El juego del amor

Capítulo 9

Mi corazón parecía querer salir de mi pecho mientras llamaba a la puerta de la suntuosa mansión. No podía creer que al fin hubiera llegado. Me sentía apocada contemplando el exterior del hogar donde había crecido mamá. Tenía la impresión de que mi mera presencia afeaba la fachada, estaba demasiado fuera de lugar en un sitio tan elegante.

La puerta se abrió, el mayordomo me miró de arriba abajo desconcertado. Probablemente no recibían muchas campesinas andrajosas en este hogar. 

Yo, por mi parte, traté de no reaccionar ante su presencia. Aunque mamá me había contado que en Encenard los humanos coexistían con duendes, encontrarlos seguía siendo inquietante. Estos días vagando por las calles de Encenard buscando el hogar de los Russo había tenido oportunidad de ver a varios, pero aún no me acostumbraba a ellos. Por lo que podía ver, la mayoría trabajaban al servicio de los humanos, así que probablemente la casa de mis abuelos estaría llena de ellos. Iba a tener que hacerme a la idea… bueno, eso si mis abuelos me aceptaban, lo cual no tenía por seguro.

—Buenas tardes, estoy buscando a Fiorella y a Julián Russo. Por favor, es importante que los vea —pedí tratando de sonar lo más educada posible, en un tono de voz que imaginaba usaban las señoritas elegantes.

El mayordomo guardó silencio unos minutos, parecía debatirse internamente sobre qué hacer. Con seguridad su instinto le decía que me cerrara la puerta en las narices, una pareja sofisticada como sus patrones no debía tener ningún asunto con una chica sucia como yo. Pero algo lo detenía, tal vez mi aspecto demacrado y hambriento le estaba causando la suficiente lástima como para no atreverse a rechazarme.

—¿Cuál es su nombre, señorita? —preguntó el mayordomo finalmente, no del todo convencido de querer anunciarme.

—Rebecca Nolan —respondí esbozando una sonrisa de agradecimiento.

—Espere aquí —dijo antes de cerrar la puerta suavemente.

Pasaron algunos minutos, las piernas me punzaban de cansancio. Ya que el guardia había decomisado todas mis pertenencias, incluido mi caballo, había tenido que realizar el último tramo de mi viaje a pie. Llevaba días andando sin comida y sin donde descansar. Lo único que me quedaba era la daga que había logrado pillarle, la cual llegué a considerar empeñar a cambio de algo de comer, pero rápido descarté la idea, temiendo que pudieran acusarme de hurto si le mostraba a alguien la daga de un guardia real.

Sin darme cuenta, comencé a estrujar mis manos entre ellas con nerviosismo. Este encuentro significaba todo y no contar con las pertenencias de mamá me ponía en una posición todavía más vulnerable. Esos objetos eran el único modo que tenía de demostrar mi identidad y ese bribón me los había robado. Ahora solo contaba con mi palabra y esperaba en el corazón que fuera suficiente.

Los minutos siguieron pasando. Mis nervios por conocer a mis abuelos se fueron convirtiendo en desánimo conforme se alargaba la espera, hasta que llegó el momento en que asumí que no me recibirían. Probablemente los Russo le habían dado la indicación a su mayordomo de hacerme esperar hasta que solita desistiera y me fuera por donde había llegado.

Cuando estaba por darme la media vuelta, la puerta se abrió.

Al otro lado apareció una mujer regordeta de cabello negro salpicado de canas. Llevaba un vestido color verde oscuro que parecía pesar más que yo. La mujer dio un paso al frente, contemplándome con asombro.

—En verdad eres tú —dijo casi para sí misma y, antes de que yo pudiera responder, la mujer dio otro paso y me envolvió en un abrazo—. Creí que jamás vendrías —dijo antes de soltarse a llorar.

Su reacción me dejó helada, me quedé en sus brazos sin saber qué decir o qué pensar. Me había mentalizado tanto para su rechazo, que no estaba preparada para su calidez. Su llanto se debía a la alegría que le daba conocerme y me sentí indigna de su emoción. Ella no me soltaba, al contrario, seguía abrazándome con fuerza. ¿Acaso no le asqueaba mi olor? Llevaba semanas viajando, estaba cubierta de mugre, pero a ella no parecía importarle que oliera mal o el riesgo de ensuciar su hermoso vestido por mi causa. Fiorella estaba demasiado alegre como para fijarse en esas pequeñeces.

Mis ojos comenzaron a irritarse y en mi garganta se formó un nudo, me sentía tan conmovida que estaba a punto de echarme a llorar también.

—¿Mi señora, está todo bien? —preguntó el mayordomo a nuestras espaldas, mirando la escena con curiosidad.

Detrás de él habían otros duendes con la misma expresión de extrañeza, probablemente se trataba del resto de la servidumbre de los Russo.

—Todo está de maravilla, Sony —respondió Fiorella girándose hacia él, pero asegurándose de tomar mi mano primero para no romper el contacto entre nosotras—. Qué bueno que todos estén aquí, quiero presentarles a Rebecca. Ella es hija de Elicia… es mi nieta —explicó entre sollozos de emoción.

Los duendes se miraron entre ellos con asombro y luego algunos asintieron. Parecían pensar que su patrona había perdido el juicio.

—Por favor, prepárenle una habitación. Asegúrense de que quede muy bonita… que sea una de las que tiene vista al jardín —pidió Fiorella mientras se adentraba al hogar llevándome con ella—. Te gustaría ver el jardín, ¿cierto? —preguntó mirándome—. O tal vez prefieras una habitación que vea al frente…




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