptable. Ahora solo quedaba yo, era la última opción para cualquier mujer que quisiera formar parte de la familia real.

La familia podía pensar que estaba aliviado de ya no tener competencia con el resto de mis hermanos casados, pero, al contrario, me consternaba. Era inquietante pensar que una mujer pudiera acercarse a mí solo por su deseo de formar parte de la realeza y que yo fuera la única opción. Quería una esposa, pero una que me quisiera a mí, no a mi apellido y que no decidiera sobrellevarme con tal de entrar a la realeza.

Dada mi torpeza con las mujeres y mi miedo a ser utilizado por una, las evadía a toda costa. Aunque sí había momentos en los que deseaba saber lo que era estar enamorado y tener a una compañera que fuera mi complemento perfecto.

—Te pedí ayuda para atrapar a las serpientes vengativas, no para hablar de asuntos del corazón —señalé dando un par de golpecitos sobre el mapa.

En ese momento las puertas del salón se abrieron. La reina y Triana entraron a paso tranquilo. Sus rostros reflejaban alegría, probablemente habían pasado un gran momento en la fiesta de té.

Una vez al mes, tomaba lugar un evento conocido como la fiesta de té, en el que se incluía a todas las damas de la alta sociedad para que convivieran e intercambiaran las últimas novedades del reino. Era una tradición que llevaba años entre las mujeres de Encenard y resultaba una excusa perfecta para reunirse a pasar la tarde bebiendo té y platicando. Nosotros, como hombres, jamás éramos requeridos y nuestro conocimiento del suceso se limitaba a lo que nuestra madre o Triana nos compartían.

—Hoy han acabado temprano —observó Alexor.

—Violeta tuvo el mal tino de hacerlo en su terraza, el clima era demasiado frío para estar afuera por mucho tiempo —explicó la reina.




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