El Juego del Amor

Capítulo 8: Confesiones Bajo la Luna y el Dolor del Rechazo

La atmósfera en el grupo seguía siendo densa, pero la vida universitaria, con su implacable ritmo de clases y exámenes, obligaba a una cierta normalidad. Sin embargo, bajo la superficie, las emociones bullían, buscando una salida. La confrontación entre Valerius y Kael había dejado una cicatriz, y la ausencia de Lyra y Silas era un recordatorio constante de la fragilidad de sus lazos. En medio de esta tensión, la necesidad de expresar lo que sentían, de liberarse del peso de los secretos y los anhelos, se hizo imperiosa para algunos.

Fue Valerius quien dio el primer paso, impulsado por la creciente cercanía con Elara y la urgencia de sus propios sentimientos. Una noche, después de una sesión de estudio en la biblioteca que se había extendido hasta altas horas, Valerius acompañó a Elara de regreso a su apartamento. La luna llena iluminaba el campus, proyectando sombras largas y misteriosas. El aire fresco de la noche era un bálsamo para la mente cansada, pero el corazón de Valerius latía con una fuerza inusual. Se detuvieron en la puerta del edificio de Elara, la luz tenue del porche envolviéndolos en un halo íntimo.

—Elara —comenzó Valerius, su voz más grave de lo habitual—. Necesito decirte algo. Algo que va más allá del juego, de todo esto.

Elara lo miró, sus ojos curiosos y un poco aprensivos. Valerius tomó una respiración profunda. —Siempre he sentido algo por ti, Elara. Desde el primer día que te vi. Y este juego... este juego solo ha hecho que esos sentimientos crezcan. No es parte de ninguna estrategia, no es una misión. Es real. Te quiero, Elara.

La confesión de Valerius colgó en el aire, pesada y sincera. Elara sintió un vuelco en el estómago. Había sospechado, claro, pero escucharlo en voz alta, con esa intensidad en sus ojos, era diferente. Una parte de ella quería corresponderle, dejarse llevar por la seguridad y la lealtad que Valerius siempre le había ofrecido. Pero otra parte, la que había sido herida en el pasado, dudaba. Y luego estaba Kael, con su risa contagiosa y la chispa inesperada que había encendido en ella. Elara cerró los ojos por un instante, el conflicto interno desgarrándola. Cuando los abrió, su mirada era de una tristeza profunda.

—Valerius —dijo Elara, su voz apenas un susurro—. No sé qué decir. Eres increíble, y te aprecio más de lo que las palabras pueden expresar. Pero... no puedo. No ahora. Mi cabeza es un lío, y no quiero herirte. No quiero que esto sea parte de un juego. Necesito tiempo para entender lo que siento, para entender lo que ha pasado con todo esto.

El rechazo, aunque suave, fue un golpe para Valerius. Su rostro se contrajo ligeramente, pero asintió, su mirada aún fija en ella. —Lo entiendo, Elara. Estaré aquí. Siempre.

Elara le dio un abrazo rápido, sintiendo la tensión en su cuerpo. Se despidió y entró en el edificio, dejando a Valerius solo bajo la luna, con el corazón roto pero la dignidad intacta. El dolor del rechazo era amargo, pero la sinceridad de sus sentimientos le daba una extraña paz. Al menos, lo había intentado.

Mientras tanto, Silas, sumido en su dolor y su arte, había encontrado una forma de canalizar su angustia. Había estado trabajando sin descanso en un nuevo cuadro, una representación abstracta de su corazón roto. Una tarde, Seraphina lo encontró en su estudio, el aire denso con el olor a pintura y la melancolía. Ella observó el cuadro, sus ojos captando la esencia del sufrimiento de Silas.

—Es hermoso, Silas —dijo Seraphina, su voz suave—. Pero también es muy triste.

Silas se encogió de hombros. —Así es como me siento.

—Lyra también está triste —comentó Seraphina, su mirada fija en el cuadro—. Y arrepentida. La he visto. Está sola.

Las palabras de Seraphina golpearon a Silas. La rabia y el resentimiento habían nublado su juicio, impidiéndole ver más allá de su propio dolor. ¿Lyra arrepentida? ¿Sola? Una chispa de esperanza, pequeña pero persistente, se encendió en su pecho.

—¿Crees que... debería hablar con ella?

Seraphina asintió. —La verdad, por dolorosa que sea, es el único camino hacia la curación. Y el perdón, Silas, es un regalo que te das a ti mismo.

Impulsado por las palabras de Seraphina y la pequeña llama de esperanza, Silas decidió ir a buscar a Lyra. La encontró en el parque, sentada en un banco bajo un viejo roble, su figura encorvada. Se acercó lentamente, su corazón latiendo con fuerza. Lyra levantó la vista, sus ojos hinchados y rojos. La sorpresa y la vergüenza cruzaron su rostro.

—Silas... —comenzó Lyra, su voz quebrada.

—Lyra, necesito que me digas la verdad —dijo Silas, su voz firme pero suave—. Todo. Desde el principio.

Lyra asintió, las lágrimas brotando de nuevo. Y bajo la luz tenue de las farolas del parque, Lyra comenzó a confesar. Habló de su relación con Dorian, de cómo había comenzado como una distracción, de cómo se había vuelto posesivo y controlador. Habló de su miedo a la reacción del grupo, de su vergüenza, de su arrepentimiento por haber mentido. Silas escuchó en silencio, su corazón encogiéndose con cada palabra, pero también sintiendo una extraña liberación. La verdad, por dolorosa que fuera, era un alivio. Cuando Lyra terminó, el silencio se cernió sobre ellos, pesado pero no incómodo.

—Lo siento, Silas —dijo Lyra, sus ojos fijos en el suelo—. Lo siento mucho. Fui una cobarde.

Silas se sentó a su lado, sin tocarla. —Te perdono, Lyra. Pero no sé si puedo olvidar.

La confesión de Lyra había sido un paso hacia la curación, pero el camino por delante era largo y lleno de incertidumbre. El dolor del rechazo de Valerius, la vulnerabilidad de Elara, la confusión de Kael, y ahora, la verdad de Lyra y el perdón incierto de Silas. El Juego del Amor había desatado una cascada de emociones, y cada confesión, cada rechazo, cada verdad revelada, los acercaba un paso más a la comprensión de lo que realmente significaba amar y ser amado, más allá de cualquier juego.




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