Los días que siguieron a la explosión en la fiesta de Kael se sintieron como caminar sobre cristales rotos. El grupo, antes una unidad cohesionada, ahora estaba fragmentado, con cada miembro lamiéndose sus propias heridas o rumiando sus resentimientos. Lyra seguía recluida, su silencio un muro impenetrable. Silas, ausente, era una herida abierta que sangraba en el corazón del grupo. Y en medio de esa atmósfera cargada, el veneno de los celos comenzó a filtrarse, agudizando las rivalidades y poniendo a prueba los lazos que aún quedaban.
Valerius, con su lealtad inquebrantable hacia Elara, se había convertido en su sombra protectora. La acompañaba a clases, la esperaba en la cafetería, y sus miradas, antes discretas, ahora eran abiertamente posesivas. No era un juego para él; era una declaración. La vulnerabilidad de Elara tras el incidente había encendido en él un deseo aún más fuerte de protegerla, de ser su refugio. Pero cada gesto de Valerius hacia Elara era un puñal para Kael. Kael, que había descubierto la seriedad de sus propios sentimientos por Elara, observaba la creciente cercanía entre ellos con una mezcla de rabia y desesperación. La facilidad con la que Valerius se movía en el mundo de Elara, la forma en que ella se apoyaba en él, todo alimentaba una envidia que Kael no sabía cómo manejar. Su humor habitual se había vuelto más ácido, sus bromas más cortantes, especialmente cuando Valerius estaba cerca.
Una tarde, en la biblioteca, Elara y Valerius estaban revisando apuntes para un examen. Kael entró, su presencia llenando el espacio con una energía tensa. Se acercó a la mesa, su mirada fija en Valerius. —Vaya, vaya —dijo Kael, con una sonrisa forzada—. Parece que el caballero andante ha encontrado a su damisela en apuros. ¿O es que el juego sigue, Valerius? Porque si es así, no me enteré de las nuevas reglas.
Valerius levantó la vista, sus ojos azules se encontraron con los de Kael, y la tensión en el aire se hizo palpable. —No hay juego, Kael —respondió Valerius, su voz baja pero firme—. Solo estoy aquí para Elara. Algo que tú, al parecer, no entiendes.
—¿Ah, sí? —Kael se rió, un sonido hueco—. Porque a mí me parece que estás aprovechando la situación. Siempre has sido bueno en eso, ¿no? En conseguir lo que quieres, sin importar a quién pisotees en el camino.
Elara, sintiendo la escalada de la tensión, intervino. —¡Basta, los dos! Esto no es el momento ni el lugar.
Pero Kael no la escuchó. Su mirada seguía fija en Valerius. —¿O es que tienes miedo, Valerius? Miedo de que alguien más pueda ver lo que hay detrás de tu fachada de chico perfecto. Miedo de que Elara se dé cuenta de que hay otras opciones.
Valerius se levantó, su silla raspando el suelo. —Cuidado con lo que dices, Kael. No sabes de lo que hablas.
—¿No lo sé? —Kael dio un paso adelante, desafiante—. Sé que siempre has querido a Elara. Y sé que este juego te dio la excusa perfecta para acercarte a ella. Pero ahora que el juego se ha roto, ¿qué vas a hacer? ¿Seguir fingiendo que eres su salvador?
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Editado: 01.09.2025