El juego del amor

Capítulo 14

Después de la cena, la abuela me acompañó a mi habitación. La plática había estado bastante apagada tras el intercambio con el abuelo, los tres habíamos perdido el ánimo para charlar.

—Desearía poder hacer algo para que el abuelo no me odie —dije tomando asiento a un costado de la cama.

La abuela dio un respingo exagerado, haciendo que un mechón de su peinado se soltara.

—Julián no te odia. Lo que sucede es que se siente mal por la situación —dijo de inmediato—. Rebecca, sé que su actitud contigo es fría y desearía que fuera distinto, pero su enojo no es contra ti.

—Es difícil sentir que su enojo no es en mi contra. Su forma de tratarme me hace pensar que me detesta. Detesta quien soy, quien es mi padre, que soy una campesina…

—Lo que detesta es lo ocurrido. A tu abuelo le partió el corazón que Elicia nos dejara por un hombre de condición inferior, especialmente por tratarse de un Pors —confesó tomando asiento a mi lado—. Tal vez esto no lo sabes, pero antes de Elicia, Julian y yo tuvimos otra hija. Ella murió en uno de los ataques Pors, fue uno de los momentos más dolorosos de nuestra existencia. Aunque años después se logró la paz con Poria, Julian nunca pudo perdonar a ese pueblo que tanto sufrimiento causó con sus ataques. Para él, Poria siempre ha significado oscuridad. Que su segunda hija se haya enamorado de un hombre de esa tierra lo devastó… puede que suene irracional y Julian suele ser un hombre de buen juicio, pero este tema ha sido demasiado para él. Él siente que perdió a dos hijas a causa de Poria y guarda ese rencor en su interior… Julián no te detesta a ti, solo que al verte recuerda a las hijas que perdió y no sabe cómo manejar sus sentimientos, por eso actúa hosco. Por favor, intenta no tomar a pecho su comportamiento. Yo sé que poco a poco se acercará a ti.

La miré estupefacta, no tenía idea de que habían tenido otra hija antes de mamá. Algo en mí se compadeció de ambos, debía haber sido terrible perderlas a las dos.

Lamenté que una mujer tan dulce como Fiorella hubiese tenido una vida sembrada de tragedias y me prometí a mí misma ser aún más buena con ella para intentar compensar la pena que cargaba.

Con el abuelo también tendría paciencia, su trato no era el mejor, pero me estaba permitiendo vivir en su hogar a pesar de que mi presencia le causaba dolor y de que conmigo en Encenard aumentaba el riesgo de perder su buena reputación.

—No me lo tomaré a pecho, abuela, y tampoco permitiré que el secreto salga a la luz. Sé que a él le preocupa mucho que la gente sepa que mintió —dije.

Fiorella emitió un suspiro largo.

—Ah, sí, el dichoso secreto… —dijo como si masticara las palabras—. Un desliz bastante torpe de mi parte.

—¿De tu parte? —pregunté estupefacta.

La abuela asintió con una mueca de disculpa.

—Elicia acababa de marcharse, yo tenía el corazón roto temiendo que jamás volvería a ver a la única hija que me quedaba. Julián le había advertido que no la aceptaría de vuelta, se había dado una terrible pelea entre ambos antes de que ella se marchara. Yo sufría por Elicia, me pesaba no conocerte… —me relató con el sentimiento a flor de piel—. Esa semana asistí a una fiesta de té, mis amigas me preguntaron por Elicia. Mi corazón no resistió confesarles que Julián la había repudiado, creí que decir la verdad me volvería loca de dolor. La mentira me vino sin planearlo. Inventé una bonita historia en la que mi hija se había enamorado de forma tan absoluta que ella y su esposo se habían querido casar de inmediato. Les hablé de un gran señor de Poria que la había conquistado y se la había llevado a su reino. Porque entonces cabía la posibilidad de que Elicia volviera, que nos visitara trayendo a nuestros nietos a que los conociéramos y mi corazón se sentía menos devastado pretendiendo que esa era la verdad. Tu abuelo se enfadó mucho cuando le conté lo que había hecho. Él es un hombre honesto, vive de su rectitud y mi imprudencia lo ponía en una situación delicada. Al final decidió compadecerse de mí y no exponer mi mentira, asumiendo el riesgo de que, si alguien se llegaba a enterar, podría perder su honor e incluso su trabajo. Tu abuelo fue bueno conmigo al seguirme el juego hasta ahora, pero no hay día en que no le pese vivir este engaño.

Mis dedos comenzaron a jugar con mi falda, mientras procesaba lo que había escuchado.

—Debe ser muy duro para ambos… —dije con la cabeza llena de pensamientos que no sabía acomodar.

De forma inesperada, la abuela levantó mi barbilla con delicadeza para que la mirara a los ojos.

—Rebecca, mentir fue una tontería que cometí en un momento de desesperación, pero no significa que me avergüence de ti o que te quiera menos —me aseguró con voz tierna—. A veces me da la impresión de que te sientes insegura con nosotros, como si pensaras que te vamos a echar a la calle si haces algo que nos disguste. No es así. Este es tu hogar y siempre contarás con mi cariño.

—¿Aun si mi presencia los pone en riesgo de ser descubiertos? —pregunté tímidamente.

—Nada en este mundo podría hacer que deje de quererte —declaró.

Inspiré hondo, saboreando su perfume frutal, quería recordar por siempre cada detalle de este momento, que se quedara impregnado en mi memoria el resto de la vida. Llevaba demasiados años añorando recibir amor maternal y Fiorella me lo daba a borbotones, con ella me sentía la chica más afortunada de cualquier reino. Aun si jamás me convertía en una dama de verdad o si no era digna de casarme con un hombre importante, el amor de ella bastaba para compensar cualquier carencia.




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