El juego del amor

Capítulo 12

(Connor) 

Lo primero que hice al despertar fue emitir un quejido de frustración. De nuevo había soñado con ella.

Era incomprensible que no lograra sacarme a esa sucia ladronzuela de la mente, desde el día en que logró escabullirse de entre mis manos en el bosque, aparecía seguido en mis sueños sin invitación. Pero el problema no se limitaba a las noches, despierto también se colaba en mis pensamientos. De cuando en cuando me descubría a mí mismo rememorando sus ojos o la carnosidad de sus labios.

Me daba vergüenza conmigo mismo la insistencia con la que mi mente me llevaba a pensar en una chica a la que había visto tan solo un par de minutos y que además me había humillado. Al parecer mi torpeza con las mujeres ya no solo se limitaba a aquellas a las que deseaba conquistar, sino también a las que pretendía arrestar.

Ya había sido bastante vergonzoso que su proximidad me hubiera turbado al punto que ella lograra someterme con facilidad, pero ahora no dejaba de pensarla.

No encontraba explicación para mi comportamiento, ella no solo estaba muy por debajo de mí en todos los aspectos, sino que además era una forajida; lo peor era que ni siquiera era especialmente bonita, llevaba el rostro sucio y el cabello enmarañado por dormir a la intemperie, ¿por qué me había puesto nervioso al tenerla cerca?

Saqué el collar del morral que conservaba debajo de mi cama y lo levanté para que la luz que se filtraba entre las cortinas lo hiciera brillar, preguntándome qué estaba mal conmigo. Tal vez mi familia tenía razón y realmente me urgía una esposa. Probablemente mi propia soledad me estaba jugando una mala pasada y por eso insistía en pensar en la ladronzuela. 

Devolví el collar a su escondite, consciente de que la servidumbre entraría en cualquier momento. No deseaba que nadie descubriera el morral. Sabía que lo propio era devolverle a los Russo los objetos que la ladronzuela les había quitado, pero no podía hacerlo sin explicar dónde los había hallado e iba a ser humillante relatar cómo una chica menuda y desnutrida había conseguido neutralizarme enredándome con mi propia capa. Por lo pronto callaría, una vez que atrapara a la banda de forajidos podría devolver los objetos a sus legítimos dueños.

 

Dada mi falta de resultados con la misión, se había vuelto necesario buscar ayuda. Ir y venir por el bosque solo a la caza de las serpientes vengativas no me estaba llevando a ninguna parte, requería más manos para dar con ellos. Como no deseaba solicitar ayuda de la guarida real, mi segunda mejor opción terminaron siendo Jon Schubert y Fred Logan.

Jon era el nieto de la mano derecha de mi padre y Fred era el amigo más irreverente que tenía. Imaginé que combinar el enorme sentido del deber de Jon con la desfachatez de Fred iba a darle el balance perfecto a nuestra empresa.

—Creo que deberíamos empezar en el sitio donde vio a esa forajida, Alteza —sugirió Jon mientras cabalgábamos.

Asentí, si bien pensaba llevarme el secreto de cómo la ladronzuela se había librado de mí a la tumba, había sido necesario que hablara de mi encuentro con ella. Eso sí, omitiendo los detalles.

—No seas bobo, Jon. Connor la vio ahí hace días, es obvio que ya no se encuentra en esa área. Debe haber alertado al resto de la banda, así que, donde sea que se encuentren, será muy lejos de ahí —rebatió Fred.

—Eso lo imagino, pero será un buen punto de partida. Puede que encontremos pistas, tal vez las serpientes dejaron algo que nos sirva para dar con ellos —se defendió Jon.

—Concuerdo con Jon. Al menos sería un comienzo —intervine.

—Gracias, Alteza.

—Sabes que los gemelos prefieren que se les llame por su nombre, ¿cierto? —señaló Fred poniendo los ojos en blanco.

—Olvídalo, Freddy, es una batalla perdida. Conozco a Jon desde que estábamos en pañales y jamás me ha llamado de otro modo que no sea alteza —dije encogiendo los hombros.

—Es hijo de un rey, es lo adecuado —argumentó Jon con orgullo.

Tras horas de cabalgar, llegamos al sitio donde tuve mi desafortunado encuentro con la ladronzuela. Bajamos de nuestros caballos y comenzamos a inspeccionar a pie, buscando cualquier rastro de ella o su banda.

Para mi propio bochorno, me di cuenta del destello de emoción en mi pecho. La pequeña posibilidad de encontrarla me tenía entusiasmado y notarlo me hizo sentir en igual medida desconcertado y molesto.

—Freddy, ¿puedo hacerte una pregunta? —dije mientras Jon se adelantaba siguiendo lo que creía podía ser una pista.

—Claro —respondió mi amigo en actitud distraída.

—¿Alguna vez te has… fijado en una mujer inadecuada? —pregunté tímidamente.

Fred me miró confundido.

—¿Te refieres a que sea de rango inferior?

—No me refiero solo al rango… quiero decir que su modo de vida sea reprobable.

—¿Te enamoraste de una trabajadora nocturna? —preguntó Fred con expresión escandalizada.

—¡No, claro que no!

—Tienes que tener cuidado, Connor, esas luego tienen el mal de la noche…




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